Capítulo 5: "La puta puerta"

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Posibles errores de tipeo u ortográficos, por favor avisar.

Advertencia: contenido delicado, agresividad y violencia.

***

—¡Aah! —escucho a la persona de la ducha decir antes de que se vuelva a cerrar. —¡No vi nada, lo juro! —grita.

Yo me limpio rápidamente, me subo los pantalones y los abrocho. Tiro la cadena.

—¿¡Pero que mierda haces en la ducha del baño?! ¡¿Sabes que alguien podría pasar a hacer sus necesidades como yo, o a.., o al... —me trabo un poco por no estar en mis cinco sentidos, pero igual sigo. — o algo más asqueroso y ni sabrían que estás aquí?! —grito, me dirijo al lavamos y doy el agua para lavarme. Me seco las manos y abro la cortina de la ducha.

—¡¿Pero que sabía yo?! ¡Llevo encerrado aquí como dos horas! ¡Y nadie había entrado! —responde el pelinegro. Yo retrocedo un poco.

—¡Pero que mierda te costaba responder cuándo golpee! —reclamo. Apoyándome en el lava manos para no perder el equilibrio.

—¡Pues discúlpame por haberme quedado dormido luego de estar dos horas aquí y no sentir los golpes en la puerta! —ahora él grita.

—¡Ah! —no sé porque, pero grito.

—¡Ah! —grita él también y yo no puedo evitar reírme, el me mira unos segundos analizándome, suspira, pero luego comienza a reírse conmigo. Luego de unos minutos riendo logro volver a hablar.

—¿Por qué siempre te encuentro en todos lados? —le pregunto ahora ya más calmada, sentándome en el retrete, con la tapa abajo.

—quizá porque nunca te fijas por dónde vas. —responde el con ironía, le doy una mirada de pocos amigos.

—puede que esté un poco pasada de copas, pero sé por dónde voy, por ejemplo —lo apunto sin darme cuenta, con el dedo de en medio. —no entré a ninguna de esas habitaciones con calcetines, y eso sí que sería muy incómodo. —pongo mi cara entre mis manos mientras apoyo los codos en mis piernas. Abel se incorpora y se sienta en la orilla de uno de los lados de la tina y queda a mi altura.

—¿sería más incómodo que hacer pipí conmigo en el baño? —pregunta alzando una ceja divertida.

—oh, cállate idiota. —respondo. —de todas formas ¿Qué haces aquí? No creo que sea muy cómodo dormir en la tina.

—ya te lo he dicho, me quedé atrapado, la perilla no abre desde dentro, y el idiota con el que vine no me responde los mensajes. —dice pasando una de sus manos por su cabello, desordenándolo. Un haz de luz proveniente de la ventana le llega justo al rostro, haciendo que uno de sus ojos se vea claro y el otro oscuro. Se ve como un cuadro muy bueno para una foto. Sopla con la boca y saca los mechones de pelo en su cara.

Ay, yo quiero pasar mi mano por su cabello también.

¡Arti! Concéntrate.

—¿viniste con un chico? —lo miro divertida, y entrecierro un poco los ojos. —¡uuuh! Cuéntame. —pido.

—Ahg. —rueda los ojos. —no de esa forma, bruta, es mi amigo, seguro que está en alguna de esas jodidas habitaciones con calcetines. —dice y yo asiento. De repente el recuerdo del cartel me viene a la mente y ahora tiene su explicación, suelto una risa por lo bajo. —¿de qué te ríes? ¿o es solo porque estas borracha?

—primero, ya se me quitó la borrachera solo por el disgusto que me diste, y segundo, eso explica el cartel de la perilla mala. —el me mira como si no supiera de que hablara. —olvídalo. —el asiente.

El secreto de AbelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora