Creo que no hay nada más horrible en este mundo que ver a una persona a la que amas sufrir. Verla llorar, saber que se siente pésimo y caer en cuenta de que no puedes hacer nada para poder hacerla sentir bien, porque se trata de algo que sencillamente se te va de las manos.
Saber que esa persona tan importante en tu vida no está pasando por su mejor momento y la sensación que te causa es algo que no se lo deseo a nadie. Es inquietante, es desesperante, es aterrador y provoca una angustia que te persigue a todos lados sin importar lo que hagas. Las ganas de adentrarse a su cabecita y saber con exactitud lo que en realidad le sucede es tentadora, porque por supuesto que así sería muchísimo más fácil entregarle tu ayuda.
Pero no.
Frente a mí, del otro lado de la pantalla, una Rachel con la respiración entrecortada me observaba con los ojos completamente rojos y llenos de lágrimas. Dolida, triste, destrozada, decepcionada... Con el corazón roto.
Y me sentí una completa inútil al darme cuenta de que no había mucho que yo pudiese hacer a la distancia. Porque quería estar con ella, quería abrazarla muy fuerte y comprarle esa deliciosa hamburguesa que mi amiga tanto amaba y solíamos comer juntas cada vez que estábamos decaídas.
La extraño, la extraño muchísimo y ya estoy harta de verla sólo a través de una estúpida pantalla.
Si bien las vacaciones habían tenido su lado bueno, este era el malo. Rachel Cook y yo éramos tan unidas que sencillamente no podíamos estar la una sin la otra. Nos necesitábamos, siempre. Ambas sabíamos que aquello no era bueno, en algún momento nos tendríamos que separar —ya sea por cuestiones de estudio, trabajo, o, en este caso, vacaciones— y no habría nada que pudiéramos hacer al respecto... No podíamos aferrarnos por más que quisiéramos.
Puedo afirmar, sin duda alguna, que mi amistad con Rachel Cook es de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Siempre está para mí, yo siempre estoy para ella. A pesar de tan sólo tener dieciocho años, hemos pasado por muchísimas cosas importantes juntas.
—Tenías razón, el amor apesta.
Su voz salió entrecortada y sus sollozos se fueron intensificando cada vez más, provocando una presión en mi pecho. Me dieron unas enormes ganas de atravesar la pantalla para darle un fuerte abrazo, porque verla triste, dolida y vulnerable frente a mí me rompía el corazón.
Como siempre, tuve que pensar muy bien mis torpes palabras antes de soltar alguna estupidez no adecuada para el momento. No quería hacerla sentir mucho peor de lo que ya estaba.
—No es verdad, crespita —musité, comenzando a entrar en desesperación—. El amor es así, ¿bien? En algún momento absolutamente todos sufriremos por amor, nadie se salvará de ello, es parte de la vida.
—¡Es la cuarta vez que me sucede, Lane! —respondió entre llantos—. Tú misma dijiste que el amor apesta.
Bien, eso es verdad.
—Ya, lo sé —solté un suspiro, intranquila— Pero...
—No confiaré nunca más en nadie, enamorarse es una mierda.
Rachel tomó la almohada que tenía junto a ella y se la pegó al rostro, dejando escapar todas las lágrimas que había acumulado. Acto seguido, oí un grito de su parte, el que fue suavizado gracias a la almohada contra su cara.
—Escucha, Rach ―pronuncié, tratando de llamar su atención― Mereces a alguien que te ame de verdad... Mereces absolutamente todo lo bueno de este mundo, cielo, porque eres la persona más comprensiva, divertida, alegre, bonita y carismática que conozco ―ella parecía escucharme, sin embargo, aún no se descubría el rostro― Crespita, mereces a alguien tan increíble como tú, ¿bien? Y quizá en esta ocasión simplemente no era. Las cosas se construyen con tiempo, Rach, ya verás que, cuando menos te lo esperes, esa personita aparecerá en tu vida.
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Un Dulce Invierno
RomanceLo que para Lane serían las mejores vacaciones de su vida, terminan convirtiéndose en un completo vaivén lleno de emociones ante la propuesta de su madre. Lane Foster y Nathan Hederson se conocen desde pequeños, podría decirse desde que nacieron. Un...