XVIII

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Ese día había comenzado tan, tan suave, que al despertar pudo removerse en su cama por mucho tiempo disfrutando la suavidad y calidez de sus sábanas. Se levantó, vistió con lo primero que encontró en su camino y se maquilló con una torpeza no tan común en su rutina, lo que tuvo que haber llamado su atención, pero no lo hizo. Se dio un espacio especial para desenredar su melena rubia y planchar su flequillo, que de vez en cuando solía desordenarse. Sólo una vez que estuvo afuera del edificio en donde vivía y esperaba el bus que le encaminaba cada día hacia su colegio, comenzó a sentirle. 

Ahí, en su pecho, como un pequeño nudo que comenzaba a apretarse. No le importó, pensó que si le ignoraba por un rato podría desaparecer como a veces lo hacía. Respiró profundo tres veces después de pagar el boleto y buscó un asiento a un lado de la ventana.

Así le acompañó durante todo el día, colándose en las actividades que hacía todos los días: sentarse en el pupitre incorrecto, que su lápiz caiga durante ese examen de matemática, no entender ni una palabra de la profesora de literatura. Aún era controlable cuando tomó el bus devuelta, descubriéndose externa durante toda esa jornada.

Cuando llegó al departamento que compartía con sus padres y su hermana, tan pronto como notó que estaba en soledad, fue el momento en el que arrasó con ella. 

Ese nudo que parecía inofensivo comenzó a provocarle dificultades para respirar, y sus ojos sin explicación se cristalizaban y luego volvían a la normalidad. No tenía tristeza ¿por qué tendría ganas de llorar? Caminó por el largo pasillo de la sala, luego por la cocina americana, la habitación de su hermana y la suya, hasta por fin llegar al destino que pensó que le podría ayudar: la habitación de sus padres. Tiró ambos zapatos que estaba usando en cada extremo de la habitación, sin importar en donde cayeran, y se dejó caer en la cama. Con el rostro escondido entre las almohadas, dejando su maquillaje entre las fundas blancas, razón por la cual su madre siempre le regañaba. 

Cerró los ojos. Contó hasta cinco, intentando controlar su respiración. Se descubrió más agotada de lo que pensaba que estaba, pues cada miembro de su cuerpo hormigueaba ante el cansancio. Recordó lo que había dicho su psicólogo ante ataques de este tipo: tenía que pensar en cinco cosas que podía ver, cuatro cosas que era capaz de escuchar, tres cosas que podría tocar, dos cosas que tenían olor y una cosa que era posible saborear. 

Pensó en cinco cosas que podía ver. 

Para eso giró un poco su cabeza, y abriendo solo un ojo, observando la mesita de noche que tenía su mamá. Tenía un color verde pastel y tres grandes cajones. Sobre él, una foto familiar, el colgante de oro en forma de cruz (su familia y la religiosidad) , una pequeña lámpara que aún no tenía ampolleta puesta y un esmalte de uñas carmesí. Cinco. Ahí habían cinco. 

Quería dormir. Pero no podría dormir. Ahora el nudo que tenía en el pecho se instaló también en su garganta. 

Pensó en cuatro cosas que podía escuchar. 

Volvió a cerrar sus ojos y a enterrar su rostro en las almohadas, respirando torpemente con la boca abierta. Bueno, en ese caso, estaba escuchando su respiración. Si prestaba mucha atención, podía sentir los autos a lo lejos. Aún quedaban dos sonidos. 

Aun quedaban dos sonidos. 

¿Qué más? 

quémásescuchoquémásescuchoquémásescuchoqué

No tenía más ideas. No había más sonidos. Literalmente estaba sola en ese departamento tan, tan pequeño. Se ahogó más. La frustración y la impotencia le hizo llorar, y tan pronto como las lágrimas cayeron atropelladamente por sus ojos, peor fue la tarea de respirar. 

Las bocanadas de aire le provocaron asco. Una arcada, dos. No alcanzó a llegar a la taza del váter, se dejó vomitar en el suelo. 

Estaba llorando. No podía respirar. Había un olor inmundo en la habitación. No podía moverse. No tenía energía. Quería irse de ese lugar. 

¿Pero a dónde? 

Rusia no fue casa para ella, y Estados Unidos tampoco le estaba dando la conformidad de un hogar. Y se sentía tan, tan cansada que no podía moverse y ¿Te imaginas qué significa no poder dormir, moverse, no tener energía y no poder hacer nada? 

Eso era lo malo. 

Era inútil. 

No podía estudiar, no podía terminar un entrenamiento sin tener que descansar un poco más que las otras chicas, dormía casi todo el día después de llegar a casa. Quizás necesitaba un cigarro. O abrir una ventana. O una caminata, o una amiga, o comer un plato de comida normal, o comer a sus horas, o en cantidades normales, o dejar de pensar en lo que fue. 

Porque fue. 

Veronika no era un angel, ya no se iba a volver a drogar (o eso le prometió a su hermana, por lo menos esta vez de verdad lo sentía... no sabía si le creyó considerando que era la séptima vez que prometía), ya no iba a volver a escaparse a la mitad de la noche y aparecer una semana después. No tendría ni su cama de allá, menos el club deportivo de gimnasia por el cual tanto tiempo había luchado entrar, y del cual tuvo que cerrar su suscripción por ir al centro de rehabilitación. 

Estaba horrible. Realmente horrible. Su pelo sucio, su ropa sudada, su cabeza aún dando vueltas gracias a la falta de oxígeno. No se dio cuenta que seguía llorando, porque se seguía sintiendo inútil, porque seguía exhausta de estar ahí. 

Sintió el cerrojo abriéndose, y a su hermana mayor entrar a la casa. Caminó por todo el pequeño departamento llamándole hasta que le encontró, débil en la cama de sus padres, con todo el desastre del suelo. 

— Ya llegué. —le afirmó, dejando su mochila sobre algún lugar y hablándole tranquilizadoramente. Tal como le habían enseñado los psiquiatras en su momento.— ¿Quieres limpiarte? Puedo ayudar a levantarte. 

Sólo otro ataque de ansiedad. 

Ya todo estaría bien. 

Por lo menos ya eran menos seguidos ¿No?

¿No?

(Aún había mucho camino que recorrer)


método científico ; trixya a.u.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora