-26-

20 0 0
                                    

-26-

Die Legende der Seelen des Sees. (Parte 1/2)

19 de Diciembre, Pueblo de Heller y Keller.

N/O.

Las teclas del piano resonaban por el salón lleno de polvo y antiguos recuerdos, cada nota parecía querer salir volando de las partituras y bailar por todo el lugar, al ritmo de una de las piezas de Mozart.

Tomas muchas veces se dejaba llevar por sus impulsos en aquel momento, donde seguidamente cambiaba el orden de la canción y comenzaba de nuevo, una y otra vez, hasta que lograra aprenderse la melodía. Aquel momento de soledad donde se repetía continuamente:

«estoy acostumbrado a estar aquí, sin nadie más».

Solo con la idea de convencerse de que no era tan malo estar sin compañía, aunque de vez en cuando añoraba a alguien que lo escuchara.

Esta vez, como una de tantas, era diferente a otras; a solo pocos días del baile de ambos pueblos, quería planear una sorpresa antes de irse a la celebración junto a Hanne, la cual era tocar para ella una canción en el piano de su madre, específicamente una de las canciones favoritas del repertorio del celular de la chica.

Para él era raro dar regalos sin motivo alguno, o quizá solo por existir o alegrarle los días, sin embargo, desde que se habían encontrado nunca le pareció demás darle algo, así sea, un pequeño dulce de la panadería local.

Quizá no se sentía tan solo como en los demás anocheceres y lunas llenas que veía pasar.

Y para su sorpresa, Hanne planeaba darle algo ese mismo día.

Desde aquella vez que se habían visto de nuevo y la primera hoja que cayó entre ambos, se encargó de llenar un pequeño libro antiguo con recuerdos para sí misma -cosa que siempre ha hecho- y con el paso de las semanas, parecía el perfecto regalo de navidad para Tomas.

Al final, terminó eligiéndolo como un regalo para el día del baile, ya que la celebración solo distaba de unos cuantos días para la fecha tan esperada en Diciembre. Y claro, Hanne era muy mala planeando sorpresas, ya que no podía esperar más para dárselo, así como el resto de los regalos a sus amigos.

Pasó días pintando la tapa de dichoso libro, tomando fotos de lugares cuales había visitado y escribiendo pequeños fragmentos de poemas, que alguna vez habían leído juntos.

Así que, mientras cada uno terminaba sus regalos, una taza de café los acompañaba en el invierno.

El tomaba en una taza oscura, igual que el color de su bebida, sin embargo, el calor de verano que se encontraba en aquel café, era todo lo contrario al frío y tétrico ambiente en el que se encontraba.

Ella tomaba a pequeños sorbos dentro de una taza con flores pintadas; aquella bebida que había combinado con la penumbra original de un café con poca leche espesa.

Ambas bebidas parecían tan diferentes, pero al fin y al cabo, estaban tomando lo mismo en diferente presentación; y así pasaba con sus personalidades...

Ella era como un café con vainilla y demasiada azúcar, mientras él era igual a un café oscuro, amargo y agradable a su vez, como aquella que te caliente el corazón y el alma, alejándote del frío invierno; pero al final, ambos eran una misma bebida.

Cuando Hanne terminó su taza, decidió encender la radio, mientras se arreglaba para el invierno y desenredaba su cabello, aquel que había alisado por horas.

Curiosamente Tomas había hecho lo mismo, cantando las canciones de una vieja emisora mientras corregía con un lapicero los errores de las partituras que él mismo había escrito.

Las estrellas también llueven en otoño (#1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora