XII. Gratitud.

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—¿Segura que estás bien? —preguntó Xiao-Lang al volante, poniendo una mano sobre el muslo de Sakura. Cuando la obscuridad de la noche sólo era corregida por las luces de los autos y camiones, y las luminarias de la autopista, dejando atrás la gran mancha urbana de Tokio.
—Sí. ¿Por qué la pregunta? —respondió ella, mirándolo de soslayo, y volviendo de inmediato a la negrura de la noche.
—Bueno, llevamos cerca de una hora en el camino y apenas si has hablado. Tú no sueles ser así.
—Perdona por hacer que te preocuparas. Es que son tantas cosas... lo que sea que vaya a pasar en Tokio, los niños lejos de nosotros... —dijo luego de un silencio más o menos prolongado—. ¿Puedo confiarte algo que siento?
—Amor, ¿después de haber estado juntos dos terceras partes de nuestras vidas, me preguntas si puedes confiar en mí? —expresó sonriendo, despegando sólo un momento los ojos del camino, presionando con suavidad la pierna de la mujer.
—Ya sé... es sólo... creo que ya bastantes cosas tienes en la mente para cargar con las mías...
—Tristezas a la mitad, alegrías al doble, cariño. Todo lo que te afecte me afecta, y quiero que me lo compartas.

Sakura se giró ligeramente en su asiento, y estiró la mano para acariciar la nuca de Xiao-Lang con suavidad. No necesitaba ser una profetisa para pronosticar que el niño que compitió y luego la ayudó a reunir las cartas Clow, se convertiría en el hombre que tenía ante ella. Apuesto, pero discreto; amoroso, pero sólo con ella, siendo indiferente y casi cortante con el resto de las personas; apasionado, pero serio ante el mundo; y un padre que se derretía por sus hijos, aunque fuera rígido con ellos.

—Son muchas cosas de las que nos estamos enterando justo ahora —comenzó la mujer, poniendo la mano sobre la de su esposo, que seguía sobre su pierna—. Lo de los dragones, nuestra participación, la responsabilidad de todas las personas que viven en Tokio y el mundo... y de entre todo eso, hay una angustia que crece en mi pecho, que está relacionada, pero es diferente a todos esos temas... se evade, se oculta... y a pesar de que tengo la sensación de que es gravísimo, no puedo explicarlo o entenderlo.
—¿Una premonición?
—Más bien, un presentimiento. No puedo ubicarlo, es como si algo se pusiera delante de mí y me evitara ver más allá.
—Te propongo esto: faltan unas cuatro horas para que lleguemos a Yumetani, ¿por qué no duermes y tratas de provocar una profecía?

Sakura reflexionó las palabras de su marido. No parecía un disparate después de todo, si al final esas profecías venían solas mientras ella dormía, quizás fuera posible acceder a una simplemente con solicitarla tomando un descanso. No perdía nada con probar, aunque había un pequeño problema.

—La verdad es que no tengo ni un poco de sueño.
—De eso me encargo yo.

La charla fue trivial por unos minutos más, hasta que vieron una estación de servicio. Li se detuvo e hizo algunas compras rápidas, algo de agua y chocolates como para sentirse culpable por una semana. Volvió al auto y le pidió a Sakura que se pusiera cómoda en su asiento.

—Ahora relájate y deja que yo me haga cargo —dijo Xiao-Lang.
—Señor Li, eso no estaba planeado para este viaje —rió, aliviando un poco el estrés que cada vez aumentaba más dentro de ella.
—Me gusta improvisar —respondió él a la broma—. Además, hasta hoy no he recibido quejas cuando tomo el control.

Echando un vistazo para comprobar que no hubiera un inesperado observador, el hombre estiró su palma extendida frente al pecho de Sakura, provocando una pequeña emisión de luz. Un momento después, la carta Sleep había aparecido físicamente, y luego de tomarla y decir su nombre en un susurro, la diminuta hada del diente de león sustituyó al papel, y revoloteó alrededor de su ama.

—Te la encargo mucho —susurró Li.

La criatura mágica asintió sonriente, mientras rodeaba a Sakura, soltando sus etéreos polvos luminosos.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora