XX. Coraje.

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Sólo unos minutos después de que Eriol y Kurogane llegaran tan intempestivamente, Sakura vio entrar una vez más a su esposo a la habitación. Su gesto obscurecido únicamente podía presagiar que había más malas noticias, y solícita caminó hasta que sus manos se sujetaron con fuerza.

—Eriol tiene algo que contarte.

Sakura no preguntó más. Se limitó a asentir y a acicalarse un poco, pues era de madrugada y había dormido para ese momento sólo un par de horas; ella y su prima habían hecho las guardias de la última jornada, cada una en una región diferente de la ciudad.

Unos minutos después, además de ellos, Kurogane, Tomoyo, Al y Meilin estaban frente a la puerta del inglés, igual de lívidos ante una explicación por tan extraño comportamiento de los recién llegados y del patriarca Li.

—Yo ya estoy al tanto —se anticipó Xiao-Lang—. Kurogane y yo tenemos que hacer las guardias ahora mismo, así que los dejaremos para que sea Eriol quien les explique, aprovechando que Sumeragi tampoco está aquí.

Después de despedirse, Sakura llamó a la puerta. Un "adelante" en voz cavernosa les cedió el paso.

Eriol estaba sentado en un sofá rojo que había adoptado desde su llegada a la mansión Daidoji, estaba recién duchado y vestido con un pijama cómodo, pero elegante, al parecer, esa conversación sería su última actividad antes de dormir un poco.

—¿Qué está pasando, Eriol? —se atrevió la portadora del poder de Dios, intrigada.
—No hay manera fácil de decir esto, Sakura, así que seré conciso, porque esto es importante al ser tú nuestra líder.

Honrando sus propias palabras, su explicación fue lo más breve y directa posible. No había forma o pretexto para no serlo, y el mensaje era claro: Sumeragi no era un aliado en verdad, y Hinoto era más un obstáculo que una ayuda.

—Pero... fue ella quien nos reunió en primer lugar —argumentó Tomoyo, contrariada.
—Sí, aunque al parecer, por sus propios intereses.
—¿Qué puede ser más importante que la supervivencia del mundo? —reviró Meilin, escandalizada.
—Su propia supervivencia —respondió el mago con amargura—. También su deseo de trascendencia. La realidad es esta... pero como siempre debió ser, el camino a seguir lo decides tú, Sakura.

La maestra de cartas se cubrió el rostro, abrumada. Caminó por la habitación ante la mirada expectante de los presentes. No se sentía con fuerzas o deseos de tomar el liderazgo de los Dragones de la Voluntad sobrevivientes, pero muy en el fondo, sabía que no tenía otra alternativa: en la ignorancia e incertidumbre, ella debía marcar la ruta a transitar en adelante.

—Tal como sugeriste, seguiremos con las guardias para tratar de prevenir ataques sorpresa, y no haremos más lo que Hinoto nos indique. Al menos no hasta charlar con ella y establecer que realmente esté de nuestro lado. En cuanto al señor Sumeragi... no tenemos opción, él es uno de nosotros, y sólo podemos confiar en que su corazón, al final, esté en el lugar correcto. —La última frase no pareció convencer a Eriol, pero igualmente la aceptó. Ella continuó—: Por favor, duerme un poco, lo que hiciste debió ser muy agotador, mañana veremos de qué forma cerrar el ciclo de Hinoto. Lo mejor será que todos descansemos, algo me dice que las noches tranquilas serán cada vez menos frecuentes.

Todos aceptaron de buena gana, y salieron de la habitación deseando las buenas noches al hechicero reencarnado.

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Los sueños de Hinoto siempre eran, si bien no bellos, relajados al menos, aunque lúgubres, y con la aparición de su alterego, se habían tornado más bien estresantes. Esa madrugada no era la excepción: Hinoto se vio a sí misma corriendo sin un destino aparente sobre fango rojizo, en un cielo nublado y revuelto de espectral ocre. La sensación del contexto era una huida, trataba con todas sus fuerzas de escapar de algo o alguien que la acechaba en el llano, y que le provocaba un inmenso miedo.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora