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Jungkook nunca había celebrado el día de navidad teniendo que poner una lavadora, pero eso es lo que estaba haciendo la mañana del veinticinco de diciembre. En concreto, estaba metiendo una cesta de ropa sucia al tambor de la misma, incluido el disfraz de Papa Noel que Jimin había llevado el día anterior. Suspiró introduciendo el gorrito antes de cerrar finalmente la puerta, sin perderse la mirada extrañada que le lanzó otro hombre que también se hallaba allí. Jungkook lo ignoró.

Todavía podía recordar la mueca abochornada en el rostro de Jimin, sí, justo antes de que se transformara en la expresión necesitada y lasciva que se apoderaba de él siempre que lo follaba.

Jungkook estaba tratando de ignorar el sentimiento cálido que se apoderaba de él cada vez que recordaba la noche, sus ojos entrañables y disfraz ridículo, pero no podía. Al fin y al cabo, Jungkook no era de piedra.

Jungkook no era el chico frío que pretendía ser, ni tampoco un abuelo aburrido de la vida, pero se había forzado a serlo escasos años atrás. Habían muchas cosas que habían sucedido para que hubiera tomado aquella drástica decisión, pero hasta el momento nunca se había replanteado si valió la pena. Hasta entonces, su vida había sido tranquila y segura, justo lo que había buscado alejándose de su trabajo, amigos y familia. Se había mantenido solo, apartado de cualquier vínculo emocional susceptible a romperse y de cualquier tipo de experiencia peligrosa.

Claro, hasta que había salvado a Jimin.

Pero hubo un tiempo donde Jungkook fue un amante del riesgo. No todos los hombres o mujeres estaban hechos para entrar en el ejército, pero él sí, porque era un alma libre y valiente. Libre no encajaría exactamente en el concepto de alguien que tiene que obedecer las órdenes y humillaciones de un sargento superior a él, pero Jungkook no se había metido en el ejército para ser ordenado, él lo había hecho para ascender y ganar respeto, para ser el mejor, porque más allá de haber sido un cabeza loca amante de la adrenalina y el peligro, Jungkook era ambicioso. Le gustaba el poder. Le gustaba el subidón de sentir que tenía todo bajo su control y que la gente lo respetaba por lo que había logrado. Por supuesto, no era un tirano, pero siempre había estado ahí esa parte de él que lo guiaba a ser un líder del resto. Ese que tomaría decisiones cuando nadie más podría y que se enfrentaría a los problemas cuando todos les dieran la espalda.

Su ambición se fue al traste en el momento en que su decisión más arriesgada le costó la vida a su mejor amigo, pero hasta ese instante, Jungkook había sido feliz. Había vivido al límite, había follado tanto como había querido y, sobre todo, había disfrutado de sus amistades y de su familia, porque ante todo, Jungkook siempre había sido un chico que amaba el contacto y el amor recíproco. Jungkook habría pasado las navidades con su familia, habría abierto la botella de champán para sus padres y habría jugado con el pequeño Woojin si no fuera porque todo lo que un día fue se había acabado para siempre.

Jungkook no sabía cómo sentirse al respecto cada vez que cerraba los ojos y ponía los pies en la tierra, para darse cuenta de que no estaba en su sitio seguro, de que estaba huyendo de una mafia y de que estaba protegiendo a alguien.

Estaba haciendo todo lo que juró alejar de su vida.

Jungkook siempre había tenido tendencia a ser una figura protectora que tenía bajo su cargo a alguien. Además amaba las cosas peligrosas, pero todo eso lo había llevado a su fin, porque cuando estuvo en el momento más crítico de su vida, su cabeza loca y ambición mató a su mejor amigo, a esa persona que prometió proteger, en una misión en la que se metió él solito por no saber medir correctamente el peligro.

Jungkook se sentía más que extraño, porque no tenía otra forma de describir la inquietud en su pecho cada vez que hacía algo riesgoso. No sabía si quería alejarse de Jimin o tomar su mano y enfrentarse a todo juntos.

GUARDIÁN - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora