Epílogo

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Nashville es una de mis ciudades favoritas del mundo. Llevo tiempo sin venir, cinco años concretamente, pero no porque no echara de menos su belleza.

Mudarme a Los Ángeles, aunque fue un movimiento desesperado para no quedarme en la calle, así como para huir de lo que creía sería una soledad absoluta, resultó siendo mi decisión más acertada.

Cinco años. Cinco preciosos e intensos años llevo viviendo en la ciudad más poblada de California. He terminado la carrera, consiguiendo, incluso, que una importante Galería de Arte me comprara seis de mis obras, cinco de las cuales se vendieron en apenas dos semanas.

Todo esto es gracias a Leo, por supuesto. Fue él quien me impulsó a mostrarlas al mundo.

La misma galería, además, me ofreció un puesto de trabajo, pero soy inmensamente feliz trabajando para Polly (por no hablar de que cobro más del doble de lo que me ofrecían).

Jason sigue siendo mi desastre favorito. Lleva año y medio saliendo con una chica preciosa que se ha integrado rápido con todos. Todos los viernes por la noche se pasan por el DreamClub, junto con el resto del grupo, y cada martes quedamos los dos solos para comer. ¡Hasta le ha cogido cariño a Leo! No llegan a amigos, pero varias veces los he pillado hablando muy animadamente.

William y el Golden desaparecieron de nuestras vidas. Bueno, miento. Will y yo seguimos yendo al mismo gimnasio, pero no hablamos tanto como antes. Creo que su padre lo ha involucrado mucho más en sus negocios, por lo que apenas se le ve el pelo.

Un par de meses después de cumplir mis veinte años, Josh y Lorelai se dieron el sí quiero en una preciosa playa de Santa Bárbara. Sí, lloré muchísimo. Especialmente con los votos, que mostraron el lado extra romántico de mi mejor amigo. Como dato adicional, necesito resaltar que Josh consiguió que fuera de dama de honor. Me hicieron llevar un vestido de color rosa pastel que odiaba, pero que tuve que ponerme de todas formas.

El ramo lo cogió Florence ―siempre será Florence para mí―, pero ella y Troy, pese a seguir juntos y felices, no dieron señales nunca de pretender casarse pronto.

A todos nos ha ido medianamente bien, tanto en el amor como en el aspecto laboral, aunque estaba claro que la burbuja de felicidad terminaría explotando.

Por eso estoy hoy aquí, en Nashville, en un funeral. Porque la burbuja de felicidad se ha ido a la mierda.

―Lo superarás, como todo bache que ha aparecido en tu camino ―susurra Leo sujetando firmemente mi cintura―. Desahógate, amor. No te lo guardes.

Las lágrimas pican en mis ojos, pero no quiero montar un espectáculo aquí. No quiero ser el centro de atención. No quiero que sigan dándome el pésame. ¿Por qué lo hacen? No éramos realmente familia.

Josh, como siempre que lo he necesitado, sostiene mi mano del lado en el que no está Leo, mostrándome su apoyo y disgusto ante la situación. Porque el accidente doméstico que han dado como causa de la muerte es una mentira. Esto ha sido un asesinato.

Y aquí estoy, en el funeral de la única mujer que ha ejercido de madre conmigo. Kate, prometo que tu muerte no quedará impune.

Solomon y yo no nos hemos hablado siquiera. ¿Para qué? Nunca nos llevamos bien. Me echó de casa en uno de los momentos más dramáticos de mi vida. Es un maldito maltratador. Maltratador que, ahora, se ha convertido también en asesino.

La vibración de mi teléfono hace que separe mi mirada del semblante fingidamente triste del viudo.

Polly: todo listo, Liv. ¿Me encargo yo o te dejo a ti el control?

Cierro los ojos para meditar la respuesta. Debido a mi dolor, este acto no resulta para nada sospechoso, por lo que Leo se limita a posar un beso en mi sien, creyendo entender la situación.

La chica nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora