El sendero prohibido cae por el barranco y se adentra profundo y oscuro en la ciénaga. La antigua huella de tierra inmemorial se estrecha hacia abajo entre los matorrales vírgenes y deja atrás al camino ancho que une a los pueblos de la selva. Más allá la senda se detiene y se borra por completo en el límite entre la tierra seca y los fangos perennes. Apenas un puñado de almas, muy pocas, se han enfrentado a las consecuencias de avanzar. Perderse en el pantano significa transformarse en fantasma. Rufiano espera. Carga sobre sus hombros anchos un bolso y con su mano izquierda sostiene el machete. Tiene los ojos húmedos y respira agitado por tanta historia acumulada. Más temprano cuando entró a la casa del anciano lo encontró en su cama agonizante y entendió que esas eran las últimas horas en el mundo de los vivos de aquel viejo inmortal que tanto daño había causado. A los pies de aquel lecho de sufrimiento Rufiano anunció su partida. Los hombres de la villa intentaron detenerlo, pero nadie excepto el viejo había tenido jamás la firmeza que hacía falta para enfrentarlo. Se marchó sin pensar en regresar al pueblo afónico al que daba la espalda de cara al monte. La ciénaga tiene un alma densa y Rufiano avanza con dificultad. El agua negra le llega muchas veces hasta las rodillas y cuando la tierra no está inundada, debe cortar ramas gruesas y maleza tupida para poder seguir. Con el caer del sol se detiene en un claro elevado y seco y busca un pan que come hambriento bajo la noche remota que se cierra a su alrededor. La brisa fresca de las primeras estrellas serena de a poco el calor furioso sobre su cuerpo.Ven aquí Rufiano. ¡Rufiano!La ráfaga de viento grita y retumba a medianoche y lo incorpora en un salto, parado con su machete en la mano y sus grandes ojos abiertos como cuencos blancos buscando en vano en la nitidez de la noche. Su humanidad agitada y turbada se destaca contra la luz lunar y él maldice desde el rumor alterado de insectos y plantas. El pantano inhala para expandir sus ríos e inundar la tierra.Rufiano se pone en marcha temprano con la mañana y llega con el sol alto al primero de los dos ríos anchos y caudalosos que deberá cruzar. La ribera es arenosa y la recorre decidido juntando troncos secos que lo ayudarán a flotar. Es inteligente el muchacho, se dejará llevar río abajo hasta la otra orilla por la corriente terrosa y su figura robusta se hará diminuta frente a la inmensidad del agua y de las islas verdes que, por un instante, se apiadarán de su alma. En la ribera opuesta recupera el aliento y reanuda la marcha. La tierra que debe atravesar está empapada y el fango hace su caminar lento. Va limpiando el camino a machetazos sin oponerse a la nube de insectos que lo envuelve. Atraviesa la isla grande con la llegada de la noche. Su cuerpo sobre la arena recorta el reflejo ondulante de la luna amarilla sobre el río de aguas negras en el que se sumerge hasta la cintura para bañarse, en el mismo lugar donde la voz que lo ronda desde niño le habló por última vez.M'hijo darás de beber agua de esta orilla al viejo y seremos libres.Rufiano termina de quitarse el barro y busca un pan. Come sobre un tronco y hunde sus pies limpios en la arena tostada. Su mirada y sus pensamientos se pierden en la penumbra que lo rodea y los insectos cantan y se llaman con sus luces y la luna se confunde. Por la noche soñará con serpientes que lo envolverán en besos de lenguas bífidas y lo convertirán en cieno.El nuevo día aclara bajo un cielo de color gris y Rufiano se prepara para atravesar el río que todavía lo separa de las vastas tierras anónimas. Repetirá la técnica de los troncos y de la corriente en la inmensidad del agua que esta vez parecerá querer envolverlo para devorarlo. Quien haya cruzado podrá detener su marcha incesante para pensar en un nuevo destino.
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Unos cuentos para variar
Short StoryPublicaciones de aquí y de allí... del mundo mundial.