Un reflejo en la luna.

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Cada tanto, en esas horas remanentes entre la cena y el sueño, me lleno de soledad y me acomodo en la silla de la galería a esperar la modorra. La llanura y el grillar distante dan espacio a los fantasmas para alejarse y las estrellas me ayudan a pensar.

Así estaba cuando una figura imprecisa apareció a mí derecha. Quedé helado mientras la observaba. Parecía una sombra, pero al revés.

- Hola, me dijo, soy un reflejo en la luna. Te vi y me pareció que estabas solo.
- Mis vecinos más cercanos están a una hora de distancia. ¿Un reflejo en la luna?
-  Sí, algunas personas, muy pocas, se reflejan en la luna. Muchas menos podemos hacerlo a voluntad. Tu estás entre las primeras y pude verte.
-  No lo sabía.
-  Como la mayoría. La gente te confunde con fantasmas, luces malas y otras leyendas.

Me contó que vive en un pueblo del sur junto al mar y que trabaja en una hostería. Nunca habla de los reflejos con los visitantes, porque sabe que no comprenderían. Le hablé del campo, de la siembra y la cosecha y de mis animales. De la primavera y las demás estaciones y de la lluvia y la seca. Me relató algunos de sus viajes, que solo son posibles cuando la luna está grande y a ambos lados hay oscuridad; y con tristeza me confió que antes viajaba más que ahora, pero no le pregunté el motivo. Hablábamos, hasta que bajó el tono de voz y a modo de secreto me dijo: debes seguir a la luna y si ves en ella un destello podrás viajar. Giró hacia el cielo estrellado y su luz se hizo tenue.

- Se va la luna.
- ¿Volverás?
- Es difícil, pero ambos lo intentaremos, ¿cierto?
- Sí, lo haré.

Su figura se desvaneció de repente. Miré el reloj y sentí cansancio. El resplandor lunar entraba a la casa, que parecía de plata. Caminé a la habitación sin prender la luz y me dormí facil pensando en fantasmas y pueblos lejanos.

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