En múltiples ocasiones la luz proveniente de la habitación de enfrente se colaba sutilmente por la ventana de Agustín Hessler. Así que terminó contemplando la manera en que Eloísa Marzak ensayaba pasos que él no comprendía porque no alcanzaba a escuchar la música.
Tal vez el regalo fuera bueno, pero la niña era patética.
Eso se dijo durante casi un año en el que eludía la presencia de los niños Marzak cuando iba a la escuela. Sin embargo, ignorar a Eloísa Marzak no era una tarea sencilla.
¿Cómo ignoraba a alguien insistente?
Durante semanas Agustín combatió contra la hostigosa presencia de su vecina, pero Eloísa siempre encontraba una ocasión para mirarlo, sonreírle, hablarle y tomarlo de mano.
— No tiene nada de malo que una niña te tome de la mano, Gusy —le aseguró su madre, pero él pensaba lo contrario.
Para Agustín era un acto totalmente criminal que una niñita de mente obtusa se tomara el atrevimiento de tocarlo.
— Es una afrenta para mí —insistió, pero aun así se quedó viendo fijamente su mano derecha antes de enjuagarla en el lavabo para eliminar el tacto que Eloya dejó en él.
Durante la noche prefería bajar las cortinas y apagar la luz para no verse tentado de mirar las actividades infantiles de su vecina, pero solía ocupar ese tiempo para usar la brújula que le había obsequiado en su cumpleaños.
Las brújulas funcionaban detectando el magnetismo y así ayudaban a las personas a encontrar la dirección que deseaban tomar. Agustín sabía que las brújulas apuntaban al norte y junto a la Osa Menor, que era la estrella polar, servían como guía para los navegantes.
Cuando contemplaba la vida de Eloísa Marzak, Agustín llegó a la conclusión de que ella necesitaba una brújula mucho más que él.
— ¿Cómo sabes cuándo es el momento en que necesitas una brújula? —Le cuestionó Eloísa en un futuro lejano para el niño que era, pero un pasado perdido para el adolescente que fue.
— Cuando estás en el lado equivocado de mundo y necesitas retomar tu dirección, entonces te das cuenta de que necesitas una guía —respondió él mientras miraba el cielo en busca de una constelación que no conocía.
Como método de compensación por el regalo de cumpleaños, Agustín decidió que tenía una deuda que saldar con la pequeña bailarina y por eso le compró una horquilla floreada para el cabello.
Él no era el mejor seleccionador para accesorios femeninos, pero su madre sí. Así que básicamente dejó que su progenitora escogiera y preparara un regalo que Agustín se limitó a entregarle a Eloísa Marzak la mañana de su cumpleaños.
A diferencia de él, ella no tuvo una celebración en su hogar para conmemorar la fecha de su nacimiento. Probablemente la horquilla que Agustín le dio fuese el único regalo que recibió porque su padre seguía sin un trabajo estable y su hermano no parecía demostrarle mucho cariño.
Con el tiempo Agustín se dio cuenta de todas las carencias emocionales que Eloya poseía y se sintió levemente mal por su melancólica infancia sin madre. El sentimiento se incrementó cuando él también perdió a la suya.
Las circunstancias eran diferentes: a Simone Hessler la atropelló Osías Marzak una mañana de marzo cuando iba al supermercado y Carisa Marzak falleció en el hospital tras dar a luz a Eloísa. No obstante, ambos niños compartieron una emoción cóncava tras la soledad con la que lucharon de distintas maneras.
Sin embargo, se tenían el uno al otro.
Al menos eso dijeron una madrugada desesperada llena de angustias juveniles ante la inminente separación de una tierna relación.
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El lado equivocado del mundo
Short StoryAgustín Hessler confía en que las brújulas lo llevarán al destino correcto que debe ocupar en el mundo. Primero parece ser que Inglaterra es el lugar idóneo. Sin embargo, a veces te encuentras en un lugar provechoso del que reniegas incansablemente...