5.

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Jimin nunca había dormido en la calle, pero supuso que siempre había una primera vez para todo. Antes eso que dormir en casa. Lo único por lo que probablemente se arrepentía sería por el pobre Hoseokkie, pero prometía volver mañana. Con suerte, su padre se habría emborrachado lo suficiente como para caer dormido y no despertar hasta las tres de la tarde, lo que le daría el tiempo suficiente para hacer el desayuno y bañar al pequeño. Entonces volvería a la escalera, y vería el tiempo pasar, porque no quería entrar de nuevo en su casa.

Sus tripas rugían. Dios, tenía tanta hambre, y le dolía tanto el rostro. Apenas lo sentía con el aire gélido chocando contra su piel. El azabache subió la cremallera de su chaqueta de chandal hasta el tope y se puso la capucha, metiendo las manos en los bolsillos y temblando en un escalofrío. 

Anduvo unas calles más. No quería alejarse demasiado de casa, pero tampoco quería estar cerca de allí. 

Finalmente encontró un banco y se tumbó en él, mirando las estrellas. Le gustaba mirar a las estrellas aunque muy pocas veces tenía la oportunidad de hacerlo en su congestionada y monótona vida. 

Una vez había aprendido en el Instituto que muchas de las estrellas que observaba en el cielo no eran más que estrellas muertas, pero que su luz todavía llegaba a la tierra por cómo funcionaban las cosas en el espacio. Jimin no se había enterado de mucho más. De hecho, no le gustaba demasiado el Instituto, pero se acordaba de las cosas que le parecían interesantes. Ver que estrellas muertas todavía brillaban le pareció curioso, porque habrían muchos otros alienígenas en otros planetas del espacio que ya no podrían verlas, pero él sí. Él todavía podía. Se sentía afortunado.

Eso le hizo pensar en que todo dependía del punto de vista desde el que se miraran las cosas. También lo hizo pensar en que podría utilizarlo de símil con las personas una vez morían. Habría gente que todavía podría sentir su brillo, gente a la que todavía le importarían, pero para otros no serían más que oscuridad en el espacio. Otros ni si quiera se acordarían de ellas porque jamás las conocieron.

Cuando Jimin muriera, ¿Alguien se acordaría de él?

¿Sería importante para alguien? ¿O sólo un vacío en el espacio?

Jimin quería ser como esas estrellas que todavía brillaban a pesar de estas muertas.

Escuchó unas pisadas de botas detenerse frente al banco.

Abrió sus ojos, sin acordarse de cuándo es que los había cerrado, y estos chocaron con los de Jungkook. 

El azabache se incorporó despacio, sin desviar la mirada del castaño. Tragó saliva esperando unas palabras, algo, lo que fuera.

-Puedes quedarte una noche. Una. Y luego no quiero saber nada de ti ¿Te queda claro?

Jimin se levantó, la esperanza iluminando sus facciones. Asintió efusivamente y siguió a Jungkook.

Esa no fue la última vez que Jungkook supo de él.

...

Jungkook lanzó un botiquín al sofá, donde Jimin estaba sentado, y continuó su camino hasta la cocina. 

El azabache había mantenido sus ojos abiertos y cautos hasta entonces. Jungkook le seguía imponiendo respeto, pero ya no le asustaba tanto. Quizás si no lo hubiera recogido de la calle lo habría continuado haciendo, pero el hecho de que eso hubiera sucedido hizo que Jimin se sintiera a salvo. Era ridículo. Jungkook no daría una mierda por él. Sólo era su vecino. Supuso que Jungkook no podría irse a dormir con la conciencia tranquila sabiendo que un menor dormiría en la calle. Eso era todo. Pero Jungkook no era el tutor legal de ese menor, no era nadie para él, y Jungkook seguiría con su vida después de mañana.

GUARDIÁN - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora