XXII

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 ―¡Diana!  ―La llamaba Anne a la pelinegra mientras salían del colegio. 

Su alma gemela... bueno, Gilbert, había dicho su nombre, sabía que era ella, y no encontraba ninguna situación pasada en la que algo le hubiese abierto los ojos del pelinegro. 

Debía esperar un poco más, no estaba lista, no podría enfrentarlo, todo esto era demasiado nuevo comparado a sus años en el orfanato. 

Un alma gemela, con la que se comunicó durante tres meses, quien la quería, y estaba destinado a pasar su vida entera con ella. 

Y para colmo, ¿el amigo del que estaba enamorada? ¿Desde cuando?

Todo era confuso. Sus tratos con Gilbert siempre fueron los mejores, y sabía que contaba con él para lo que sea. Eso era lo que había desencadenado sentimientos más profundos y pocos experimentados por ella, y eso lo hacía cada vez más complejo.

Necesitaba ayuda, y como no podría decírselo a su mejor amigo, se lo diría a su mejor amiga. 

―Anne, ¿Qué sucede? Debe ser importante para que corras sin ser esto una maratón  ―rió con la sutil y cotidiana elegancia con la que solía contar. 

La pelirroja estaba por empezar a hablar hasta que se percató de que todo el grupo había parado su caminata a sus hogares para que ella empezara a hablar. 

Oh no, eso si que no. 

Ante esto, se acercó al oído de Diana y le susurró.

"Necesito hablar de algo importante contigo, a solas, por favor"

Asintiendo con la cabeza de forma comprensiva, la pelinegra se dió media vuelta y su vista se puso en sus amigos, quienes las esperaban pacientes. 

 ―Adelántense, ya los alcanzamos. 

Con una mueca de duda en sus rostros, y luego de una insistencia en la mirada de la azabache, hicieron lo que Diana les dijo, y al fin pudieron hablar a solas. 

Así empezó la conversación, desde que Anne comenzó relatando los primeros escritos azules en su brazo unos días antes de que la adoptaran, hasta el último suceso. 

La revelación del nombre. 

Con la voz agitada de los nervios y rapidez con la que inició al hablar, esperó impaciente una respuesta de su espíritu a fin, quien la miraba boquiabierta tratando de analizar y comprender todos los conjuntos de palabras que su amiga pelirroja había formado.

Hasta que habló. 

―¡Es asombroso!

Okey, esa no era la reacción que estaba esperando. 

―¿Qué? ¡No! ¿Cómo siquiera voy a verlo a la cara ahora? Voy a sumirme en la desesperación, ¡ayudame!  ―le contestó ella luego de verla ojiabierta a la más pequeña y agarrándola de los hombros para sacudirla al terminar la oración.  

―Escucha, ¿Cuál es el problema? Te gusta, le gustas, se gustan, no hay tanto drama por hacer, ¿o me pierdo de algo?  ―sugirió con una sonrisa pícara al ver como Anne se sonrojaba a más no poder. 

―¿Cómo sabes que me gusta?  

―Lo acabas de confirmar, querido espíritu a fin.  ―sonrió satisfecha, y podía jurar haber escuchado a su amiga maldecirse a si misma.

¿Y cómo no alegrarse? Está historia parecía un trágico romance donde su príncipe salva a la princesa, aunque esta vez, la princesa estaba encerrada en un profundo y oscuro calabozo del que le costaba salir. 

𝗥𝗢𝗝𝗢 𝗬 𝗔𝗭𝗨𝗟 | Shirbert [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora