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Todos nacemos con un destino escrito. Algunos lo tienen más claro, otros más fácil.

Jimin, sin embargo, tenía que comérselo con cuchara todas las mañanas, tapando su nariz y no respirando, del mismo modo que un niño al que no le gusta un plato es forzado a comérselo.

-¡Park Jimin!- la gruesa y desagradable voz se escuchó desde las escaleras del rellano. Rápidamente, el nombrado lanzó el cigarro por el hueco de las mismas y se puso de pie, justo en el instante en que su padre abrió la puerta de casa- ¿¡Se puede saber qué demonios haces ahí fuera!?

Huir de ti. De casa. De todos.

-Y-yo... Eh...-

-¡Entra de una vez y limpia la cocina, jodido inútil!

El azabache asintió bajando la mirada y obedeció. Su padre hizo el amago de entrar escasos segundos después, pero tardó, y Jimin era demasiado curioso cómo para obviar el por qué.

-¿Y tú qué miras, uh?

Su padre espetó. Jimin supo que no iba dirigido a él, en primer lugar, porque Jimin no lo estaba mirando, y en segundo, porque su voz ya no sonaba tan decidida y gruesa.

Jimin alzó los ojos y estos chocaron con su vecino.

El vecino misterioso. Jimin pensó para sí mismo, con inquietud y algo más asentándose en su vientre. 

Aquel chico alto y reservado, que se había mudado al apartamento de al lado poco menos de un año atrás y cuya edad rondaría los treinta, miró fijamente al señor Park y después lo ignoró. Llevaba en sus manos bolsas de la compra. Sí, eso era mucho más productivo que comenzar una pelea vecinal con un borracho en paro.

El señor Park lo miró del mismo modo que un chihuaha mira a un pastor alemán. Probablemente, el vecino misterioso podría derribar a su padre de un golpe.

Pero tú no, pensó Jimin para sí mismo, por eso se dirigió a la cocina y la limpió.

...

Jimin se pasaba más horas del día fuera de su casa que dentro. Y no, no porque asistiese al Instituto, a pesar de que un chico de diecisiete años como él debiera hacerlo. Jimin hacía sus tareas muy rápido en la mañana, limpiaba la casa de punta a punta y cocinaba para su madrastra, su padre y hermanastro pequeño. Después, salía al rellano y fumaba un cigarro, y su padre estaba lo suficientemente ocupado llenando su barriga como para preocuparse.

Su madrastra, una prostituta, abandonaría la casa a la hora de comer, que era cuando se levantaba, y no regresaría hasta la madrugada, con suerte, mientras Jimin dormía. Pero muchas noches no lo hacía, y todo lo que podía escuchar después era a su padre teniendo relaciones con ella en el baño contiguo. El único de la casa.

Si había algo bueno en su vida, era el pequeño Hoseok. Con tan sólo cinco años, Hoseok era una pequeña bolita de alegría, que hacía que sus días de mierda fueran menos lamentables. Hoseok había sido un accidente. Probablemente Jimin también lo fuera, pero nunca se había atrevido a preguntarlo. Después del divorcio entre sus padres y que su padre ganara la tutela, sí, ese ser llamado Park Hyungwoon ganó la tutela de un niño, comenzó a frecuentar bares de carretera, y en uno de sus acalorados encuentros dejó preñada a una prostituta. El destino quiso que se enamoraran y decidieran tener el bebé, que se casaran, y que Jimin se mudara a la casa de aquella señora extraña que usaba demasiado delineador y sus uñas parecían garras afiladas.

El destino era tan curioso.

Su padre siempre había sido un inepto, un mantenido incapaz de luchar por sí mismo, así que si era tan negado para ello, todavía menos se le podía pedir para su hijo, su hijo biológico, por lo que Jimin había crecido por sí mismo. El de labios gruesos a veces se preguntaba cómo habría sido su vida si se hubiera ido con su madre, pero tan pronto como aquellos pensamientos lo acechaban recordaba que durante el juicio por su tutela, sus padres pelearon con uñas y dientes por no hacerse cargo de él.

GUARDIÁN - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora