— ¿Crees que la malicia se hereda? —Inquirió Agustín con varios relámpagos iluminando el cielo que su mente logró evocar mientras permanecía sentado con los auriculares puestos y viendo un cartel que le llamaba asesino.
— No creo en la maldad —le aseguró la muchacha de rizos castaños que se le enredaban en los dedos. Ella estaba de espaldas a él y su tono era melancólico. Algo debió suceder entre ellos y el sentimiento traspasó la barrera temporal porque hirió a Agustín en ese momento—. Las personas no somos malvadas, somos personas. ¿Por qué lo preguntas?
Agustín Hessler también hubiera querido conocer lo que respondió, pero el recuerdo se marchó con la misma rapidez con que llegó y lo abandonó con las mismas inquietudes de siempre.
— ¿Quién eres? —Cuestionó Agustín al asomarse por la ventana—. ¿Quién eres? ¿Por qué me hace sentir mal tu recuerdo? ¿Quién eres? —Insistió a un espectro desconocido que no se encontraba en ningún sitio del mundo.
Lamentablemente no había alguna persona que pudiera contestarle con claridad sus dudas, pues su padre probablemente no supiera de la existencia de esa muchacha.
Si existía algo que Agustín recordara bien era la poca comunicación que mantenía con su padre. Este hecho se vio increíblemente impulsado por la muerte de su madre.
Agustín Hessler seguía sin evocar las razones del fallecimiento de su progenitora, pero sí recordaba que su padre trabajaba en el turno nocturno y que empleaba las horas matutinas para descansar mientras él iba a la escuela. Así que su único tiempo juntos consistía en los encuentros fugaces que sostenían cuando Agustín regresaba de su trabajo y su padre se marchaba al suyo. Los fines de semana también contaban con reuniones similares.
No era una relación paternal muy acogedora y quizá por esa razón su progenitor no supiera sobre la muchacha que metía a su habitación. Igual que tampoco conocía sus motivaciones asesinas.
— Ese peinado te sentaría bien, si tuvieras seis años y no dieciséis —mencionó Agustín Hessler hace mucho tiempo, uno que no recordaba y tampoco recordaba el peinado que le desagradó ni la persona a la que ofendió.
— Cuando tenía ocho me dijiste que siempre me sentaría bien —argumentó la muchacha cuyo rostro comenzaba con unos rizos castaños que acariciaba tiernamente—. ¿Por qué dejaste de ser mi amigo, Gusy?
— Porque eres ridícula —sentenció él antes de pasar de su presencia al pedalear velozmente su bicicleta y dejarla en la acera.
¿A dónde iba? ¿Por qué la ignoraba si en un futuro cercano la amaría?
Su peinado no estaba mal, sólo era infantil y él era un amargado sin modales por decirle aquello.
Al contemplarlo ahora, Agustín empezaba a considerar que su intolerancia con las personas había suscitado aquel homicidio que cometió. Seguramente no pudo controlarse. Tal vez ellos hicieron algo y Agustín se aprovechó de sus capacidades.
Entre sus recuerdos sólidos se hallaba el ser un estudiante aplicado, poco participativo en actividades culturales. No obstante, eso no significaba que fuera un sociópata depresivo como alguien le escribió en aquel viejo póster de una banda que solía escuchar. Además, haber trabajado en un establecimiento de venta de armas no significaba que él fuera un homicida en potencia, pero sí le ayudó a ganarse una fama errónea.
El cartel podía llamarlo asesino y haber sido colocado previamente a su llegada, pero en esa casa no parecía habitar nadie. Entonces, tuvo que haber sido colocado antes de que perdiera el control y asesinara a los integrantes de su comunidad escolar, pero ¿cuándo? ¿Exactamente cuándo?
— Pensé que odiabas que matara animales —espetó una vez que hacía frío y estaba oscuro.
En su recuerdo el viento estaba tranquilo y el olor de la naturaleza impregnaba sus fosas nasales.
En su habitación el silencio lo envolvía todo, excepto sus auriculares y la música que escuchaba.
— Lo odio, por eso vine —dijo la voz infantil de una muchacha cuyo rostro eran apenas pequeños retazos invisibles que no alcanzaba a visualizar antes de volver a olvidar—. Me aseguraré de que no hieras a un animal inocente esta mañana.
— Si intervienes, la herida serás tú —le advirtió él.
Pero tras un largo tiempo sin realizar ningún movimiento, Agustín Hessler dejó de lado el rifle que cargaba consigo y se sentó en el césped que crecía en el bosque a las salidas de la ciudad.
Al poco tiempo ella también se sentó junto a él.
— ¿Qué vamos a hacer cuándo te gradúes? —Inquirió la joven de rizos castaños que apoyó su cabeza en los hombros de Agustín.
— Conseguirás una beca e irás a una academia de baile —pronunció él al mirar hacia el cielo nublado que yacía sobre ellos—. Te enamorarás de tu joven y apuesto instructor y ambos se verán en los camerinos para tener sexo. Te embarazarás y dejarás el baile. Tendrás una boda y vivirás feliz para siempre.
El Agustín del pasado estaba molesto, se sentía agraviado por sus propias palabras y el Agustín del presente se cuestionó la razón por la que pronunció aquello.
— Suena bien, excepto que el bebé que tendré será tuyo porque serás mi amante —argumentó aquella voz que ya se había vuelto familiar—. Mientras mi esposo trabaja, tú y yo estaremos muy ocupados haciendo el amor en el armario.
— ¿Por qué en el armario? —Se burló a pesar de la exacerbación que sentía.
— No lo sé. Fue lo que se me ocurrió —dijo y la risa invadió el espacio que ellos habitaban—. Estamos en el lado equivocado del mundo, Gusy.
— No —afirmó él al sujetarle el rostro y bajo aquel halo grisáceo Agustín Hessler pudo evocar el color celeste de sus pupilas cubiertas por anteojos redondos—. Tú estás en el lugar equivocado. Tú te mereces algo mejor y lo tendrás.
— Te tengo a ti —insistió la voz infantil que acaba de adquirir un rostro impreciso antes de darle un beso—. Nos tenemos el uno al otro, Gusy —añadió mientras sus manos recorrían el rostro de Agustín—. ¿Nos tenemos el uno al otro? —Titubeó al apartar la mirada de él.
Agustín Hessler sintió la necesidad de pronunciar algo esperanzador para ambos, aunque también tenía que contener un poco de realismo.
— Nos tenemos el uno al otro —aseguró Agustín de manera infalible—, pero no será eterno.
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El lado equivocado del mundo
Historia CortaAgustín Hessler confía en que las brújulas lo llevarán al destino correcto que debe ocupar en el mundo. Primero parece ser que Inglaterra es el lugar idóneo. Sin embargo, a veces te encuentras en un lugar provechoso del que reniegas incansablemente...