18. Un viajero en el camino

73 12 1
                                    

Aidam había acudido muy temprano a palacio para explicarle su plan al monarca

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Aidam había acudido muy temprano a palacio para explicarle su plan al monarca. Este lo atendió en sus aposentos, aún vestido con su camisón para dormir.
—Perdonadme, Majestad, si acudo tan temprano a veros, pero lo que tengo que deciros es algo de vital importancia.
El rey Durham hizo un gesto, quitándole importancia.
—Sé que no me habríais despertado de no ser algo importante, Lord Aidem. Contadme...
Aidam le explicó su reciente hallazgo y su intención de partir de inmediato en busca de ese misterioso poder que tanto ansiaba Akheronte, para evitar que este pudiera hacerse con su control. El monarca se mostró muy interesado en su relato.
—Os pondré al mando de una guarnición con mis mejores hombres y...
—En realidad creo que siendo un pequeño grupo pasaríamos desapercibidos. Los espías de Akheronte están aquí, en Khorassym y por nada del mundo me gustaría que nos siguiesen. Esta misión debe hacerse de incógnito si queremos tener fortuna.
—Lleváis razón, Lord Aidam, como siempre. ¿En quién habéis pensado para acompañaros?
Aidam no pensaba decirle que dos niños formarían parte de la expedición, ni tampoco que su antiguo enemigo les acompañaría.
—Ya he elegido a varios de ellos y me gustaría que Hugh me acompañase también.
—Es muy acertado por vuestra parte contar con él —reconoció el monarca—. Bien, lo dejo en vuestras manos. Mantenedme al tanto de todo en cuanto regreséis.
—Así lo haré, Majestad.
—¿Cuándo partiréis?
—Esta misma noche, aprovechando la oscuridad para pasar desapercibidos.
—Pues os deseo toda la suerte del mundo. Quieran los dioses que logréis vuestro objetivo.


Abandonaron la ciudad con tanto sigilo que nadie se percató de su partida. Tras dejar atrás los muros, usando una puerta de servicio, montaron en sus caballos y tomaron rumbo al sur, hacia la ciudad de Washem que se encontraba a dos semanas de marcha. El camino se encontraba vacío y solitario a aquellas horas de la madrugada. El bosque lo cercaba a ambos lados, tan tupido sobre sus cabezas que apenas dejaba traslucir el brillo de las estrellas. El rumor del viento era lo único que podían escuchar, aparte del ululato de algún búho muy de vez en cuando y del crujido de alguna rama al paso de algún merodeador nocturno.
Aidam cabalgaba el primero, junto a su hija Shyrim, tras ellos les seguían Sheila y Rourca; el muchacho admirándolo todo con ojos asombrados, pues nunca antes había salido de la ciudad. Por último, cerrando la fila, Ashmon y Hugh, ambos callados y silenciosos.
El amanecer les sorprendió con un maravilloso despliegue de tonos pastel, mientras la bruma ascendía por el profundo valle que cruzaban.
—¡Es precioso! —Exclamó Rourca, dándose cuenta de que había expresado sus pensamientos en voz alta.
Shyrim retuvo su montura hasta quedar a su altura.
—Me alegro de que estés disfrutando —dijo la niña.
—Yo también —balbuceó el muchacho—. Nunca antes había contemplado algo tan maravilloso.
—Todavía me siento mal por lo que te hice.
—Olvídalo. Nunca me dijiste que sabías magia.
—No es algo de lo que vaya presumiendo. Soy un auténtico desastre. Ni siquiera sé cómo recordé las palabras de ese hechizo.
—Pues te salió muy bien para ser un desastre. Deberías estudiar más. Si yo tuviera un don así, llegaría a ser el mejor mago del mundo.
—La magia es útil —reconoció la niña—, pero a mí me gusta más blandir una espada.
Aidam les hizo detenerse cuando llegaron a un recodo del camino. Le parecía haber escuchado el trote de un caballo tras ellos, no muy lejos de donde se encontraban
—Alguien se acerca —dijo en voz baja.
Prestando atención todos llegaron a oír lo mismo que el guerrero. Aidam les hizo desmontar y se preparó para recibir al caminante, mientras los demás se ocultaban en la espesura del bosque. El viajero llegó junto a él un minuto más tarde. Se le notaba cansado y visiblemente dolorido, mientras se resguardaba del relente con una gastada capa de viaje con capucha. El guerrero advirtió que el recién llegado no parecía estar muy acostumbrado a viajar a lomos de un caballo. Aidam le salió al paso, sorprendiéndolo.
—Buenos días —dijo—. ¿A dónde os dirigís?
—Me habéis asustado... —bufó el viajero—. No debéis temer nada de mí. Tan solo viajo a la ciudad de Phestus por negocios.
El viajero se despojó de la capucha y Aidam pudo ver sus facciones. Se trataba de un hombre de mediana edad, aunque hacía bastante tiempo que había dejado atrás su juventud. Una barba oscura, larga y espesa, oscurecía su rostro, pero el brillo cristalino de sus ojos azules le otorgaba una jovial luminosidad.
—¿Viajáis solo? Phestus está a tres jornadas de marcha. ¿No teméis que puedan asaltaros los bandidos? —Le preguntó Aidam—. Por estos caminos suele haber bastantes.
El hombre se echó a temblar visiblemente.
—N-no lo sabía... No seréis vos uno de ellos, ¿verdad?
Aidam soltó una carcajada.
—Si yo fuera un bandido ya estaríais atado de pies y manos y con mi daga haciéndoos cosquillas en el gaznate. Podéis relajaros. Al igual que vos solo soy un viajero en busca de negocios.
—No sabéis lo que me alegra oíros decir eso... Mi nombre es Randlock y soy de la ciudad de Mercye. No suelo viajar con frecuencia y...
—Mercye está muy lejos de aquí —le interrumpió Aidam.
—Sí, lo está. Hace años que no vuelvo por allí. Me asenté en la capital del reino y allí establecí mi negocio.
—¿Puedo preguntaros a qué os dedicáis? —Inquirió Aidam.
—Soy un humilde boticario. Uno más de las decenas que hay en Khorassym. La competencia es despiadada y pensé en establecerme en algún otro lugar. Uno más pequeño, donde pudiera llevar a cabo mi trabajo con facilidad.
—No tenéis pinta de boticario —afirmó Aidam.
—Lo sé. Quizá por eso mi clientela era bastante escasa. Antes era un hombre de armas, pero ya no soy capaz de levantar una espada.
Aidam sonrió.
—Nosotros vamos un poco más lejos, pero si queréis, podéis uniros a nuestro grupo. Estaremos más que encantados de compartir el camino con vos.
—¿En serio? No sabéis cuánto me agrada oír esa proposición. Nunca he sido una persona a la que le guste la soledad.
—Mi nombre es Aidam —dijo el guerrero tendiendo su mano. El otro se la estrechó.
—Vuestro nombre me es conocido. ¿No seréis vos Lord Aidem, el famoso general de nuestros ejércitos?
—No —mintió Aidam—. Tan solo soy un humilde comerciante que viaja junto a sus hijos y amigos.
El guerrero hizo una señal y los demás acudieron junto a él. Randlock se sorprendió al ver al inmenso orco.
—Es inofensivo —dijo Aidam, quitándole importancia—. Aunque no tanto para quien traiga malas intenciones para con nosotros.
—Ya veo —titubeó el viajero —. Con una bestia así debéis viajar muy seguros.
Hugh no se tomó muy bien las palabras del desconocido, aunque trató de contenerse.
—Hugh es más un amigo que un guardaespaldas —dijo Aidam en un tono que no admitía reproches—. Y a mis amigos se los trata con respeto.
—Lamento mis palabras —se excusó Randlock—. Nunca antes había visto un orco al servicio de un humano, creí que se trataba de una raza muy arisca, cuyo orgullo no les permitía relacionarse con otros.
—Nunca hay que creer todo lo que se comenta por ahí, de ser así pensaríamos que todos los médicos son unos matasanos, ¿no creéis?
Randlock asintió, después se acercó hasta Hugh y le pidió perdón por sus palabras.
—Espero no haberos ofendido —dijo—. He de reconocer que a veces soy un tanto bocazas.
—No me habéis ofendido —contestó el gigante—. De haber sido así ya no estaríais en el reino de los vivos.
—M-me alegro de no haberlo hecho —Randlock tragó saliva y procedió a alejarse lo más posible del orco.
Sheila se acercó a Aidam y le susurró algo en voz baja.
—¿Te fías de él? —Le preguntó.
—¿Tú no? Parece inofensivo.
—También lo era Thornill, tu amigo, hasta que nos traicionó.
Aidam asintió preocupado.
—No te preocupes, le mantendré vigilado.
En esta ocasión fue Sheila quien asintió.
—Yo también. Dos pares de ojos ven mejor que uno solo.
Emprendieron la marcha y no se detuvieron hasta encontrar un lugar donde pasar la noche. Junto al camino hallaron un viejo y decrépito granero que parecía abandonado mucho tiempo atrás. Tras inspeccionarlo decidieron quedarse en él hasta el amanecer. La noche cayó como un velo, plantando miles de estrellas en un cielo tan oscuro como transparente. Al calor de una hoguera, el pequeño grupo se relajó de las fatigas del día. Aún no sabían lo que les aguardaba en la oscuridad.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora