XXIX

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Su coleta alta se movía de un lado hacia otro mientras caminaba al camarín de mujeres, el que estaba completamente vacío desde las once de la mañana hasta mediodía. No se topó a nadie en el camino, y de haberse encontrado con alguien, no debía darle explicaciones a nadie. Violet podía hacer lo que sea en esa escuela, y con la debida discreción que se necesitaba, se saldría siempre con la suya. Dio una pequeña mirada hacia atrás antes de abrir la puerta, y la cerró suavemente para no hacer ruido. La reina del colegio podía hacer lo que quisiera, crear un escándalo o callarlo por lo bajo. 

Las butacas estaban vacías, las duchas al otro extremo también. Tenían suerte de que el olor a jabón tapaba el de humedad y sudor tan característico. La iluminación aún no llegaba a esa hora del día, pero justo después de las prácticas pasaban unos débiles rayitos de luz, lo que significaba que, cuando se encontraron Pearl y Violet, la sombra reinaba el lugar. 

— Llegas tarde. —dijo la rubia cuando la vio llegar. Se veía molesta. Por supuesto, Violet ignoró ese detalle. 

— Vamos al fondo. —le respondió. O mejor dicho, le ordenó. 

No le vio a los ojos. Típico de cuando está enojada, pensó Pearl, girando los ojos. Se alejaron de las cuatro paredes de butacas y caminaron hacia el pasillo que tenía todos cubículos con las duchas. Ni siquiera se concentraron en que cambiaron el color de las cortinas, las que antes eran blancas con moho, y ahora tenían un tono rosado. Un poco sexista, hubiese dicho en otra instancia, pero ahora mismo debía concentrarse en la razón que la trajo allí. 

Ambas representaban la amistad más sólida de todo el colegio, lo que implicaba que varios ojos estaban puestos en ellas, pues un mínimo quiebre dentro de su relación podría significar el más jugoso de los chismes. No podían permitirse eso. Violet sabía el poder que le concedía ser capitana del equipo de porristas, ya que todo podía caer como dominós tan pronto no le tomen tan en serio como lo merecía, y por eso es que cuidaba su imagen ante todo quien la mire. 

— Sería genial que ahora me dijeras qué está pasando contigo —preguntó Pearl, en su típico tono desinteresado. 

Se conocían mutuamente como las palmas de sus manos. Parecían leerse mientras conversaban, y en ese momento, la rubia podía jurar que Violet se pondría a la defensiva. Como siempre. Aquel pensamiento le molestó.  

— ¿Conmigo? Dime qué es lo que sucede contigo. —respondió inmediatamente, agresiva. 

Bingo. Y el hecho de que haya ocurrido, tal como había previsto, le molestó aún más. 

— Estoy pasando tiempo con Dean ¿Qué es lo que te sucede a ti? 

— Pareciera que te haz olvidado de mí. —soltó primero la azabache, pero luego carraspeó y agregó— De las porristas. De Katya y de Adore, también ¿Es que por un buen oral ya te olvidas de todas?

Violet y Pearl solían discutir bastante seguido, pero hacían un gran esfuerzo por gritarse en casa y mantenerlo todo fuera de la mira de sus pares. Sin embargo, Violet nunca se había sentido tan dolida por una pequeña pelea, incluso si tan solo estaba iniciando ¿Cómo es que ella no se daba cuenta? ¿Su dolor era invisible o qué? En su pecho se extendió la sensación de estar siendo usada, y no le gustó ni un poco. 

— Claro que no. Ahora tenemos reunión con la entrenadora ¿Recuerdas? Estoy aquí. Tuve matemáticas con Katya y estuvimos con Adore en el receso. Parece que hay algo mal con tu memoria 

— No hay nada malo con mi memoria ¿Por qué debes atacarme?

— Lo que sucede es que todo te lo tomas a personal. No te pongas a la defensiva. Quiero saber qué te pasa, porque sino me voy a ir. 

Por lo general, las discusiones entre este par se resumían entre palabras tranquilas e hirientes de Pearl y chillidos de Violet, que se transformaban en dolorosos a medida de que iba aumentando el tono de su voz. Todo parecía normal hasta ahora. Tan solo necesitaban cinco minutos más para llegar a un acuerdo, hablar mientras se ponían el uniforme de porristas y listo; en veinte minutos (máximo) su problema se iba a solucionar y todo estaría bien. 

Todo bien. 

Todo- 

— ¡No me pongo a la defensiva! Desde que estás con ese... ese chico, ya ni siquiera vienes a mi casa a dormir.

— Han pasado dos días

— ¡Entonces tuvimos que haber dormido juntas hoy!

— Violet, si estás celosa solo dilo. Me estás aburriendo. Tengo otras cosas qué hacer. 

De pronto, la más alta sintió ganas de vomitar ¿Celosa? ¿Ella? Ella tenía todo lo que quería, y cada cosa que necesitaba la alcanzaría con la perseverancia necesaria ¿De qué estaba hablando? Contuvo el aire que había respirado y frunció el ceño, claramente ofendida. 

—¿Celosa de qué, Pearl? Dilo. Podría conseguirme a un buen chico en la cama cualquier día, a cualquier hora. No me interesa el sexo. 

— De Dean. 

Algo hizo click en su cabeza, pero no lo diría en voz alta nunca, porque el orgullo solía ser más grande que la importancia de encontrarle sentido a cabos sueltos en su cabeza, así que mejor decidió dar un paso atrás mientras negaba la cabeza en vez de demostrar que su entereza comenzaba a flaquear. Una frase se repetía en su cabeza, pero no quiso escucharla, no ahora. Pearl no titubeó, se mantuvo mirándola a los ojos, esperando alguna respuesta a su réplica. 

— ¿Yo celosa de Dean? —pudo decir apenas. 

— Que nos besemos o hagamos lo que sea en tu casa no significa nada, Violet. Creí que sabías que era algo de niñas, de aburridas, no sé. 

Lo dijo con tal tranquilidad que le quemó la garganta. Ya no podía ignorar más esa voz. Tiene razón. Tiene razón. Tiene razón. Tiene razón. Tiene razón.

— Como sea. Ya no podemos perder más el tiempo. Iré a buscar a Katya para que nos acompañe en la reunión con la entrenadora. 

Tiene razón. Tiene razón. Tiene razón. 

Cuando encontró a Katya obviamente haciéndolo con Trixie, sintió envidia. Y así, la voz siguió creciendo, y creciendo: Tiene razón. Tiene razón. Tiene razón. Tiene razón. Quiso que se callara, porque el orgullo le dolía desde el fondo del pecho hacia el resto del cuerpo, y tan solo quería que la sensación desapareciera para poder actuar como si nada hubiese sucedido, como siempre. No le iba a quedar otra que ignorar lo que por dentro gritaba. Y quizás ya hace rato que no paraba de resonar en su cabeza. 

Tiene razón.

Me muero de celos. 

método científico ; trixya a.u.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora