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Los ojos celestes de Eloísa Marzak veían hacia alguna parte del techo que yacía sobre ella. Probablemente se tratara de una mirada inquisitiva.

Eloísa debía preguntarle a la vida por qué ella de entre todos los seres tenía que morir. Ella que tenía bondad en el alma y un perdón para todos incluso aunque no lo merecieran.

La equidad inexistente de un lugar erróneo la condenó. Su corazón era hermoso y su alma, pura. Sin embargo, el mundo en que vivía era sucio y atroz.

— Gusy... —musitó tenuemente, como una luz apagándose en medio de una gran tormenta.

La Osa Menor había quedado oculta, borrada del cielo nocturno y bloqueada de la vista de los navegantes de un mundo irregular.

La brújula se había detenido, no sabía hacia dónde apuntar. Al parecer el conjunto de fenómenos atractivos y repulsivos producidos por los imanes y las corrientes eléctricas también funcionaban en las personas.

Hassan se sentó junto al cuerpo de su hermana y sollozó.

— Lo lamento —chilló como un niño pequeño que no comprende lo que ha pasado.

Agustín Hessler recordaba lo sucedido después y se lo contó al juez, a los abogados y todos los que tenía que contárselos.

Les habló de la furia que sintió, de la adrenalina que le permitió volver a utilizar su brazo derecho, del arma que le arrebató y de la cantidad de veces que disparó sin atinarle a su único objetivo.

— Hassan se apartó y mi brazo dolía, así que mi puntería no fue certera —expresó ante adultos de traje y conocimientos de leyes que él sólo entendía de manera leve—. Sé que le disparé hasta que las balas se agotaron.

Quiso ir con Eloísa para que tuviera algo a lo que aferrarse, para que pudiera ver a alguien que la quería mientras sufría.

Su vida había iniciado con dolor y pérdida.

Su vida terminó con dolor y soledad.

— Deberías usar otro color aparte del negro —le dijo una vez hace mucho tiempo—. Pareces un sociópata depresivo —se mofó mientras escuchaban a Pink Floyd—. Usa algo azul. Al menos para mí.

En aquella presentación se puso una camisa celeste para ella, para que combinara con sus ojos.

— ¿Sabe qué pasó con Hassan después? —Le cuestionaron.

Frente a él se encontraba Osías Marzak.

Ahora entendía el padecimiento de ese hombre, comprendía lo que su error lo hizo sufrir y lo mucho que influyó en la destrucción de su familia.

— El último recuerdo que tengo de él es del momento en que me empujó de la plataforma —respondió—. No sé dónde caí ni sé qué pasó con él.

La vida se borró después de aquel suceso.

La brújula ya no tenía remedio y la Osa Menor había desaparecido del cielo.

— Las declaraciones de los testigos no mencionan a Hassan Marzak —espetó un hombre elegante que parecía ser el portavoz del juez—. Excepto una. Eloísa Marzak mencionó a su hermano como el único culpable del tiroteo. Algunos de los sobrevivientes coinciden en que el sospechoso, Agustín Hessler, portaba un arma y disparó desde el escenario. Sin embargo, hay otras declaraciones que lo ubican sentado entre los asistentes. Se le citará dentro de dos días para dar una resolución definitiva.

Agustín Hessler se puso de pie, caminó con lentitud e intentó imaginar los esfuerzos de Eloísa por contar su verdad.

— Era una muchacha valiente —mencionó su padre, el hombre que durante años le prohibió hablar con esa muchacha valiente.

— Todos son valientes cuando están muertos —replicó molesto—. ¿Eso en qué me convierte a mí? ¿Un cobarde?

— Agustín —su padre lo llamó, pero él siguió el pasillo hasta llegar a la salida.

Era de día y la gente lo observaba.

Algunos rumores habían comenzado a surgir en favor de su persona y poco a poco se disipaban las miradas de incordio que recibía cuando estaba confinado en su habitación.

— ¿Qué harás, Gusy? —Solía preguntarle Eloísa cuando hablaban del futuro—. Yo quiero dejar huella en el mundo, pero no sé cómo hacerlo. No soy tan bonita para ser un ídolo ni tan inteligente para tener adeptos. Sólo soy una simple muchacha de Norteamérica que no ha tenido suerte en la vida.

¿Cómo le decía ahora que ella ya había dejado huella en el mundo? ¿Cómo le contaba que, para él, ella siempre sería un símbolo de superación?

Era tarde para responder aquella pregunta, para participar en sus planes, pero todavía estaba a tiempo para idear cómo dejar huella propia de manera positiva en el mundo.

Agustín Hessler caminó hasta el memorial que habían colocado en la escuela con la presión social de quienes lo veían pasar, la imposición mental de lo que su padre le contó y con la verdad liberada en su memoria.

¿Qué sería de él ahora? ¿Podría retomar el rumbo en aquel mundo traicionero?

Agustín ingresó en la institución escolar a la que asistió, caminó por los pasillos que solía tomar y se detuvo únicamente en la placa que habían colocado en el patio de la escuela.

Los nombres de las víctimas se encontraban grabados en ese lugar.

— Cuando estés perdido sólo tienes que darte la vuelta y regresar por donde has venido —le aconsejó su madre cuando era muy pequeño—. Tal vez te dé miedo repetir el mismo camino, pero al menos regresaras a un punto que conoces.

«¿Cómo regreso ahora? —Se cuestionó al leer los nombres en busca del único que le importaba—. ¿Cómo te devuelvo la vida, Eloya?».

— Nunca tuve la oportunidad de comprarte un regalo ostentoso, lo lamento —se disculpó Eloísa en el pasado—, pero un día te daré un regalo muy valioso.

Era un poco tormentoso evocarla ahora que podía.

Judith Brunnet aparecía encabezando la lista de víctimas.

Eloísa Marzak la culminaba.

Aunque para Agustín Hessler, Eloísa Marzak siempre marcaría un inicio.

El día de su citatorio vistió de azul, para ella, para él, para el mundo iluso en que quedó abandonado.

Alguien habló y otro más discutió, pero su mente revivía los momentos donde paseaba por las calles con Eloísa Marzak en la bicicleta durante su infancia, durante su inocencia e ignorancia.

La resolución no le causó emoción, ni siquiera lo hizo parpadear y su cumpleaños tampoco le importó a gran escala.

La libertad es dolorosa cuando no se tiene con quien compartirla y el cautiverio es soportable cuando lo haces por alguien más.

Osías Marzak soportó todos esos años únicamente porque volvería a ver a sus hijos y en el momento que recuperó su libertad, se encontró con que ambos estaban muertos.

Agustín no le dirigía la palabra, pues ambos se encontraban tan heridos que un simple roce de miradas tenía el poder de incrementar el dolor. No obstante, seguían viviendo en una cercanía maldita.

Cada día que pasaba se convencía de que ella merecía la vida más de lo que él u otra persona la merecían.

Ahora Agustín tenía que recomponer una brújula fragmentada, construir algo que le sirviera para trasladarse y buscar la constelación guía que le arrebataron.

Sin importar el rumbo que decidiera explorar, Agustín Hessler siempre se hallaría en el lado equivocado del mundo, pues Eloísa Marzak se había ido dejándole su libertad, un amplio camino que recorrer y un amor que olvidar.


   

El lado equivocado del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora