Capítulo 33

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Siempre he tenido sentimientos encontrados respecto a la Navidad. Cuando era muy pequeña, sé que la disfrutaba enormemente. Papá se pasaba el día jugando conmigo y los regalos siempre me fascinaban. Apenas las recuerdo, pero hay fotos que lo confirman.

Con Anastasia, sin embargo, eran terroríficas. Esos días no me hacía nada, no me atemorizaba ni me pegaba, pero se encargaba de hacerme sentir como si sobrara. Y sentirte fuera de lugar en tu casa es una de las peores sensaciones del mundo. 

Cuando juegas con otros niños en la calle, suelen decir 'casa' para indicar que están en zona segura. Yo no podía decir eso, porque, para mí, 'casa' era una zona de guerra, una guerra en la que me encontraba inmersa sin armas, totalmente desprotegida, destinada a hundirme entre los escombros de aquella fatalidad.

Papá intentó darme las mejores Navidades tras mi regreso del internado y su ruptura con Anastasia, pero las pesadillas durante las fiestas estaban aseguradas. Troy fue el único que logró hacerme sentir lo suficientemente segura para dormir tranquila.

Estas son mis primeras fiestas desde los quince años despertando en una cama que no es la suya, entre unos brazos que me protegen tanto o más que los Troy, pero que son diferentes. Y mentiría si dijera que esto no se siente jodidamente bien.

―Buenos días, mi amor ―susurra Leo dejando besos húmedos por mi cuello.

―Buenos días ―digo somnolienta―. Te has despertado muy juguetón, por lo que veo.

―Necesito una ducha fría, sí, pero quería darte los buenos días primero ―dice girándome para mirarme.

―Oye, estamos en casa de tus padres ―digo antes de besarlo lentamente―. ¿No crees que, estando gran parte de tu familia aquí, deberíamos ahorrarles gastos?

―No te entiendo, Kat. No tienes que pagar por estar aquí.

―Ya, pero podríamos, no sé... ―digo fingiendo duda―, ahorrar agua, por ejemplo.

Una sonrisa traviesa cruza su cara.

―Nada me gustaría más, pero dudo poder contenerme ―susurra casi sobre mis labios.

―¿Quién ha dicho que te contengas, amor? Yo quiero que hagas todo lo que quieras ―dejo un casto beso en sus labios y me levanto, dirigiéndome al baño que hay en nuestro cuarto―. Si quieres venir, eres bienvenido.

Tras quitarme el pijama y meterme en la ducha, comienzo a recorrer mi cuerpo con las manos, deseando que Leo venga a ayudarme. Para mi suerte, no tarda en acompañarme, y su boca busca la mía rápidamente. Adoro cuando me besa lentamente, deleitándose de cada movimiento, de cada sensación, pero aún me gusta más cuando se deja llevar completamente, como ahora.

Nos exploramos mutuamente, con una gran carga de deseo. De un momento a otro, Leo está arrodillado, sujetando mi pierna sobre su hombro con una mano mientras que la otra se amolda a uno de mis pechos. Su lengua está provocando que tenga dificultades para mantenerme en pie.

No creo que haya mejor sensación que sentirse amada y deseada por la persona que despierta esas mismas sensaciones en ti. Es bien sabido que el sexo es placentero y a todas nos gusta, pero no es lo mismo hacerlo estando enamorada que sin estarlo. Es en los momentos en los que me fusiono con Leo cuando alcanzo el mayor placer imaginable y sé que quiero estar siempre con él.

Tres orgasmos y una ducha en condiciones después, nos disponemos a bajar a la sala con nuestros pijamas navideños a juego.

―Buenos días, tesoro ―saluda Charlotte, la madre de Leo, a su hijo.

―Buenos días, mamá ―ambos se dan un abrazo y, posteriormente, Leo se sienta a la mesa.

―¿Qué tal has dormido, querida? ―pregunta Charlotte dirigiéndose a mí.

La chica nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora