Ya estoy viejo, no tengo tantas distracciones como tenía antes y tampoco las quisiera tener. Hace no tanto tiempo podía salir a caminar o a hacer las compras. La tenía a mi Esther y con ella era todo más fácil. Ahora cuento con personas que me quieren y me ayudan y también cuento con mis aves, las de mi cuadra de hace cuarenta años, que me acompañan. Ellas regresan de su ausencia invernal puntuales en primavera, cuando las ramas flacas frente a mi ventana se empiezan a llenar de brotes verdes, hojas diminutas e insectos deliciosos. La Belle Époque la llamo, la de las mañanas que se adelantan para recibir temprano a cientos de pájaros con sus cantos, al igual que yo, que apuro el café con leche con tostadas para sentarme a escucharlas con las primeras luces, que llegan débiles hasta el pequeño balcón francés que uso como mirador. Después de algún tiempo, uno comienza, o al menos yo lo he hecho, a entenderlas un poco. Una silba por aquí y otra responde por allí. Supongo que serán machos y hembras coqueteando sin parar, se supone que la primavera es el tiempo de la reproducción, pero no estoy del todo seguro. Año tras año me digo a mi mismo que debo ponerme a estudiar sobre el tema, pero tengo miedo de que el conocimiento... bueno, que termine nublando el sentimiento. ¿O no es así a veces? Hay magia en el arcoíris hasta que nos enseñan sobre la refracción de la luz del sol dentro de las minúsculas gotas de agua de lluvia. Cosas de viejo dirán ustedes, pero algunas cosas hemos aprendido. Después del concierto de cantos comienzan sus vuelos. ¿Los han visto? ¡Cómo se persiguen y se esquivan y van y vienen! Todo un espectáculo de acrobacias entre autos, cables y peatones demasiado distraídos. La cuadra entera se llena de vida... pero no todo el año es así. Durante el otoño, cuando las hojas de los árboles de mi cuadra se marchitan y se caen, los gorriones, benteveos, cotorras, cardenillos y tantos otros migran hasta el parque cercano. Antes las acompañaba para no extrañarlas, pero ahora no puedo. Los parques de la ciudad se me van haciendo lejanos cuando llega el frío y a través de las ramas peladas de mi ventana acecha la soledad. Yo le huyo dedicándome entonces a los árboles. Con un balde grande los riego y los protejo con cal de las hormigas hambrientas. También los alimento y para eso ando siempre pidiendo a mis vecinos del edificio cuanto desecho puedo utilizar como fertilizante: granos usados de café, cáscaras de bananas, zanahorias y hasta de huevos o cenizas de madera, que proceso y mezclo con el agua que les daré de beber. He aprendido con la ayuda del tiempo y de la experiencia, que los árboles cuando son bien cuidados, brotan antes en primavera y dan frutos y flores más grandes, coloridos e irresistibles. Mis vecinos, por la atención, el tiempo y el esfuerzo que les dedico, me han apodado con cariño "El loco de los árboles" y yo, después de agradecer sus contribuciones, los miro atento y serio con cara de viejo y les hago el cuento repetido de que es por ellos, que sin árboles no hay oxígeno y que el aire de los que todavía estamos y también el de los que estarán después. Pero la verdad, ustedes y yo lo sabemos, es que es por mis aves.
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Unos cuentos para variar
Short StoryPublicaciones de aquí y de allí... del mundo mundial.