IV. Luna.

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Distrito de Tomoeda, Prefectura de Tokio, Japón, tres años después de la caída de Alruwh.

Había mucha tensión en el ambiente, de verdad muchísima, era aplastante, tanto que su espesura podría cortarse con un cuchillo. La elegante y luminosa sala de estar de la mansión Daidoji parecía reducirse a sólo unos metros cuadrados a pesar de lo generosa que realmente era en dimensiones.

Tomoyo estaba sentada en un cómodo sillón individual, con cierta liviandad que estaba cercana a la emoción en su rostro. A un par de metros a su derecha, en otro sillón idéntico, Kurogane mantenía el rostro bajo, con cara de enjuiciado mientras miraba sus propias manos y pretendía ser el ente más pequeño del universo, fracasando olímpicamente dadas sus dimensiones corporales.

Ante ellos, y solamente seguida de las amatistas de la heredera Daidoji, Sonomi iba de un lado a otro, ahogando todos los gritos y los improperios que luchaban por salir de su boca, ofuscada, roja de ira, pisando el mármol bajo sus pies como queriendo fracturarlo a cada paso, mientras gesticulaba con las manos amenazantemente, buscando un cuello que estrangular.

—¿Cómo sucedió esto? —contuvo el grito Sonomi, mirando alternadamente a ambos jóvenes ante ella.
—Ese es el tipo de historia que no te contaría, pero eso no es lo importante en realidad —dijo Tomoyo con un apenas perceptible ánimo de juguetona conciliación, como quien cree que la otra persona hace demasiados aspavientos para un problema que quizás no lo sea en realidad, haciendo que Kurogane abriera mucho los ojos, asustado.
—¡No juegues conmigo, señorita! ¡Esto es muy serio! —Tomó aire, intentando recobrar los estribos que a nada estuvo de perder por completo—. Es decir... ¡¿Es en serio?! ¡¿En esta época?! ¡¿Con toda la educación que ambos tienen?!

Tomoyo bajó el rostro, replanteando si poner a nivel de humor la situación había sido una buena idea, sin embargo, seguía con el gesto luminoso y sin poder borrar la sonrisa que cada vez le era más difícil ocultar.

La empresaria, agotada al fin, se sentó en el sillón frente a ellos, sin saber a ciencia cierta cómo comportarse. El escenario en el que estaba era por mucho uno de los más inesperados a los que se había enfrentado.

—Señora Daidoji, yo... —se atrevió finalmente Kurogane, pero Sonomi lo fulminó con la mirada.
—Ah, no, señor mío, no vas a tomar la culpa por Tomoyo, lo haces todo el tiempo y tú simplemente crees que no lo noto. ¡Y ni se te ocurra hacer ese extraño saludo ceremonial! ¡Estamos casi a la mitad del siglo veintiuno e insistes en hacerlo!

La intención del samurái se extinguió en el acto, y volvió a quedarse tenso en su asiento sin atreverse apenas a respirar, ¿cómo era posible que una mujer tuviera semejante poder en la voz? Ni su madre en vida, en la lejanía de su niñez le había provocado eso.

Ante el desasosiego de Sonomi, fue Tomoyo la que tomó la batuta de la discusión, poniéndose de pie, exhibiendo el bellísimo vestido blanco inmaculado que había elegido para ese día, mostrando la innegable belleza natural que la caracterizaba, con su largo y negro cabello acomodado en una gruesa trenza que llegaba hasta sus caderas.

—Mamá... —llamó su atención, plantándose a su lado—. Estaré bien... todos estaremos bien... Esto es motivo de alegría, deberíamos estar festejando —dijo y tomó la cabeza de su madre, abrazándola contra su abdomen.
—¿Cuánto tiempo? —Preguntó en voz baja, dejándose consentir.
—Dos o tres meses. No estamos seguros. ¡Pero es una gran noticia! ¡Al menos yo estoy muy feliz!
—Y me alegra que sea así, pero... es que son tan jóvenes, aún tenían tantas cosas por hacer... disfrutar de su juventud un poco más...

Sin saber como terminar esa oración, Sonomi se separó un poco y acomodó las manos en la breve cintura de su hija, elevando los ojos para verla, aún sin levantarse. Por un momento pudo sentir que tomaba a la Tomoyo en edad de parvulario, la misma a la que lanzaba sobre su cabeza, haciéndola reír con energía, y un cruel nudo en su garganta se formó, cristalizando sus ojos.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora