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Agustín se puso un traje, se peinó formalmente y su madre le abrochó el moño en el cuello.

Él se sentía y también se veía como un robot.

Hassan lucía como la contraparte de su anfitrión. No llevaba una ropa formal, sólo una camisa blanca arrugada y unos pantalones cortos que no combinaban con los zapatos marrones que utilizaba. Era una muestra clara de rebeldía.

Eloísa, en cambio, demostró pertenecer a otra categoría distinta con su vestido pulcro, su cabello peinado y su sonrisa pueril.

Agustín comenzó a preguntarse cómo había sido posible que compartiera genes con Hassan.

En toda la cena el mayor de los Marzak no dejó de quejarse mientras que la pequeña de ojos celestes sonreía y pedía disculpas. Ella reveló poco a poco un cambio en su temor e inseguridad que con los años pulió.

Agustín terminó de cenar y se marchó a su habitación. Sabía que su conducta no era la adecuada al ser el anfitrión, pero no quería seguir en la misma estancia que Hassan y Eloísa. Ambos hermanos eran caminos contradictorios y Agustín temía averiguar cuál era el lado equivocado.

Al menos comprendió desde pequeño que Eloya era su antítesis, la antagonista en su historia y no su coprotagonista.

Agustín era tranquilidad que un día explotaría. Eloísa era una dosis de energía que salía a cada instante, aunque titubeante en ocasiones. Eran partes contrarias que no se complementaban, piezas diferentes de un rompecabezas inverso, lados opuestos en el mismo lugar del mundo.

Ni siquiera soportó la presencia de Eloya el día que cumplió ocho años.

— Estuvieron aquí la semana pasada para acción de gracias —se quejó Agustín cuando vio que su madre había invitado a Eloísa Marzak a su festejo de cumpleaños—. Quiero que se vayan.

— Sólo ha venido Eloísa —aclaró su madre al apartarlo del resto de sus compañeritos invitados a la comida—. Hassan está castigado.

— No quiero niñas aquí —insistió al percatarse que la niña de rizos castaños era la única que no compartía nada con él.

Su madre no desistió y Eloísa Marzak permaneció en el hogar de la familia Hessler para compartir la comida y un pastel con Agustín.

Cuando el resto de los niños invitados se hubo retirado, Eloísa ayudó a la madre de Agustín a ordenar el fárrago que él había propiciado en compañía de sus amigos.

Fue en ese instante donde lo notó.

Agustín Hessler se percató que Eloísa veía en su madre una figura que ella no tenía.

Más tarde comprendería que la falta de una madre durante la infancia realmente afecta a cualquier individuo.

Así que dejó a la pequeña en compañía de su madre para irse a su habitación y guardar sus regalos. Incluso le restó importancia al hecho de que Eloya había comido gratis en su hogar sin molestarse en agradecerle o darle un obsequio.

— Desde aquí se ve mi habitación —musitó la niña cuando se aventuró por el pasillo de un hogar que no le pertenecía y acabó frente a la puerta de Agustín—. ¿Puedo entregarte tu regalo? —Le cuestionó a pesar de que ya estaba ingresando en la estancia—. Lamento no poder darte algo mejor, pero mi papá no tiene trabajo y no nos alcanza para mucho.

Agustín no le respondió, únicamente aceptó la pequeña cajita forrada con periódico que Eloísa le entregó antes de irse.

A pesar de que abrió todos sus regalos y éstos iban desde un Nintendo DS hasta figuras coleccionables, ninguno lo hizo tan feliz como la brújula que Eloísa Marzak le obsequió.

«Para que sepas buscar tu destino».

Le escribió.

El valor incorpóreo que el obsequio de Eloya poseía, era trascendental para Agustín.

Conservó la brújula durante un año, tres meses, dos semanas y cuatro días.

La razón por la que el humilde regalo de Eloísa Marzak fue roto y esparcido en un cubo de basura, estaba altamente ligado con la muerte de Simone Hessler.

Cuando la madre de Agustín fue asesinada por Osías Marzak y su padre le obligara a no tener ningún tipo de contacto con los vecinos, la brújula encontró su exabrupto destino de la manera más desacertada posible.

Ahora, tras la pérdida maternal y la de Eloya, Agustín Hessler hubiera deseado conservarla.  

El lado equivocado del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora