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Era el cumpleaños número quince de Eloísa Marzak cuando el reloj en la habitación de Agustín Hessler anunció que eran las dos de la madrugada.

No fue el ruido del reloj el que despertó a Agustín ni tampoco el hecho de que las cortinas estuvieran abiertas y le permitieran a la luz entrar, sino que la gresca suscitada en el exterior comenzaba a perturbar el sueño de Agustín.

Eloya portaba un vestido rojo, demasiado escotado, excesivamente corto y nada infantil. No tenía la apariencia de la niñita hostigosa que recordaba, pero no le parecía una mujer exótica, simplemente se veían como un títere mal disfrazado.

Ese día Agustín se quedó despierto y se permitió observar por la ventana hacia la habitación de Eloísa Marzak. No fue testigo de pasos de baile o de la desnudez de la joven, al contrario, presenció un grotesco intercambio de palabras silenciadas hasta que Eloya dijo algo que enfureció a Hassan y éste abofeteó a su hermana menor.

¿Cómo se llamaba a eso que sintió Agustín cuando fue testigo de ese acto violento sin poder intervenir? ¿Qué había suscitado su molestia? ¿Tenía alguna relación con el incordio que Hassan engendraba en todos o era por Eloísa y su mundo pueril?

Cualquiera que fuera su respuesta, la decisión tomada en la exhibición de animadores durante el mes de septiembre fue influenciada por aquel encuentro en la azotea que Agustín sostuvo con Eloya.

— Hassan me está esperando y tengo que irme —le dijo, pero él no creía en eso.

No le mencionó que había visto la discusión. Ella sí mencionó a Philipa, pero Agustín estaba más interesado en encontrar la manera de llevarla a su casa sin que Hassan se enterara.

— Igualmente puedo acompañarte a casa —insistió y Eloya no le dijo nada, sólo se marchó y él no la siguió.

— ¿Dónde estabas durante mi presentación? —Se quejó Philipa más tarde, cuando habían terminado de tener sexo y ella indagaba en el significado de su tatuaje.

— Estaba en la parte trasera, sabes que no soy afín a los deportes.

— Pero sí a practicar la cacería —lo reprendió.

Las últimas semanas Agustín había mostrado cierto gusto por el uso de armas porque Marc tenía un primo que era militar y en una de las tantas ocasiones que resolvía su tarea, Agustín quedó con él para practicar tiro. Al primo de Marc le gustaba cazar, así que la afición fue adquirida por Agustín Hessler y con la recomendación del familiar de Marc, acabó yendo de caza cuando era temporada al menos tres veces.

— Tiene cierto toque de serenidad, aunque no lo creas —aseguró Agustín al besar a su novia.

— ¿Serenidad? —Se burló Philipa—. Sólo no me mates —pidió antes de levantarse para cambiarse—. Agustín, la pasamos genial en ciertos momentos, pero seamos sinceros, no somos el uno para el otro.

Eso ya lo sabía.

Así que le permitió hablar.

Él se iría del país. Ella se quedaría.

Él era una especie de sentimiento acumulado que al liberarse no sería un espectáculo grato. Ella era jovial e impúdica; no sentía vergüenza y él, sólo expresaba molestia.

— Si necesitas ayuda con tus tareas, puedo ayudarte —mencionó al estar a punto de despedirse. ¿Por qué no sentía nada?

— Si necesitas tener acción, sólo llámame —aseguró Philipa, demostrando el poco respeto que tenía por las relaciones formales.

Sin embargo, Agustín no la llamó. En ocasiones le resolvía las tareas, pero nunca quedó con ella para sostener relaciones sexuales.

En cambio, desde la discusión que presenció, Agustín mantenía las cortinas de su habitación abiertas para contemplar las actividades de Eloísa Marzak.

Entonces ella lo descubrió.

— ¿Eres alguna clase de acosador pasivo? —Inquirió la mañana siguiente al arribarlo cuando pisó la acera.

— La acosadora eres tú —repeló Agustín de manera gélida. No iba a mostrarle interés porque no se lo merecía. Su padre asesinó a su madre y eso los separaría eternamente.

— ¿Quién miraba por la ventana mientras me desvestía? ¡Oh, Gusy, mantienes tus problemas de respuesta rápida!

Su burla debía molestarlo, tenía que hacerlo rabiar, pero lo hizo sonreír. Eloísa Marzak había adquirido

— ¿Y por qué no bajaste la cortina? —La atacó y la expresión chistosa de Eloya incrementó su sonrisa—. No te encenagues. No es lo que esperarían de ti.

— ¿Y quién espera algo de mí? —Demandó al observarlo fijamente mientras se posicionaba delante de él con los brazos cruzados y los anteojos de lado—. ¿Mi madre que murió apenas respire o mi padre, que está en la cárcel? ¡Ya sé! ¡Hassan! Que por cierto, raramente me ve cuando está lucido. Creo que me equivoqué. La persona que más espera algo de mí es Sabira. ¿Sabías que únicamente la había visto dos veces antes de que nos dejaran a su cuidado?

Eloya sonrió ante la expresión que generó en Agustín, hizo una reverencia extraña, se dio la vuelta y se alejó con una lentitud dolorosa.

Probablemente ella poseyera la razón, pero en el fondo Agustín creía que eso podía cambiar. No obstante, él no podía intervenir, sólo tenía la opción de observarla.

Afortunadamente él no tenía esa imperiosa necesidad porque había que establecer la misma distancia que impuso desde los nueve años.

Sin embargo, cuando cada mañana se encontraban al salir de casa, era un poco complicado evadirse el uno al otro. Por años, Agustín lograba eludir la presencia de Eloísa porque Hassan la acompañaba, pero cuando él dejó de salir junto a ella, Agustín únicamente veía a una criatura curiosa que no entendía nada del mundo.

— Hola, Gusy —lo saludaba antes de irse y, aunque él quería ignorarla, terminó respondiendo.

— ¿Cómo estás hoy? —Indagó, pero al escuchar a Eloísa supo que esa pregunta nunca obtiene la verdadera respuesta—. Ya no salgo con Philipa —mencionó al decidirse a caminar junto a ella para esperar el camión escolar.

— Tú nunca saliste con ella, sólo tenían sexo y le hacías las tareas.

— Eso es mentira.

— En la escuela la gran mayoría dijo eso —argumentó la joven de rizos castaños cuyos lentes se veían tan viejos como el letrero de alto que no había sido cambiado en décadas.

Su conversación se disolvió con facilidad.

Así tenía que ser.

Sus charlas eran demasiado cortas y ninguno de ellos decía algo para alargar su conexión. Tal vez se debiera a que estaban bien con el silencio, a que se sentían bien únicamente al observarse de manera furtiva cuando el otro no prestaba atención. Quizá todo tenía relación con el hecho de la sonrisa que se dedicaban cuando sus miradas colisionaban.  

El lado equivocado del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora