James

3 1 0
                                    


Cuando se despertó recorrió la habitación y se dio cuenta de que estaba soñando. Junto a él todavía dormía una mujer desnuda y desconocida. La habitación era una colección de botellas vacías, desorden y mugre. El olor a cigarrillo impregnado le recordó al cuarto de uno de sus tíos, fumador empedernido. Sin embargo, no era ese extraño lugar dónde estaba lo que lo confundía. Muchas veces antes había adquirido conciencia dentro de un sueño, pero siempre sin excepción hasta esa mañana, lo había hecho dentro de pesadillas horribles. Para él siempre ha sido igual: cuando la realidad del sueño se vuelve intolerable, entiende que aquello no puede ser cierto y se propone despertar con un movimiento brusco del hombro. No más de tres o cuatro intentos son suficientes para recuperar la lucidez, angustiada, agitada o traumatizada temporalmente, en su colchón de siempre. Pero esta vez no era igual. No había pesadilla, no había monstruo ni abrasión dolorosa. Solo él sentado en una habitación asquerosa con una mujer hermosísima más desmayada que dormida a su lado. No intentaría despertar; no había motivos. Se incorporó y dio unos pocos pasos e inmediatamente notó que era más alto. Miró hacia abajo y encontró dos piernas y un par de pies distintos a los propios. Este es un sueño interesante, dijo en vos baja. No encontró un espejo dentro de la habitación así que caminó hacia la puerta, que estaba cerrada, esquivando las porquerías del suelo. Antes de abrirla dudó... quizás del otro lado lo espera la pesadilla. Abrió lentamente, encontró un pasillo con una escalera descendente a la izquierda y a la derecha otra puerta y más allá lo que parecía un gran espacio iluminado. Esta debe ser la del baño, sus palabras apenas sonaron como un suspiro. Giró y en el espejo de aquel baño gigante y pulcro lo miraba con cara arruinada ¡Jim Morrison! Ambos estuvieron un buen rato sin entender. Él se movió y Jim lo imitó. Estiró el brazo y con todos sus dedos tocó el espejo. Mierda, soy Jim Morrison dijo y sonrió. En su adolescencia lo había escuchado hasta el cansancio y ya más grande también leyó sus poemas. Durante un breve período Morrison representó para él un modelo de autodestrucción atractivo. Come on baby light my fire, cantó y reconoció como propia la voz de su ídolo. Comenzó a recordar todas las canciones que llegaban a su memoria una tras otra. Recorrió sus letras y se dio cuenta de que ahora, en la piel de Jim las entendía distinto. Las entendía mejor. Tiene recuerdos asociados a cada una de esas letras, algunos borrosos y otros muy dolorosos. Hace mucho tiempo que sintió por última vez que alguien lo quería, ahora lo rodean de noche y de día almas desahuciadas que, encandiladas con los flashes y micrófonos que le pertenecen, lo adoran fugazmente hasta que obtienen lo que quieren. Está tan cansado de él, de todos y de todo que le duele, le duele mucho y solo puede pensar en que el dolor se vaya. Volvió a mirar el espejo. Estaba demacrado. ¿Qué te pasó Jim?, preguntó sin responderse. Bajó la mirada, se observó el cuerpo. Ahora desnudo giró y encontró una bañera y la observó mucho tiempo. No pensaba en nada; solo la observaba. Este sueño llegó demasiado lejos, pensó. Es tiempo de salir. Buscó su hombro, un movimiento brusco sería suficiente. Dos, tres, cuatro. Cinco, seis...

Unos cuentos para variarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora