Del color de los huesos

2 1 0
                                    


El tipo andaba tranquilo caminando por su barrio, uno de esos bien seguros donde no pasa nada, pero cuando te apuntan, bueno eso es distinto y a él lo teníamos apuntado hace rato. A la mañana ya sabíamos que le gusta salir a correr, no todos los días, pero al menos tres veces por semana. Los domingos es más difícil, hay más gente en la calle, por eso lo esperamos el miércoles y lo enganchamos el primer día. Cuando llegó a la reserva lo cruzamos con el auto, se resistió viste, era medio cocorito, pero enseguida entendió que no estábamos jodiendo. Le dimos tres o cuatro golpes y se metió él solito en el auto. Entendió en dos minutos. Llamen a mi viejo, acá está el teléfono, él lo arregla. Ya estaba asustado el flaco, desde afuera de la capucha le dimos un golpe, otro viste, para que entienda y se calle la boca. Este no era un boludo, tenía cara de buen pibe, vago como todos los que andan siempre atrás del viejo, pero bueno. Igual tampoco lo conocía, digo que a veces te das cuenta que estás adelante de un desgraciado. Este no, seguro no había matado una mosca en toda su vida, pero a estos tipos un buen susto tampoco les viene mal. Estamos hablando de plata muchachos. De eso se trata. Al que la pone lo llamás siempre desde el otro auto. El viejo era medio agarrado, como todos, pero este era de esos que te regatean hasta los puchos en el quiosco. Como que no lo controlan los tipos, una cosa de ADN será, no sé, pero el tipo se puso a regatear ahí nomás, de la nada, con el primer llamado. Nada de hacerse el boludo para llamar a la policía o llorar como un desgraciado. No, que eso es una barbaridad, que te mando tanto, pero si me lo largas hoy, mañana olvídate. Cosa de no creer, un poco más y nos manguea un afano el viejo. Cuando llegamos a la casa metimos el coche y lo bajamos rápido. Si hablas fuiste le tenés que decir, lo teníamos amenazado. Ahí se te puede complicar, cuando lo bajas, porque el tipo no sabe dónde está, tiene tanto miedo que no presta atención, pero estábamos cerca del barrio, a un par de cuadras, si se te pone a gritar como loco ahí nomás cuando lo sacamos, chau, se nos pudre todo. Pero no che, el tipo se rescató. Arriba le teníamos preparada una pieza con todo, techo, las paredes, hasta el piso, todo cubierto con pallets esos de cartón gris que se usan para llevar los huevos. Estaba todo tan gris ahí adentro que casi no se veía el colchoncito. Como del color de los huesos, o de una tumba, tan gris, que te mareaba la vista y encima, no se escuchaba nada de nada. ¿Eh? El viejo la estiró demasiado y nosotros no estábamos negociando, sabíamos que la tenía y que la poli le decía que la ponga y no era de seco o agarrado, no, los tipos como él te la quieren ganar, es eso nada más. ¿Y qué vas a hacer? ¿¡Lo vas a largar!? ¡Si sabés que la tiene! ¡No hermano, ponela y déjate de jorobar! Cosa de no creer lo de algunos tipos che. ¡Que se te pongan a regatear con el pibe! Todavía no la puedo creer la actitud del tipo... y cuando se estira la cosa, se empieza a complicar, vos tenés todo armado para un par de días, tres o cuatro como mucho, pero después alguno puede boquear y ahí te agarran. ¡Qué viejo choto! Sí, a la larga alguno siempre habla de más y nosotros teníamos que terminar rápido la cosa, rajar y desaparecer.

Unos cuentos para variarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora