— 𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐔𝐍𝐎 —
A la mujer aún le faltaban unas dos calles para llegar a casa de su padre, su parte favorita de la semana. Con cada paso que la mujer daba, los tacones que se había puesto esa mañana le causaban un dolor bastante fuerte. El cansancio y el sueño, al igual que el dolor, ya la tenían agotadisima. Pero ¿Qué podía hacer? aunque no era lo más saludable, ella se despertaba a las 5am todos los días para cumplir con su turno en el hospital y luego antes de las 1pm debía estar en su segundo trabajo, una pequeña cafetería que se ubicaba al otro lado de la ciudad.
¿Era agotador? Claro que sí, pero eso no le importaba. No solo la mantenía distraída durante todo el dia, sino que también el dinero extra nunca esta de mas.
Los pensamientos suelen ser los enemigos de las mentes más débiles, al igual que los recuerdos. O al menos eso era lo que la joven mujer pensaba, así era como ella veía su situación.
Sus mejillas estaban rojizas ante el cansancio, sus pies mataban y su cabello se encontraba demasiado desarreglado, pero al menos su respiración iba bastante tranquila, y eso era algo que la tenía aliviada.
Cuando su mirada se encontró con el gran edificio en donde su padre vivía, una pequeña sonrisa se instaló en su rostro. La mejor parte de su semana estaba a solo unos cuantos pasos.
Al adentrarse al gran edificio, sus tacones resonaron demasiado fuerte, llamando la atención de algunos residentes que estaban en el primer piso, antes de subir al departamento pasó rápidamente por la pequeña tienda de los ancianos que viven allí. Sin pensarlo demasiado, compró una gaseosa junto con un par de caramelos y unas galletas, la adorable señora la atendió con amabilidad todo el tiempo, hasta que llegó el idiota de su esposo. Sun-Hee salió rápidamente para evitar encontrarse con el desagradable y grosero anciano.
Pobre mujer, se casó con un imbécil.
Una vez dentro del elevador presiono su piso y apoyó su agotado cuerpo en la pared metálica esperando a que la puerta se cerrará definitivamente. Cerró sus ojos por un momento tratando de alejar el sueño que sentía, cuando una mano evita que las puertas se cierren. La mujer abrió sus ojos y se encontró con un joven de aspecto desaliñado y con su cabello igual de desastroso que el de ella, aunque él parecía que no se lo había cortado en bastante tiempo. El más joven observó a la mujer a su lado, y esta le dio una amable sonrisa poniéndolo nervioso.
— ¿A-a que piso subes? — preguntó tímidamente el adolescente.
— Piso 14... — respondió la mujer con una sonrisa.