Capítulo 9

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Mierda, la fiesta.

—Lo había olvidado —dije, llevándome las manos a la cabeza.

—Me di cuenta. Son las 7:42 y todavía llevas el uniforme del trabajo —comentó, observándome con desaprobación.

—Sam, me duele mucho la cabeza. —me excusé, poniendo mi mejor cara de enferma.

—Eso es mentira —afirmó sin titubeos.

—Pero… —balbuceé.

—No intentes buscar una excusa. Irás conmigo a esa fiesta —dictaminó, frunciendo el ceño para indicarme que se molestaría si la contradecía.

—Pero, pero…

—¡Que irás he dicho! —gritó con una furia fingida—. ¿Ya decidiste que te vas a poner? —indagó, bajando el tono de voz y transformando su expresión a una dulce y adorable.

—No —respondí secamente.

—No sé por qué me asombro —replicó, reflejando en su expresión una resignación total.

Me encogí de hombros como respuesta.

—Ve a bañarte y cuando salgas decidimos —ordenó con voz amable.

—¿Decidimos? —repetí, mirándola con los ojos entornados.

—No discutas, Mia West. Y ve a ducharte.

—Sí, Mandona Bob.

Me di una ducha rápida y salí envuelta en una toalla. Mi cama estaba repleta de ropa.

—¿Qué es esto? —chillé. Era una amante del orden, por tanto no podía ver ni un alfiler fuera de su lugar.

—Ropa —respondió Sam con simpleza.

—Me refería al desorden —tercié.

—¿Cuál desorden? Yo lo veo normal. La verdad es que organizar no es lo mío. Por cierto, ¿cuál vas a ponerte? —respondió relajadamente.

—Pues… —musité, acercándome lentamente para ver los conjuntos que Sam había elegido—. Un momento. Este vestido no es mío —noté. Me estaba refiriendo a un vestido rojo con un escote MUY pronunciado que tenía una ranura que dejaba al descubierto una pierna.

—Pero, ¿qué dices? Por supuesto que es tuyo. ¿Qué pensaste? ¿Que lo compré a escondidas, lo traje y lo puse entre tu ropa para que pensaras que era tuyo y obligarte a ponértelo? ¿Cómo se te ocurre?

—¿Te das cuenta de que acabas de delatarte? —La miré con diversión. Solo a ella se le ocurriría un plan tan tonto e infantil.

—Sí, ya sé —dijo, torciendo los ojos ante su metedura de pata y yo sonreí.

—Gracias por el esfuerzo, pero no me pondré eso —le informé.

—¡¿Por qué no?! —preguntó, exasperada.

—Porque es como si no llevara nada —repliqué con obviedad.

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