Capítulo 9: Todo mal

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Maratón por lo desaparecida que he estado.

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(Aclaración: los hechos relatados durante los episodios depresivos no son verídicos, pues salen de mí imaginación, si bien puede haber similitudes con la realidad, es solo ficción. Muchas Gracias.)

Una semana.

Siete días le lleva a Nathan superar el episodio. Siete días en los que no me he separado de él, en los que he estado lo más posible a su lado, en los que solo fui a clase y volví porque me necesitaba. Siete días eternos, pero que al fin han acabado y Nath, después de todo, ya se siente mejor.

Los episodios de depresión son los más difíciles. Lo veo apagándose, sin esa luz que siempre está presente en él, su estado de animo anda por los suelos, casi ni habla, o a veces no deja de hacerlo, y no quiere comer. Me baño con él por seguridad, aunque sé que no es capaz de cometer una locura, prefiero tener la certeza de que está bien. Son días en los que todo le afecta mucho y con Cody intentamos que sea más llevadero.

También son días en los que quiere recaer, en los que busca por todos medios dejar de sentir, ya sea con drogas, alcohol o medicamentos, y tenemos que ser fuertes para no ceder, porque eso solo le haría peor.

Creo que los peores momentos son cuando veo su alma rota frente a mis ojos, cuando llora en su cama con pena, y se odia a si mismo. Cuando todo él mal de su pasado le afecta tanto que comienza a golpearse, o intenta herirse para sentir cualquier cosa más, que él dolor de su corazón. Momentos en los que me suplica que le de algo para calmar las voces en su cabeza, en los que comienza a alejarme porque dice que soy demasiado para él, que no me merece. Cuando grita en su almohada para poder liberar un poco la presión, cuando se arrodilla a mis pies o los de Cody y suplica porque le demos pastillas para dormir, para dormir el resto de la vida porque no aguanta ese sufrimiento. Cuando se acuerda que en toda su vida nadie nunca lo ha amado tanto como para quedarse, como para cuidarlo, como para ayudarlo. Cuando cree que es un error y que todo lo que ha hecho está mal porque él ni siquiera debía haber existido si no iba a ser amado.  Cuándo sus ojos están tan rojos que le duelen porque no puede dejar de llorar y los puños le sangran por golpear la pared con desenfreno, buscando otras maneras de sufrir, porque su mente le atormenta, y es peor que el dolor físico.

Me duele verlo y no poder ayudarlo, no poder hacer más que abrazarlo y asegurarle que no me iré, que estaré ahí, que no lo dejaré caer, y asegurarle que es muy amado, aunque él no lo note. Me duele el corazón verlo con él corazón roto, con los ojos inyectados en sangre, las lágrimas cayendo sin parar por el costado de su cara y su cuerpo casi inerte en la cama, sin ganas de vivir, sin ganas de soñar, sin ganas de sonreír. Guardando todo el sufrimiento para él.

Lo más extraño es que durante estos episodios, su agresividad y desenfreno desaparecen, está tan encimado en su odio a si mismo que no puede sentir nada más.

Pero luego de esta larga semana, al fin se encuentra mejor. Y aunque me gustaría quedarme un poco más debo ir al piso con Maia, y alistar mis cosas porque, debo visitar a mi familia y se nos viene una expedición con mi grupo de clase.

—Nath, sabes que si me necesitas me quedaré. —observo sus ojos, sus pupilas están un poco dilatadas y me detallan con lentitud. Es lunes, deben ser aproximadamente las 8 y yo debo irme si quiero alcanzar a ducharme antes de ir a clases. Nos encontramos acostados en la cama de Nathan, mirándonos frente a frente, los rayos de luz se cuelan por la cortina proyectando un ambiente muy acogedor, su rostro es dulce, me mira con ternura—solo tienes que decirlo, no te calles. —acaricio su rostro suavemente, él cierra los ojos un segundo ante él contacto.

El secreto de AbelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora