Capítulo 26

57 7 0
                                    

-Jimmy.
-¿Y si la escala llega a estar del revés?
-En ese caso sonaría así. –Hice una demostración con mi guitarra al alumno.
Su cara era una mezcla de asombro y curiosidad.
-Quedaría totalmente al revés, totalmente grave. ¿No?
-Exactamente.
Justo sonó la campana que anunciaba el cambio de clase. Me levanté con la única compañía de mi guitarra y fui al departamento de música. Al abrir me encontré con Mayka y a otra persona.
-¡Liam! –Dijo Mayka con energía, y eso que solo eran las once de la mañana.
La miré sonriendo mientras cerraba la puerta con sigilo. Esas puertas sonaban demasiado.
-Creo que todavía no conoces a Ermis, ¿no? -Negué–. Bueno, pues os presentaré. –Ambos nos pusimos de pie, tendiéndonos ambas manos–. Ermis este es Liam. Liam esta es Ermis.
Una mujer de pelo rubio, muy rubio. Tenía unos ojos azules mezclados con un fuerte gris, lo que conseguía un color parecido al del hierro nuevo, muy limpio. Su piel tenía un tono como de las Bahamas, morena, pero sin pasarse. Su maquillaje era tan disimulado que no me acuerdo ni de cómo era, aunque me atrevo a decir que tenía todos de dorado en los iris, para que nadie le quitara la vista cuando hablaba con ella.
-Encantado –le dije con una plena sonrisa.
-Por dios, yo soy la que está encantada. No todos los días conozco… –La interrumpí, sabía de sobra lo que iba a decir.
-Mayka, me encantaría intercambiar gustos musicales con la profesora Ermis, ¿me podrías hacer el grandísimo de traerme un café?
-¡Claro, ahora mismo vuelvo!
Salió a toda pastilla.
-Perdón, ¿he dicho algo malo? –Ermis tenía la cara decaída.
-No, no tranquila. Es solo que en este pueblo nadie sabe que soy… –Me costaba acabar siempre esa frase.
-¿Famoso?
Asentí. No me gustaba decirlo. Más bien lo detestaba, pero a la vez amaba que nos conociese la gente. Era un sentimiento muy raro y confuso. Ojalá la fama no fuera como todo el mundo la pinta, y como en realidad es.
-Sí. Perdona por ser tan cortante, ha sido por eso.
-¡Ah no, no te preocupes! –La sonrisa que una vez creía desaparecida volvió a su rostro–. De verdad –me volvió a tender la mano, la cual acepté–, estoy muy emocionada de poder conocer a uno de mis ídolos. No soy una fan loca, ya que conocí a tu grupo a través de una amiga, pero desde entonces me encanta. No puedo creerlo, de verdad.
Su mano emanaba tanta calidez que no creía que fuera posible que una fan barra compañera de trabajo pudiese hacerme sentir aquello. Sabía, y de sobra se veía que se moría por abrazarme (y no es egocentrismo).
-Bueno, la verdad es que me alegra muchísimo saber que hasta en mi pueblo tengamos fans. No es que seamos muy conocidos comparados con otros grupos.
-Tienes razón, sin embargo… No creo que te lo haya dicho Mayka, pero solo soy sustituta. El profesor de música está dado de baja, y bueno, yo soy la segunda opción por la que opta este colegio. –Su sonrisa transmitía felicidad.
-Ya veo. Espero que nos llevemos bien y que podamos hablar de mucha música de ahora en adelante. –La duda me surgió–. Oye, ¿tocas la guitarra?
Alzó la vista después de haberme escaneado de arriba abajo como si fuera una sesión de rayos X.
-Em, sí. También el piano y un poco el violín. Me encantaría aprender a tocar el arpa y puede que algún instrumento raro como el arpa o qué sé yo…
Lo parlanchina que era no se lo quitaba nadie, aunque de la forma en la que lo transmitía uno no se aburría de escucharla. En la siguiente clase se tuvo que ir, pero fue justo en el momento, que ya, cuando la creía olvidada o perdida por sus tierras, apareció Mayka con los cafés.
-¡Aquí traigo los… cafés…! –Su voz se fue quedando seca, al ver que Ermis no estaba y que yo me estaba aburriendo como una ostra leyendo correos en el móvil.
Ya sabía lo que iba a hacer mañana, traerme el portátil y claramente un buen libro. Bingo, ya tenía excusa para ver a Phoebe esta tarde.
-Ermis tenía que irse a dar clase.
-Oh, entiendo… Claro. –Su voz se quedó petrificada al ver el reloj de la sala–. ¡Ay dios que yo también tengo clase!
Dejó los cafés y se esfumó de la sala. Humo que llega, humo que sale. Dicho de barbacoas.
El resto del día pasó sin muchos ánimos. Ermis se fue sobre las doce pasadas, pero yo me quedé hasta que supe que la última clase de Phoebe había terminado, a las cuatro y media.
Eso de comer bocatas de tienda iba a afectar a mi metabolismo, segurísimo.
Cuando cerró la puerta de su departamento ahí me tenía, con una sonrisa esperándola.
-Jones. –Me saludó–. Perdona, pero hoy tengo prisa.
Los pasos que emprendieron sus piernas eran raros, y mucho más veloces de lo normal.
-Espera –la logré atrapar del brazo–. Tengo una pregunta.
Se soltó y empezó de nuevo la travesía hasta la puerta de entrada por la que salía nerviosa.
-Lo siento, pero no puedo. Tengo que irme.
La volví a atrapar. Por dios, solo quería que me recomendase un libro. Después de habernos besado y que me diera la bienvenida a su precioso mundo, (al que podemos definir como infierno. Nada de paraíso) no había pasado mucho más.
-Un segundo. Venga, que solo quiero que…
-¡Phoebe!
Un hombre, dentro de un descapotable aparcó delante de ellos. Atractivo, demasiado incluso. Iba con una camisa azul marina, muy bien conjuntada con sus vaqueros. Claramente, todo de marca.
-Mierda… –Dijo. Vaya, tenía que ser una persona muy extraña para que consiguiera sacarle un taco a la boca de Phoebe Grey.
-¿Quién es? –Pregunté. Los idiotas somos así.
-¡Hola! –Dijo él desde el coche. Luego, se bajó de él, y agarrando a Phoebe por la cintura la besó, con fuerza y pasión. Digno de un galán como el que aparentaba ser–. Soy John Mirs, el prometido de Phoebe.
Claro, no podía ser menos. 

SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora