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Verwirrende Worte.

07 de Octubre, Pueblo de Heller.

Hanne Meyer.

-¡Hanne!

-¿Donde estas?- pregunté a la nada, observando a mi alrededor  en medio de oscuridad de la noche, entre hojas y árboles, con un lago a mi derecha y la luna menguante siendo tapada por las nubes oscuras.

-¡Hanne!

Me levanté de un salto de mi cama sin entender que sucedía, una pesadilla me perturbaba, observe todos lados de mi habitación, y solo la luz del día entrando por la ventana era mi acompañante.

-¡Dios Santo! por poco casi caigo al suelo- dije, divisando con la mirada nublada. Estaba en la esquina de la cama.

Sabía que dormir tarde me estaba afectando, porqué pesadillas y sueños sin sentido se aglomeraban al pasar los días; mi madre siempre me decía cuando era niña que los sueños tienen significado , pero ¿Que significa una sombra en la esquina de mi habitación los dias anteriores?, no era lo mismo que aquellos sueños de pequeña donde los castillos y dragones se escondían detrás de un armario.

Sin perder tiempo, me levanté directo a el baño, quería sentir como el agua fría caía a mi alrededor y tratar de dejar de pensar en mis sueños, sombras que me perseguían y en Tomas.

Su nombre aparecía en mi mente desde que encontramos la flecha y la nota en mi puerta. Pase toda la noche pensando quien pudo enviarla ¿Quien en el pueblo practicaba arqueria? nadie -que yo conociera- aunque pudo ser cualquiera, aquel verso de la nota era similar al de una carta que llego a mi puerta cuando tenia catorce años, una carta anonima que desde entonces no supe quien la habia enviado. Muy dentro de mi decía que era él, ¿La razón? ni yo la conozco, pero muy dentro de mi, quizá en los recuerdos más profundos, todos y cada uno de ellos me llevaban hasta su nombre.

Con miles de nubes de pensamientos en mi cabeza, intenté encontrar algo que me abrigara lo suficiente, pero era difícil encontrar algo en un cuarto lleno de arte y con olor a pinturas.

-¡Hanne, ya esta el desayuno!- la voz de mi madre se escucho proveniente de la cocina.

-¡Un momento!- grite desde la puerta, subiendo el cierre de las botas.

Desde hace años, estaba acostumbrada a las voces de solo dos personas en una casa, mi madre y yo. Mi padre decidió rehacer su vida, y nadie le quitó la oportunidad de pasar una nueva página y aunque muchas veces, las dificultades se presentaban sin el, nuestro día a día podría decirse que era bueno.

Al salir de la habitación, mi mente se encargo de repasar de un lado al otro los recuerdos de la charla con Tomas, preguntándome que tanto escondían esos ojos, observando las hojas del suelo sin levantar la mirada. Esa sonrisa apenas visible, cuando decia algo sin sentido mientras la lluvia caia a nuestro alrededor.

Me parecía un verdadero enigma, y más por aquella frase que le oí decir antes de desaparecer.

-Debo irme- le había dicho, mientras me levantaba de la tierra humeda-.Ya ha parado de llover.

-¿Nos volveremos encontrar?- preguntó aun sentado en el suelo.

-Si sigues aqui, claro que nos volveremos a encontrar- afirmé en aquel momento, tendiendo mi mano para que se levantara- ¿Te gustaria volver a encontrarnos la otra semana?

Con solo esa frase, sus ojos encontraron los míos, causando escalofríos en mi interior, provocando un déjà vu desde lo más profundo.

-¿El mismo lugar?- preguntó.

-El mismo lugar- afirme.

-Fue un gusto conocerte.

-Digo lo mismo- tome la canasta del suelo, atormentada con el momento y queriendo volver a tomar mi camino- Quizas hoy las estrellas se alinien...

-Igual que los universos- dijo mientras tomaba su arco y flecha- Adios Hanne Meyer...

-Adios Tomas- me aleje mientras observaba en cierta ocasión si ya se había ido, pero seguia allí, despidiendose con un movimiento de mano y una pequeña sonrisa que no habia notado. Deje de verlo, porque la lejanía y los arboles de tonos calidos me lo impedian.

Volviendo al presente, baje las escaleras con esa frase totalmente calada en mi sistema, hasta llegar a la cocina, guardar en la canasta el desayuno e ir de nuevo al bosque, ya habia pasado una semana. Iba a encontrarme con el de nuevo.

-Nos vemos- dijo mi madre desde la sala.

Me despedí con la mano, y corrí en dirección a la puerta, para abrirla con apuro.

El viento de otoño en la mañana me recibio al salir de casa, las hojas anaranjadas bailando al compas de una melodia inexistente pasaban por los arboles y las calles de Alemania. A veces me preguntaba si la naturaleza pensaba o sentia, cada hoja bailaba en sincronía como si tuviera vida, como si la conocieran a la perfección y claro, como no hacerlo, si la naturaleza ha estado aquí más tiempo que todos nosotros.

En la entrada del bosque se escuchaban los cantares de los pajaros que se quedaban en otoño, aquellos que no le tenían miedo al frío invierno y el viento abría paso donde pareciese que da la bienvenida a quien entrara a sus frondosos y vivos caminos cubiertos por hojas.

Subí la mirada hasta la copa de los árboles y a lo lejos, logré ver las flechas que Tomas lanzó cuando lo encontré hacia tan solo una semana, como una señal para afirmar que tomaba el camino correcto.

El cielo seguía igual que aquel dia, como sus ojos, cubierto por nubes grisaceas.

Cuando llegue al lugar donde recordaba que nos habiamos visto, no lo encontré, en cambio, habia un pequeño mantel en el suelo con una flecha, un arco y una desgastada canasta.

-¿Tomas, donde estás ?- lo llame mientras observaba cada rincon del lugar- ¿Tomas?- no obtuve respuesta sino un silencio abrumador a mi alrededor.

-Meyer- escuche su voz pronunciar mi apellido.

Alce la vista para verlo en el mismo lugar que la primera vez, pero habia algo diferente en el, su mirada ya no era tan invernal como la había visto, habia tomado un brillo como si se encontrara una pequeña parte del verano en ellos. Aquella oscuridad que tenia en su mirada ahora era luz, una luz tan brillante que pareciese otra persona, un azul en sus ojos del mismo tono del cielo en verano.

La vida no es un agujero negro sino un agujero de luz, las palabras del primer día tomaron sentido, su mirada era un claro ejemplo de lo que había dicho.

Aquella sensacion de familiaridad que senti días antes estaba de vuelta y por primera vez no quise aclarar las dudas que sus palabras me producían, sino perderme en el color azul grisaceo tan inusual de aquellos ojos que creí haber visto antes y no recordaba.

Y quizás estaba teniendo demasiada confianza para ser sólo la segunda vez en verlo, pero algo en mí, decía que no había por qué temer.

Las estrellas también llueven en otoño (#1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora