Un hombre escucha una respiración que no le pertenece desde la puerta de la habitación y se levanta de su sueño sobresaltado. El sonido es cortado y monótono. Escucha como se repiten las inhalaciones y exhalaciones una tras otras mientras intenta entender que sucede. Por miedo, no abre los ojos ni se mueve. No es Nadia, su mujer. Así respira un hombre agitado y nervioso, a punto de hacer algo... pero no sucede nada. La respiración continúa, pero ahora parece cansada, agotada. Está sólo cuando por fin abre los ojos en la oscuridad. Nadia no duerme a su lado en la cama. El sonido del aire ronco entrando y saliendo continúa su retumbe en la habitación. Quizás está escondido a los pies de la cama, él sabe que no podrá moverse, invadido por sus pensamientos desordenados y confundidos, no puede. De pronto, una sospecha. ¿Dónde está Nadia? Hace semanas que no se hablan. Duermen juntos, se ordena la casa y se prepara la cena como siempre, pero no se hablan, no se tocan. Ella casi ya no lo mira. El silencio los fue alcanzando de a poco. Las presas siempre se cansan y ellos hace mucho tiempo se cansaron. No siempre fue así, se amaron y se amaron mucho. Fueron de esos que se cuidan en una burbuja que los separa del mundo, pero después vino el ruido, los gritos, las peleas. Él se hundió y ella peleó e intentó ayudarlo, pero no hay forma para quien cree en el destino. Todos al final se cansan. ¿Dónde está Nadia y quién respira? Quizás si se pudiera quedar dormido... mañana amanecería con ella, en la cama y en silencio, justo cuando la luz del sol comienza a entrar por las rendijas de la persiana. Eso le gusta, siempre le gustó levantarse. Imposible, hoy no sucedería. ¿Dónde está ella? La luz del comedor está encendida. Él se levantó lentamente y sus pupilas dilatadas se esforzaron por encontrar algo que respirara en la oscuridad. Así deben sentir los ciegos, pensó mientras buscaba con sus oídos. Ahí estaba todavía, más agitada que antes. Avanzó unos pasos y la atravesó cruzando el umbral de la puerta del dormitorio. La respiración de repente se le hizo propia, le pertenecía. Con ambas manos se sostuvo del marco de la puerta, mareado, para no caerse. ¿Qué le estaba pasando? Desde el comedor le llegó un llanto debilitado, un sollozo. Era de Nadia. ¿Por qué llora? Hacía tanto tiempo que no la escuchaba y la extrañaba. Sintió rabia por tantos silencios, se había equivocado al abandonarla, había olvidado las mañanas, la luz entrando por la ventana, el ruido de las sábanas cuando ella, medio dormida todavía, se le acercaba. Llegó rápido hasta el final del pasillo y la vio sentada en el borde del sillón. Ella tapaba su llanto sosegado con las manos sobre su cara, inclinada sobre si misma con los codos sobre las rodillas. Apretaba con fuerza un pañuelo negro que sobresalía de sus dedos. El pecho parecía dolerle. La llamó, pero no respondió y tuvo frío. Miró su reflejo en el vidrió nocturno de la ventana que tenía enfrente y se vio desnudo. Sus heridas ya estaban secas y limpias. Él ya no estaba.
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Unos cuentos para variar
Short StoryPublicaciones de aquí y de allí... del mundo mundial.