Un escroto recién afeitado que el hombre mostraba con orgullo cada vez que podía. Puños a la cintura, piernas bien extendidas y el trasero levemente hacia adelante, comprimido, para compartir su escroto con todos cuantos se cruzara en los consultorios, en los vestuarios o en las playas nudistas que visitaba con frecuencia, y donde nunca faltaban las expresiones de asombro: ¡Qué maravilla! ¡Qué belleza! ¿¡Cómo se logra semejante escroto!? Para los más audaces, o para aquellos que no lograban abstenerse, el hombre otorgaba breves permisos para una experiencia táctil, seguro de que no había, hasta donde se sabía, una textura comparable. Los años que siguieron le dieron fama, dinero y viajes, y lo transformaron en una leyenda, en el pionero de un tiempo nuevo de admiración por otros escrotos y también por coños magníficos que lo sucedieron y le rindieron, cada uno a su estilo, merecido tributo. Los rumores sobre sus milagros y sanaciones no comenzaron hasta después de su muerte y le valieron el nombre con el que hoy se lo recuerda en todo el mundo: Escroto de Oro, y es a su lápida, colocada invertida para recordar con su forma al escroto, donde año a año llegan miles de peregrinos que la acarician, de acuerdo al mito, en busca de buena salud y fortuna.
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Unos cuentos para variar
Short StoryPublicaciones de aquí y de allí... del mundo mundial.