Volver

2 1 1
                                    

Las ruedas del metro y su traqueteo. En Madrid el sonido es tranquilizador y a los pasajeros cansados los induce a la somnolencia. Él tiene un sueño recurrente con el viejo tren que cruza su pueblo natal una vez cada quince días. El tracatán sobre las vías es igual de lejano en Madrid y en su sueño. Nada parecido al subte de Buenos Aires, que utilizó brevemente y del que generó la idea equivocada de que los vagones bajo tierra necesariamente producen un chillido estruendoso.Pero hoy no escucha nada y regresa a su casa sordo y ciego a todo lo que lo rodea. Hace menos de una hora, durante la llamada semanal habitual con sus hermanos, uno de ellos le contó nervioso que el fin de semana el pueblo estaría de fiesta... se casaba Ámbar, su antigua novia. Eso no se lo esperaba. Había dejado su pueblo hace mucho ya. Se fue buscando trabajo, sintiéndose un pez grande en un estanque pequeño. Le llevó algún tiempo darse cuenta que estaba equivocado. Me llegó tarde la cuenta, le confesó a un amigo hace tiempo entre pintas. El metro se detuvo y algunos pasajeros descendieron... recordó la casa en la que nacieron él y sus hermanos menores. La compraron sus padres con gran esfuerzo cuando la anterior quedó demasiado pequeña. La casa tiene un fondo amplio lindante con un arroyo que explota de verde durante todo el año. Él nunca había sentido frío hasta conocer la ciudad y sus calefacciones... pensó en la pintura que había adquirido hace poco en una galería de arte de Madrid en la que predomina un verde intenso y vivo y lo relacionó con aquella frondosidad en la que nació... es curioso que no lo hubiera pensado antes. Caminando el débil curso de agua entre las piedras, las plantas y los animales fue feliz. Allí él y Ámbar se encontraron la primera vez y todas las que siguieron. Luego regresaban juntos a sus tareas, juegos o labores y la comunidad pequeña los recibía con la certeza de que se casarían. Pero él siempre supo que partiría pronto. Se fue y le fue bien. Recorrió varias ciudades hasta desembarcar en la capital española y en todas sintió el rigor de llegar y ser el nuevo y ser el morocho. Pero cada cambio era más fácil. A Buenos Aires había llegado con un poco de ropa y mil pesos argentinos, que hace muchos años alcanzaban para vivir bien una semana pagando el alquiler de una habitación. A Madrid llegó con propuestas de trabajo y una carta de recomendación. Tuvo suerte el morocho decía con frecuencia. Él sabía que además había tenido que trabajar mucho. Bajaría en la próxima parada... no es ella, suspiró leve negando con la cabeza. El metro a esa hora llega casi vacío a la estación cercana a su departamento. Y no era Ámbar... volvió a pensar en la pintura y en el verde intenso. Extrañaba su arroyo más que cualquier otra cosa. Ahí estaban sus padres y sus hermanos. Miró su reloj.... allá recién está oscureciendo y se empiezan a prender los fuegos en cada fondo y el aroma de las cacerolas lo embriaga todo. Cerró los ojos para frenar la humedad de la primera lágrima que comenzaba a acumularse.

Unos cuentos para variarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora