10. El castigo de Akheronte

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Sheila se interpuso entre Aidam y el nigromante

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Sheila se interpuso entre Aidam y el nigromante.
—No debes hacerle daño, Aidam —dijo con voz calmada—. Le necesitamos, Dragnark está en lo cierto.
Aidam observó a Sheila como si no entendiese lo que le estaba diciendo.
—Nos ha traicionado —dijo el guerrero—. Le aceptamos en nuestro grupo, a pesar de todo y amenazó con matar a Shyrim. ¿Cómo quieres que confíe en él?
—Te entiendo perfectamente, Aidam. Yo misma tengo mis reservas, pero esa profecía es real y Akheronte, también.
—Sheila tiene razón —dijo Shyrim—. No puedes hacerle daño.
El nigromante sonrió y Aidam pensó tan solo en borrar aquella sonrisa de su rostro con sus puños.
—¿Qué sucederá cuando vuelva a traicionarnos? —Preguntó y tanto Sheila como su hija no supieron qué contestar.
—No volveré a hacerlo —dijo Dragnark muy serio.
—¿Y piensas que voy a creerte?
—No tengo mi anillo, por lo tanto soy inofensivo para vosotros.
—Yo vi como esos hombres que nos atacaron se lo quitaban —dijo Shyrim.
—El anillo le ligaba al dragón —explicó Sheila—. Y creo que era ese dragón quien dirigía sus actos.
—Sheila está en lo cierto —expuso el nigromante—. Sobreviví a la muerte gracias al dragón negro, pero también me hallaba esclavizado por él... Ahora soy yo mismo.
Aidam no sabía que determinación escoger, pero tampoco dispuso de tiempo para hacerlo, pues escuchó unos pasos que se acercaban por el pasillo en el que se encontraban.
—Lo discutiremos más tarde, ahora hemos de salir de aquí —dijo.


—Han escapado —dijo Sahsah, mientras veía enfurecerse el rostro de Hades.
—¿Cómo dices? —Preguntó crispada.
—Helkhar estaba en el suelo sin sentido y las celdas abiertas. No sé cómo han podido hacerlo, pero han escapado.
—¡No puede ser!
—¿Ocurre algo, Hades? —Preguntó Akheronte y ella sintió su corazón dejar de latir.
—Parece que tenemos un imprevisto, mi señor, pero trataré de solucionarlo y...
—Acércate —ordenó el ente oscuro y ella obedeció al instante—. Estoy empezando a dudar de tus capacidades o tal vez de tu lealtad. ¿Me eres leal, Hades?
—Sí, mi señor, lo soy.
—Entonces cuál es la causa de todos tus fracasos.
—No lo sé...
—¿Puedo seguir confiando en ti? —Akheronte hablaba con una fría calma, lo cual, conociéndole, era mucho peor que si hubiera montado en cólera.
—Podéis confiar en mí, mi señor... Os aseguro que...
Akheronte hizo un gesto para hacerla callar. Luego tomó la mano de la mujer y la acarició pensativo.
—¿Estás segura de querer seguir sirviéndome?
Ella asintió, aterrorizada.
Akheronte tomó con suavidad su dedo índice y lo dobló con fuerza hasta que este rozó su muñeca. El dolor fue tan terrible que Hades no pudo ni siquiera gritar.
—El dolor, Hades, es a veces muy reconfortante, ¿no crees? Sirve de expiación—Akheronte agarró esta vez el dedo corazón de la mano de la joven y también lo dobló hasta quedar parejo con el otro—. Si gritas te mataré, ¿lo entiendes?
Ella asintió, mientras se mordía los labios hasta hacerlos sangrar.
Akheronte tomó el dedo anular de Hades y con un crujido también lo dobló. La mujer había cerrado los ojos y estaba a punto de perder el conocimiento.
—Vas a encontrar a ese nigromante, ¿verdad? Lo vas a hacer por mí, ¿a que sí?
Ella volvió a asentir.
—También encontrarás a esos que planean enfrentarse a mí y los traerás ante mi presencia...
El semidiós tomó en esta ocasión el dedo pulgar de Hades y comenzó a juguetear con él.
—Si vuelves a fallarme me disgustaré mucho, Hades.
—N-no lo haré... M-mi señor.
—De todas formas he de castigarte, así aprenderás la lección. Dame tu otra mano.
—¡No... Por favor! —imploró ella.
—¡Dámela!
Hades obedeció a regañadientes. Akheronte cogió un cuchillo de grandes proporciones que siempre llevaba en su cinto y acarició con él la muñeca de la mano izquierda de la mujer.
—¡No... No... No! —Balbuceó la joven, muerta de miedo.
—Esto es lo que les sucede a quienes me contrarían—dijo Akheronte, mientras alzaba el cuchillo y lo dejaba caer con violencia sobre la muñeca de su lugarteniente. La mano amputada cayó con un ruido sordo al suelo, mientras Hades, finalmente se desmayaba.
Akheronte buscó con la mirada a Sahsah, mientras esta se dejaba caer al suelo de rodillas.
—Recoge su mano y encárgate de que la curen. Los magos oscuros sabrán qué hacer—dijo el semidiós—. Imagino que con esto habréis aprendido la lección, ¿me equivoco?
—No, mi señor. No os equivocáis —dijo Sahsah, sin levantar la vista del suelo y pensado al mismo tiempo en lo que podría llegar a pasarle a ella—. Se hará todo tal y como ordenáis.
—Así lo espero.


Aidam había encontrado al fin la salida de aquel laberinto y guio a sus compañeros hasta salir al exterior. Le sabía mal huir en aquel momento, cuando su enemigo estaba tan cerca, pero debía pensar primero en el bienestar de su hija y también en el de Sheila. Por nada del mundo quería que les sucediese algún percance, llevado por su impaciencia.
Tendrían más oportunidades de enfrentarse al señor oscuro, de eso estaba convencido, pero cuando lo hicieran debía de ser para destruirlo.
Encontraron a Hugh y Rourca donde los habían dejado y la niña se alegró mucho de volver a verles, también se asustó al ver las heridas en el rostro del orco.
—Estoy bien, pequeña, no es nada —dijo el gigante con una sonrisa—. Me alegro de verte sana y salva.
Rourca también se acercó a Shyrim y ella le abrazó con fuerza.
—Creía que habías muerto —dijo la niña, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Yo también pensé que iba a morir, pero ese asesino me perdonó la vida.
—¿Quién de ellos fue? —Preguntó Aidam.
—Creo que se llamaba Voltrux.
Aidam asintió. Voltrux siempre había sido distinto a los demás. El guerrero siempre lo consideró un amigo.
—También ha muerto —explicó Shyrim—. Se quitó la vida antes de que esa mujer lo matase.
—Fue mejor así. Hades lo hubiera torturado primero y después lo habría matado.
—¿Qué haremos ahora? —Preguntó Hugh.
—Volveremos a casa —dijo Aidam—. Y tú, irás derecho a que te vea un médico. Curarán tus heridas, aunque seguirás siendo tan feo como antes. Eso no creo que puedan arreglarlo.
—¿Feo? Yo me considero bastante aceptable entre los míos —sonrió Hugh.
—Entonces no me gustaría conocer a los otros —sonrió Aidam, también.


Hades observaba su mano sin reconocerla. Los magos oscuros habían podido volver a colocársela en su sitio gracias a su magia, pero ella la sentía distinta.
Su otra mano estaba tumefacta debido a sus tres dedos rotos y que ahora estaban entablillados, pero esta tardaría en curarse.
Sahsah la encontró meditabunda en sus aposentos e inclinó la cabeza al acercarse a ella.
—¿Qué quieres? —Preguntó Hades, abstraída.
—Melkhar ha despertado —dijo la asesina—. Solo quería hacéroslo saber.
—Gracias, iré a verle de inmediato.
—¿Estáis bien?
Hades asintió.
—Estoy perfectamente. Recibí el castigo que merecía y ahora lo veo todo mucho más claro.
—Los magos oscuros han hecho un buen trabajo.
—Sí —contestó Hades, ausente—. Iré a ver a Melkhar. Quiero una explicación de cómo dejó escapar a una niña y a un anciano, sin poder evitarlo. Si su explicación no es convincente lo pagará con su propia vida.
Sahsah asintió, respetuosa y siguió a Hades hasta el cuarto donde descansaba Melkhar. Este se incorporó del lecho cuando las vio aparecer.
—¿Qué sucedió? —Preguntó la mujer.
—Fue el mago —mintió el asesino. Jamás iba a revelar que fue agredido por una niña pequeña—. Usó su magia. Deberíamos haber supuesto que podía llegar a ser peligroso.
—No lo era —dijo Hades—. Sus poderes estaban mermados, sobre todo después de arrebatarle esto.
La lugarteniente de Akheronte le mostró un pequeño anillo que llevaba engarzada una gema negra.
—¿Qué sucedió en realidad? —Preguntó de nuevo Hades.
Melkhar dudó un momento en contestar, luego contó la verdad.
—Fue la niña. Me convenció para dejarla salir y después me agredió. Me golpeó en la frente con un pequeño objeto metálico.
—¿Un objeto metálico?
—Sí, una esfera muy pequeña, pero la lanzó con una fuerza increíble... Me pilló desprevenido...
—¡Estúpido! —Exclamó Hades, meneando la cabeza ante la incompetencia de sus hombres—. Una esfera pequeña, ¿dices? Era el orbe, desgraciado...
—¿El orbe?
—El orbe que estamos buscando. Aquel que se le conoce como el Secreto del dragón. No registrasteis a la niña, ¿verdad?
—Y-yo... No lo hicimos. Tan solo era una cría...
Hades le apartó a un lado y luego desenvainó una de sus terribles dagas.
—Debería decapitarte por esto —dijo, mientras aplicaba el filo de su cuchillo en el cuello del asesino—. Pero la culpa no es tuya. Es mía por confiar en unos imbéciles como vosotros. A partir de ahora me encargaré yo misma... ¡Desapareced de mi vista!






El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora