XIII. Verdad.

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Pasarían tal vez de las dos de la madrugada, y Yumetani era bien conocido por la bajísima criminalidad o los escasos accidentes. Esa noche, sin embargo, hubo en un espacio geográfico muy pequeño un par de reportes de acontecimientos aparatosos: el primero unas horas atrás, en la autopista hacia Ishikawa, con un accidente de tránsito espectacular, pero sospechoso dado que no hubo víctimas fatales; y el segundo en las calles más alejadas del pueblo mismo, donde un vistoso juego de luces interrumpió por algunos minutos la tranquila noche de los habitantes del valle, en la casa de los amables, pero aislados Sato.

Un par de patrullas, con la inquietante iluminación de sus torretas en los clásicos rojo y azul, se quedaron unos momentos quietas frente al porche de la casa de Sakura, tratando de ver algo de las luces que los vecinos habían denunciado, pero sólo encontraron el natural y esperado silencio, dejándolos sin la mínima pista sobre todo lo que en aquella casa había pasado, junto con el trino de las aves nocturnas, sapos y grillos, como cualquier cálida y estrellada noche del inicio de la primavera.

El patrullero que recibió el reporte fue el primero que se animó. Bajó del auto y con cautela iluminó con su linterna la puerta de entrada, sin pensar lo innecesario que era, pues las luces del recibidor estaban encendidas.

Se quedó quieto y tenso sobre el último escalón, esperando ver algún tipo de movimiento, pero nada pasaba.

—¿Por qué no sólo tocas a la puerta? —preguntó aburrido su compañero desde el auto, asumiendo que el reporte había pecado de exagerado.

El oficial en la puerta lo miró por un momento, indicándole con una seña que esperara.

—Muchas gracias por venir, oficiales, pero este caso está fuera de su jurisdicción.

La voz femenina sobresaltó tanto al policía, que al girarse, por acto reflejo tomó la empuñadura del arma en su cinturón, casi dejando caer la linterna en la maniobra, encontrando los ojos marrones, casi carmesí de una mujer de mediana edad que de la nada se había aparecido en el porche, entre él y la puerta de la casa. Al momento, las dos patrullas se vaciaron, dejando a cuatro oficiales frente a la literalmente aparecida mujer.

—Los vecinos reportaron actividad inusual, y es por eso que estamos aquí...

El afán de Akko por pretender que escuchaba la conversación fue decreciendo, porque realmente el hombrecillo ante ella poco o nada aportaba. Lo miró sin mirarlo, se hurgó el oído, incluso bostezó, ante lo cual, el oficial llevaba un par de intentos tratando de volver a capturar su atención.

—¿Ah...? —retomó Akko, incapaz de seguir manteniendo la cortesía profesional.
—¿Que de qué oficina viene usted para decir que estamos fuera de jurisdicción?
—¡Oh...! Bien, oficial... ¿cuál era su nombre? Bueno, no importa —dijo, cuando el tipo estuvo por presentarse por segunda vez.

En un imperceptible pase de varita, Akko hizo un encantamiento de olvido no verbal que aturdió a todos los oficiales, dejándolos en un cómico estupor por algunos segundos.

El que iba al frente, el mismo que había tenido la entrevista con Akko, fue el primero en despertar.

—¿Pero qué...?
—Muchas gracias por venir, señores, y por favor, disculpen las molestias, el chico recibirá una gran reprimenda, sin lugar a dudas.
—¿El chico...? ¿Qué chico?
—Mi hijo... puso su consola de videojuegos y el equipo de sonido a todo volumen a pesar de la hora... discúlpenlo, por favor, a veces es tan impulsivo.
—De... de acuerdo —dijo el oficial, rascándose la nuca mientras buscaba ratificar la historia en sus colegas, que lucían tanto o más confundidos que él—. Sólo... procure que no vuelva a pasar.
—¡Tienen mi palabra! ¡Buenas noches!

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora