Lo despertó su padre para que desayunara con él.
Aunque desconocía cómo se quedó dormido cuando evocaba viejas memorias, sabía que la luz matutina no era la mejor de sus amigas y que no había dormido bien.
— Hoy vamos a que te quiten el cabestrillo —le contó su padre mientras Agustín dejaba la cuchara a un lado de su plato—. Podrás volver a utilizar tu mano habitual.
— Al menos seré más eficaz otra vez —argumentó al mirar hacia su brazo inmóvil, pero que siempre fue la mejor de sus extremidades.
— ¿Cómo va tu memoria?
¿Cómo respondía esa pregunta? ¿Con un "¡Fantástico! No recuerdo por qué se me acusa de homicida, pero sí sé cómo ha muerto mi madre"?
Quizá no fuera la manera correcta de expresar sus pensamientos, así que Agustín Hessler observó el rostro minucioso de su padre e intentó averiguar si le hacía ese cuestionamiento porque había descubierto que buscó información bajo su colchón.
Lo mejor era decir lo que sabía sin delatarse a sí mismo.
— Me acordé de la muerte de mi madre —confesó y la expresión de su padre se tornó irascible—. Recuerdo el nombre de Osías Marzak y el de su hijo, Hassan.
La mirada execrable, el gesto serio y la mandíbula apretada, eran señales de que su padre no sentía ningún pequeño sentimiento de alegría por las memorias recuperadas de su hijo.
— Bueno, no era lo que esperaba que recordaras, pero ya nada puedo hacer contra esa memoria extraída —argumentó su padre al continuar desayunando—. ¿Sabes qué le pasó a Hassan?
La extrañez de la pregunta, la mirada inquisitiva de su padre y el silencioso ambiente no parecían un presagio para la respuesta que Agustín desconocía.
— ¿Tengo que saberlo? —Indagó al detener el proceso de alimentación que lleva de manera ineficiente.
— Me gustaría decirte que no, pero ambos estuvieron muy involucrados para orquestar lo sucedido en esa escuela —expresó su padre con cierto desagrado—. Él estaba ahí. Sólo que su cuerpo se hallaba en la parte del escenario y no en los asientos.
— ¿Cuál fue su participación en el asunto? —Cuestionó Agustín a sabiendas de que su progenitor no le daría esa información.
— Se cree que fueron cómplices —musitó al ponerse de pie y mirarlo con decepción—. Ambos tenían varios golpes y sus huellas estaban en las armas.
— ¿Qué han dicho los testigos?
— Los disparos provenían de la parte superior del escenario —intentó explicar su padre, pero Agustín no comprendía sus palabras.
Hassan, su viejo amigo de la infancia, aquél al que su padre le prohibió hablar, había sido con quien urdió el plan que lo llevó a donde estaba. Seguramente su padre debía estar muy molesto porque su estratagema no funcionó de la manera que planeó, pues él siguió en contacto con Hassan a pesar de que le advirtió que no lo hiciera.
— ¿Había una muchacha? —Preguntó, pues quería aprovechar la disponibilidad de su padre antes de que se marchara.
Sin embargo, Agustín Hessler se mostró temeroso de la posible respuesta.
Si su padre decía que la joven de sus recuerdos estaba en aquella estancia, Agustín asumiría la peor de las situaciones. En cambio, si por el contrario, su padre negaba la presencia de la joven, incrementaría sus dudas.
— Había más de diez muchachas, Agustín, no sé a quién te refieras —argumentó antes de dejarlo solo con la noción de que todo en su mente se difuminaba con premura.
La duda se expandió todo el trayecto al hospital.
Agustín Hessler observó por la ventanilla esperando que el recorrido pudiera propiciar algún recuerdo en él, pero no consiguió más que miradas furtivas de quienes lo reconocieron.
La población local lo odiaba porque seguramente asesinó a algunos de sus familiares.
— Te odian por tu manera de pensar —le aseguró una voz en su mente que distaba de la joven con quien compartía la cama—. Eres un niño adorable, inteligente y seguro de lo que quiere. Ellos tienen que esperar a que alguien les diga lo que deben hacer, Gusy.
Agustín apartó la mirada de la ventanilla, observó a su padre y después ocultó la emoción de su rostro por haber logrado evocar el sonido que producía la voz de su madre.
Era un recuerdo muy personal que no quería compartir con él.
— ¿Cómo te has sentido? —Le cuestionó la doctora apenas arribaron al consultorio.
Agustín guardó silencio y observó a su padre en espera de que él respondiera los cuestionamientos.
— Se mantiene en reposo y no interactúa mucho con el vecindario —manifestó su progenitor mientras la galena retiraba con precaución el cabestrillo de su brazo.
— La confusión y aislamiento disminuirán con el tiempo —declaró la mujer al mismo tiempo que sujetaba el brazo de Agustín cuidadosamente—. Las heridas físicas están sanando, aunque a tu mente todavía le tomará un poco de tiempo más. Sentirás ligeras molestias, pero al menos ya podrás usar tu brazo con más frecuencia.
— ¿Frecuencia? —Inquirió Agustín, pero no porque no supiera el significado de las palabras, sino porque había algo en su mente que no podía salir y que estaba relacionado con ese vocablo.
— Número de veces que sucede o se realiza una cosa durante un período o un espacio determinado —explicó la mujer, aunque Agustín dejó de mirarla para prestar atención a las baldosas que adornaban el suelo.
— Cuántas veces en este mes, ¿eh? —Le cuestionó algún conocido en el pasado mientras él salía del salón de clases—. Agustín, han sido siete veces. Anda, hazlo nuevamente y te pagaré bien.
¿Por qué le pagarían? ¿Qué tenía que hacer?
— Es la tarea de Marc, ¿cierto? —Él no respondió debido al tono que la muchacha de rizos castaños empleó—. Gusy, te he dicho que dejes de hacerlo.
Su voz no parecía molesta. Aunque el ambiente no era certero, Agustín tenía la impresión de aquello era un pleito entre ambos.
— Incrementa tus ahorros —musitó él sin dejar de resolver ejercicios de cálculo que tenía delante.
Debía ser una memoria cercana. Si lo era, estaba cerca de llegar al evento que desembocó con él en el hospital quitándose el cabestrillo.
— No deberías darme tus ahorros —se quejó la muchacha de voz pueril y rizos castaños—. Es tu dinero, no el mío. En el verano conseguiré un trabajo e incrementaré mis ahorros. Tú tienes una beca para irte a Inglaterra, así que necesitas el dinero más que yo. Consérvalo, Gusy.
Ella se lo pidió, pero él no se lo aseguró, simplemente continuó resolviendo ejercicios mientras la muchacha se iba.
— ¿Agustín? ¿Te encuentras bien?
La pregunta era cercana, pero la voz difusa.
Su recuerdo parecía más real y tangible que la compañía que le brindaban su padre y la doctora.
— Sólo quiero ir a casa —aseguró, cuando en realidad lo que más añoraba era recordar.
ESTÁS LEYENDO
El lado equivocado del mundo
Krótkie OpowiadaniaAgustín Hessler confía en que las brújulas lo llevarán al destino correcto que debe ocupar en el mundo. Primero parece ser que Inglaterra es el lugar idóneo. Sin embargo, a veces te encuentras en un lugar provechoso del que reniegas incansablemente...