XIX. Nigromante.

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La capital, completamente estupefacta ante los eventos de los últimos minutos, repentinamente despertó. Comenzó entonces la tribulación, el miedo y la incertidumbre, y aún en el conocimiento de los protocolos y tantos simulacros en su haber, el terremoto había superado por mucho a los tokiotas.

Lejos, en América, las circunstancias no habían sido distintas, y un centenar de ciudades luchaba contra las penumbras de la madrugada entre incendios y derrumbes.

El polvo aún era denso. Akko, incrédula ante lo ocurrido, comenzó a actuar en automático, con un profesionalismo que, más que imparcial, se antojaba ausente, desorientado, casi indiferente a lo que la rodeaba.

Sin dejar de observar al par de cadáveres ante ella, comenzó a hablar a su varita:

—Jefa de la oficina central del Mahonokeisatsu, Atsuko Kagari al habla. Todos los aurores disponibles del área del Gran Tokio deben reportarse a sus destacamentos para labores de rescate y ayuda a la población, hay que priorizar a los no magos y coordinar al voluntariado mágico, especialmente a curanderos. El resguardo del secreto mágico puede ser obviado de acuerdo a cada situación. —Lívida, caminó hasta los cuerpos que yacían sobre el asfalto, y se dirigió a Li sin mirarlo —: Llevaré sus restos al anfiteatro del Estado Imperial y trataré de coordinar algo de cooperación con corporaciones no mágicas de rescate y las fuerzas nacionales de autodefensa. Nos veremos en la casa de Tomoyo para hacer un balance de daños en una hora.

Xiao-Lang se limitó a asentir mientras veía a Akko y Diana apuntar con sus varitas a Yuzuriha y Kusanagi, cubriéndolos con una manta blanca y preparándolos para una desaparición.

El Lobo nunca había visto al sujeto en el suelo, pero a pesar de eso la situación era muy clara: el enorme hombre aquél, que por su apariencia y vestimenta, parecía ser un militar, tenía a la chiquilla en la protección de su regazo, y tal como sucedía con los otros Dragones que había conocido, tenía una firma mágica muy particular, misma que lentamente se disipaba en el ambiente, justo como pasaba con la de la sacerdotisa... eso sólo podía significar que él era un Dragón del Destino... y que había cambiado de bando de cara al final.

Y luego, venía la reflexión sobre la causa de la muerte: un corte transversal en el torso de ambos a la altura del estómago, que limpiamente los seccionó, ataque que alcanzó las estructuras y árboles cercanos, partiéndolos también.

Como un usuario de sables, sabía que ese ataque había sido hecho con una espada, una increíblemente poderosa, determinado por la fuerza e impacto, dejando un escenario lógico muy consistente con los hechos: habían sido asesinados con una Espada Sagrada. La única existente en ese momento, hasta donde sabían, era la de Akiho, y ella era la única que podía empuñarla.

El chasquido de la desaparición sonó, llevándose el recuerdo de Yuzuriha Nekoi, haciendo a Li reflexionar sobre lo breve y frágil de la vida, y que aún siendo dioses quienes se enfrentaban a ella, la muerte siempre salía victoriosa. Lamentaba profundamente que alguien tan joven y con tanto potencial como Yuzuriha fuera la primera en partir...

Beiji-Hu, Meilin y Al alcanzaron al Lobo con rostros graves.

—Wei y yo iremos de vuelta a casa de Tomoyo, ¿ustedes podrían quedarse a ayudar por unas horas en los derrumbes? —preguntó Xiao-Lang a los otros.

Se limitaron a asentir, e hicieron según lo solicitado. Al entregó las llaves del auto a Li, advirtiéndole que el camino sería complicado.

Sólo cuando se puso al volante, fue que Xiao-Lang reparó en el ruido de las sirenas y el escándalo propio del caos en un desastre natural.

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Cuando Li llegó a la mansión Daidoji, encontró a su esposa hecha un auténtico manojo de nervios. No fueron necesarias palabras: ella había sentido morir a Yuzuriha, y sabía que el golpe a la ciudad había resultado de ese fallecimiento.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora