Capítulo 44

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Logan era un enigma complejo, pero era uno que no querrías descifrar. Era enfermo y retorcido. Lo peor es que no comprendía sus motivos porque estoy convencida de que no le intereso como mujer, le intereso como… un juguete.

Mientras vagaba por los pasillos del segundo piso para dirigirme a las escaleras vi algo que provocó que mis ojos se salieran de las órbitas.

Contra la pared de uno de los pasillos había una chica devorando la boca de un chico. Las manos de ambos viajaban por el cuerpo del otro manifestando vehemencia y desesperación en cada agarre, en cada caricia, en cada toque. La forma en la que se besaban era efusiva y apasionada, casi violenta; parecía que había una auténtica necesidad entre sus labios. De repente, ella saltó enroscando sus piernas en la cintura del chico, el cual la sujetó por la parte trasera de los muslos con una de sus manos mientras le manoseaba el trasero con la otra. Las manos de la pelinegra rodearon el cuello de él, enroscando sus dedos en su cabello castaño. El chico comenzó a avanzar y ella, frenética, extendió su mano en busca del picaporte de la puerta que estaba justo detrás sin despegar sus labios y luego ingresaron a la habitación.

No era la primera vez que veía una escena de esa índole. Por alguna razón, el destino siempre me hacía ir caminando por los pasillos mientras los demás estaban a punto de fornicar, así que ya estaba curada de espanto, pero aquella imagen me dejó descolocada e impactada por la identidad de la chica y el chico que la encarnaron: Sam y Carter.

Sinceramente, no daba crédito a lo que había visto.

Fui hasta el primer piso y atravesé la muchedumbre con dificultad, pero finalmente conseguí salir porque necesitaba aire puro y tranquilidad.

Afortunadamente, en la zona delantera de la mansión no había casi nadie, así que podría despejar mi mente. Avancé hasta una fuente que adornaba la fachada y, al rodearla, me percaté de que había alguien más allí.

Esa persona estaba acostada en el borde de la fuente con una de sus piernas flexionada y la otra colgando mientras miraba el cielo nocturno con evidente distracción. Uno de sus brazos estaba bajo su cabeza como almohada mientras el otro sostenía un cigarro. Se podía ver cómo el aire era teñido por el humo que ella expulsaba tan relajadamente.

—¿Te vas a quedar ahí toda la noche espiándome como una maniática? ––soltó de repente, haciéndome dar un respingo, ya que pensé que no me había visto. Lenta y perezosamente se sentó, colocando su brazo sobre su pierna flexionada—. ¿Vas a seguir ahí plantada? ––preguntó.

—Oh, lo siento. Me marcharé —murmuré, avergonzada.

—No lo dije para que te fueras ––aclaró––. Siéntate ––pidió con voz firme mientras hacía un ademán con la cabeza, señalando el espacio frente a ella para que tomara asiento y, con pasos vacilantes y cierta inseguridad, hice lo que me pidió.

La chica tenía un estilo muy particular. Era delgada y tenía una larga cabellera rubia, un rostro hermoso y angelical adornado por un par de ojos cafés profundos e intensos, pero su apariencia de barbie hacía un chocante contraste con su forma de sentarse y de hablar.

La había visto antes junto a Olivia y Daphne, pero no la conocía mucho, ya que siempre se mantenía callada e indiferente, al margen de la situación, como si todo le diera lo mismo.

Había escuchado su nombre por ahí, pero nunca había hablado con ella, así que, para estar segura, pregunté:

—Tú eres… Rebecca, ¿cierto?

Al escuchar mi interrogante, apartó su vista de la nada y colocó la mano que estaba en su rodilla detrás de sí para apoyar su peso mientras continuaba expulsando humo. Estábamos a cierta distancia y ella exhalaba en otra dirección, por lo cual no me resultó tan molesto el hecho de que fumara.

Todo lo que siento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora