IX. Gemini.

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El ajetreo de la capital ese sábado era igual al de cualquier otro en uno de sus destinos más concurridos. Un ambiente familiar entre los negocios, oficinas y restaurantes de aquella construcción, que seguía mostrando el porte imponente que la caracterizaba a pesar de estar cumpliendo sesenta años de existencia.

Desde el observatorio del piso sesenta de aquel emblemático edificio de la capital nipona, un hombre miraba con tranquilidad por el balcón. Una mañana luminosa y de visibilidad ilimitada.

Sin dejar sus observaciones, encendió un cigarrillo.

Recién terminaba de exhalar la primera bocanada de humo, recargado en el barandal, cuando un encargado de la seguridad de las instalaciones le indicaba amablemente que no era una zona de fumadores.

Seishiro lo miró irguiéndose cuan alto era, dibujando una sonrisa juguetona detrás de las gafas obscuras que acostumbraba llevar. Su primer impulso fue tomar una segunda calada y soplar el humo directo al rostro del guardia, pero una voz interrumpió sus intenciones.

—Me haré cargo. —El guardia, al escucharlo, hizo una reverencia y se retiró.

Sin embargo, Seishiro no apagó el cigarrillo, sólo volvió a relajar la postura, mirando de vuelta al paisaje.

—¿Te molesta si me lo termino? —preguntó con voz gruesa.
—Sólo si no me invitas uno —respondió con cierto aire sardónico el recién llegado.

Ante ese diálogo, el fumador sacó su cigarrera, ofreció uno de los pitillos a su invitado y se lo encendió con su mechero de metal. Por algunos minutos se dedicaron únicamente a disfrutar del humo, en esa extraña tregua.

—No sabía que tenían una oficina en Sunshine 60 —retomó el fumador, finalmente retirándose las gafas.
—Los Sumeragi estamos en todos lados, querido —dijo Subaru, mirando finalmente los ojos de la persona que más quiso en su juventud.
—Mientras que sólo hay un Sakurazukamori —torció el gesto, mostrando una sonrisa tan falsa que daba escalofríos—. Terminemos con esto.

Una potente detonación pudo escucharse por todo el distrito, junto con una onda expansiva. Todo aquel que la percibió de inmediato buscó su origen, encontrándose únicamente con el balcón vacío, mismo donde el par de hombres estuvieron sólo unos segundos atrás.

Sin embargo, no fue una alucinación colectiva la responsable del ruido. La explosión existió, pero fue llevada a un plano diferente de la existencia, donde no pudiera dañar a nadie. Dentro de dicho espacio, Subaru abandonaba el edificio de un salto, aterrizando en la azotea de otro, cruzando la avenida.

—Una barrera impecable como siempre —susurró Seishiro para sí mismo, mirando el cielo encapotado bajo la luz de la protección. Saliendo de entre los escombros del agujero que había hecho en la pared del edificio—. ¡No te extralimites, Subaru! ¡Que sea algo amistoso!

Sólo de terminar esa frase, fue golpeado de lleno en el pecho por un enorme trozo de hormigón del edificio.

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Un día bastante agradable ese tres de abril, al menos en lo que a clima se refería. El enorme autobús de transporte ejecutivo arrendado por los Li terminaba su viaje desde Shirakawa, y estaba a unos minutos de llegar al área metropolitana de la capital. Su destino era Tomoeda, la mansión Daidoji más exactamente, y sería esa la parada obligada para que los niños tuvieran un receso antes de enterarse de su destino final.

—¡Estoy muy emocionada! —exclamaba Yuzuki, dejando que entre Nadeshiko y Xing le pusieran los montones de broches para el cabello que tenían, convirtiendo su larga y lacia melena negra en un salpicado de colores.
—La verdad es que yo también —respondió Hien—. La abuela Ieran viene a menudo, pero nunca he ido a la casa de papá en Hong Kong. Mamá dice que es impresionante.
—Esta es mi primera vez en Asia, así que a mí todo me parece genial —agregó Gustav, que no apartaba los ojos de la ventanilla—. Se supone que sólo veníamos a Japón por la fiesta de la señora Sakura, pero al parecer ahora iremos a China... y eso que no saqué las mejores calificaciones este año.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora