El origen de los mundiales

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Hace ciento sesenta y ocho mil años, al sur de lo que hoy se conoce como Las Serranías de Ronda en España, una pequeña comunidad de Neandertales se reúne luego de terminar las tareas de caza y recolección. El otoño, casi siempre inclemente, este año se presenta bondadoso. Sus reservas están a tope para la época y en la seguridad de su valle escondido, el grupo de homínidos puede abocarse a sus a actividades sociales. Más abajo, sobre un arroyo caudaloso, uno de ellos se dedica a arrojar pequeñas piedras, intentando golpear las grandes rocas que sobresalen dispares por sobre toda la superficie del ancho curso de agua en movimiento. El sol todavía está alto a su espalda mientras él escucha, fascinado, los diferentes sonidos que producen las piedras al golpearse. Busca frenético a lo largo de la orilla variedades de cantos y festeja con un pequeño salto cada vez que acierta alguno de sus disparos. Tic, toc, tac, todos los demás escuchan, desinteresados, los sonidos a veces fuertes, otras veces débiles, agudos o graves, de la novedosa actividad de su compañero. Pero entre ellos, desde lo alto, el primo menor lo observa con atención. Intenta comprender que hace, mientras se rasca la cabeza. A sus ojos, revolea piedras y se excita cuando acierta. ¡Es un juego! concluye luego de un prolongado período. Ahora él también está excitado mientras desciende, apurado por participar, hasta la orilla pedregosa donde recoge la primera piedra que encuentra y se la muestra, con una amplia sonrisa, al mayor de sus primos que lo mira sin entender. Entonces el recién llegado, en un movimiento descoordinado y con un exceso de energía tal que impediría cualquier acierto, lanza la roca junto con un profundo y desgarrado grito ampliamente exagerado. Toda la comunidad de Neandertales gira para observar lo que sucede más abajo, mientras el objeto, la piedra, se aleja leve por el aire en unos precisos cuarenta y cinco grados de inclinación, dibujando una parábola perfecta que termina en un apagado tic justo en el centro de la piedra más lejana del largo arroyo. El joven lanzador, luego de un instante de silencio e incredulidad frente a su enorme e imposible proeza, comienza el despliegue de una larga y desproporcionada secuencia de bailes, gritos, gesticulaciones y movimientos pélvicos en la cara a su primo mayor, que lo observa atónito. Desde lo alto, el resto de la comunidad nada comprende sobre lo que sucede abajo en la orilla, pero contagiados todos por el entusiasmo y la alegría del primo menor, se suman y lo acompañan con gritos y ademanes desde las salientes y terrazas que rodean el impensado campo de juego. El festejo colectivo se extiende más de lo necesario, al menos para el primo mayor, ahora único homínido inmóvil y en silencio en todo el valle. Se pregunta, con rabia creciente, como es que todos celebran el insulso tic de su primo, cuando él produjo tocs, tacs y hasta tics más bellos. El multitudinario frenesí Neandertal termina repentinamente con un golpe seco en la peluda cabeza del flamante primer ganador prehistórico, que lo dejará atolondrado y dolorido por un par de horas.

Unos cuentos para variarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora