•Epílogo•

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•1 año después•

En un año se pueden aprender y experimentar muchísimas cosas.

Quizá para algunos podía tratarse de un periodo muy corto de tiempo. Para otros, de uno extremadamente largo y lleno de desafíos. Aunque lo cierto es que, sea la que sea la perspectiva desde que lo veas, siempre terminarás aprendiendo algo, porque la vida es así, un constante camino lleno de aprendizajes.

Yo aprendí a valorar todos y cada uno de los momentos junto a las personas que amo. Aprendí que cada día era un desafío. Aprendí a no dejar pasar ninguna oportunidad que se me presentase sólo por temor al fracaso.

Aprendí que está bien caer, romperse y llorar, es algo completamente normal que en ocasiones no podemos evitar. Aprendí que equivocarse también es parte del proceso de crecer. Aprendí a agradecer por todas esas pequeñas cosas básicas y simples que era afortunada de tener.

No fui la única que aprendió.

Nathan también lo hizo.

Experimentó, cayó, se levantó y continuó luchando por sus sueños, jamás se dio por vencido. Cuando le pregunté qué era lo que lo motivaba a seguir esforzándose por lograrlo un poquito más todos los días, me respondió: «cuando miro hacia el pasado, veo a un pequeño Nate lleno de miedo y con un enorme amor hacia la música. Recuerdo al chico contándole sobre ello a su padre y la gran mirada de desaprobación que le lanzó o la manera en la que se burló de él. Estuve a punto de cometer uno de los errores más grandes de mi vida y a sentenciarme a ser un infeliz. Pero ahora que puedo y finalmente hago lo que más amo, quiero hacerlo sentir orgulloso... quiero hacer sentir orgulloso al Nate temeroso de su yo de ahora, porque ya no tengo miedo».

Y yo estaba muy orgullosa de él, realmente lo estaba.

Un mes después de dar inicio a sus clases en la universidad, Nathan comenzó a asistir a sus sesiones con el psicólogo. Al principio le costó, le costó muchísimo y estuvo a punto de echarse para atrás, pero no lo hizo. Me sentí tan feliz por él al saber que no requeriría de medicamentos y que había empezado a poder controlarse por sí mismo. Estuvo asistiendo por algunos meses sin dejar pasar ninguna sesión, hasta que finalmente, luego de un largo proceso, lo dieron de alta. Creía sin duda alguna que ir por ayuda cuando de verdad lo necesitábamos era uno de los mejores actos de amor propio que podíamos darnos.

Después de tanto tiempo de insistencia y motivación por parte de Steve, Nate se animó a abrirse un canal de YouTube en donde compartía covers y canciones propias, actualmente contaba con cerca de medio millón de suscriptores. Mi novio no podía más con la felicidad y emoción que sentía por ello. Los fines de semana se reunían por videollamada y su mejor amigo se había declarado a sí mismo como su representante oficial. Adoraba la amistad de esos dos.

—¡Ya están aquí! ¡Lane! ¡Nate!

Al entrar a casa de los Hederson, Lizzy fue la primera en abalanzarse contra nosotros con una fuerza que nunca antes había visto en ella. Me tambaleé un poco y luego reí, observando cómo Leo y Thomas se nos acercaban a pasos apresurados para luego hacer lo mismo que su hermana. Sonreí alegre, dejando mi maleta de lado para rodearlos a los tres en un fuerte y cariñoso abrazo.

—¡Mis niños! ¡Llegaron!

Tía Rosie apareció por detrás de los pequeños y extendió los brazos de lado a lado, soltando un gritito de emoción. Se aproximó hacia donde estábamos y nos abrazó a ambos como pudo, llenándonos de mimos.

—Dios, mamá —Nate carcajeó, soltando su maleta— Ni yo le doy tanto amor a mi pecosa, me haces quedar mal.

—Es porque tú la ves todos los días —respondió la mujer, todavía sin separarse de nosotros— ¡Los extrañé muchísimo! —ella nos soltó y tomó mis mejillas entre sus manos— Lane, cielo, estás preciosa —me sonrió, para después posar su mirada en ambos—. ¿Ya comieron? ¿Qué tal todo? ¿Tienen frío? ¿Quieren beber algo? ¿Tienen hambre? Sí, de seguro sí. Vamos a la cocina, deben estar hambrientos.

Un Dulce InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora