Capítulo 37

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Las vacaciones navideñas habían terminado y, por ende, ya teníamos que volver al instituto, ya saben, a las clases, los deberes, la monotonía y a sobrevivir con la idea de que se acerca el fin de semana.

Los pocos días que pasaron después de fin de año fueron raros; buenos, pero extraños. No terminaba de acostumbrarme a la idea de que Aiden y yo éramos novios.

Hoy era el primer día de clases después de la semana navideña.

—Qué horror tener que volver a clases ––se quejó Sam mientras buscaba algo en su casillero––. ¿Por qué no hay diez meses de vacaciones y dos de clases?

—Porque saldríamos del instituto con 30 años ––respondí con obviedad.

No era fanática a las clases y los deberes, pero me defendía bastante bien. Era una de las mejores de mi clase, por lo cual no odiaba tanto el tema estudios.

—Hola, hola ––saludó una voz animada a mi espalda.

—Qué hay ––dijo Sam a modo de saludo. Me giré para ver quién era, aunque ya lo sabía por la voz.

—Hola ––dije sin mucha emoción.

Él me tomó del rostro y plantó un casto beso en mis labios. Yo di un paso hacia atrás automáticamente y lo aparté sin mucha brusquedad.

Miré hacia todas partes para asegurarme de que no nos habían visto. Por suerte, había poca gente en el pasillo, aunque Sam se quedó con los ojos más abiertos que un plato, ya que no le había contado nada aún.

—¿Qué haces, Aiden? ––lo reprendí con un tono ligeramente escandalizado.

—Besarte... ––respondió con un tono que parecía más una pregunta que una afirmación.

—Ya, pero no deberías ––hablé en voz baja, como si no quisiera que nadie nos escuchara.

—¿Por qué? Eres mi novia, ¿o no? ––Su tono se había vuelto firme y su mirada, fulminante. Parecía molesto.

—Es que… ––intenté justificar mi comportamiento, pero sonó el timbre que indicaba que debíamos ir a clase. Salvada por la campana.

—Me tengo que ir. Hablamos luego ––dije y me fui rápidamente. Escuché cómo Sam dio pasos rápidos para poder alcanzarme. Cuando estuvo a mi lado dijo:

—¿Por qué nunca me cuentas nada? ––No sonaba enojada y tampoco parecía estar quejándose, sino más bien, parecía una criatura que ansiaba y se alimentaba del chisme.

*

Cuando finalizaron las clases Sam se adelantó para ir a la cafetería, pues yo me quedé en el laboratorio terminando los deberes. Cuando concluí recorrí el corredor rumbo a la cafetería y me detuve un segundo a observar mi celular, ya que había recibido un mensaje.

Cuando desvié mi atención de la pantalla del móvil vi a Aiden al final del pasillo, justo a la entrada de la cafetería.

Se encontraba recostado de la pared con un pie sobre ella y los brazos cruzados. Tenía una media sonrisa ladina en el rostro.

—¿Qué haces ahí? ––pregunté, desconfiada, cuando estuve frente a él. Él dejó de recargar su peso en el concreto y metió sus manos en los bolsillos.

—Esperándote, obviamente ––recalcó esa última palabra––. ¿Entramos? ––preguntó con un tono animado y relajado. Lo miré con los ojos entrecerrados, pero luego decidí dejar de lado mi paranoia. Es la fuerza del hábito, siempre desconfié de Aiden.

—De acuerdo ––accedí.

Al entrar, vi que la cafetería estaba repleta (como siempre). De repente, sentí que Aiden tomó mi mano y, como si fuera un acto reflejo, lo solté con cierta brusquedad.

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