Epílogo.

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Revisó por segunda vez la pila de documentos sobre el amplio escritorio de caoba. Cotejó las firmas y la redacción, en su común afán perfeccionista. Cerró los ojos por un instante con cansancio, en especial después de caer en cuenta de la fecha marcada por el primero de los papeles: Diecinueve de junio.

"Vaya... han pasado once años", pensó.

Xiao-Lang se levantó con pereza, y caminó hasta el amplio ventanal de su oficina. Era una muy parecida a la que Ieran había utilizado en sus años como matriarca del clan. Afuera, las copas de los ginkgos y los cerezos bañaban de amarillo y rosa el césped, bajó un sol potente, pero cuidadoso, muy propio de la primavera.

Señor Li, el señor Hien informa que ya está en camino, la señorita Nadeshiko va con él —sonó desde un altavoz en el escritorio.
—Bien.
Tiene una videollamada internacional. ¿Desea atenderla?
—¿Es de China? —cuestionó sin retirar los ojos de la ventana. No sentía deseos de recibir llamadas familiares, en especial por la particular conmemoración que tenía lugar ese día.
No, señor. De Inglaterra.

Dio un suspiro, Xiao-Lang miró al altavoz, como si éste fuera a devolverle una expresión de resignación.

—¿Y quién es?
El duque de Devonshire, señor.
—Ya veo...
—¿Quiere que rechace la llamada?
—Enlázame, sería grosero no tomarla.
Entendido, señor.
—Gracias, L2.

La cara sonriente de Eriol apareció en el monitor, aunque donde él estaba ya era de noche.

—¡Xiao-Lang! —exclamó, entusiasta—. Vaya, no me lo tomes a mal, pero te ves...
—¿Viejo? Valientes palabras para alguien con las patillas grises.

Trivializaron un poco, se preguntaron sobre sus respectivas familias, e incluso hicieron un par de bromas. Xiao-Lang no pudo evitar notar la forma en que el mentón de aquel hombre se había robustecido, y cómo se había engrosado su voz.

—¿Quieres que agende algo con Gustav por ti? —preguntó luego de algunos minutos.
—En absoluto, hablé con él recién. Está encantado de hacer rabiar a Kurogane al estar demasiado tiempo cerca de Yuzuki.
—Ya te digo que no se necesita ser profeta para adivinar que habrá una boda en el futuro de esos dos.
—Estoy de acuerdo. —El mago guardó un cauteloso silencio—. ¿Y tú, mi amigo? ¿Cómo estás?
—Estoy bien. La administración del clan me tiene muy ocupado, en especial con las misiones internacionales.

Comenzó una nueva temática, donde ambos rememoraron los complicados años que siguieron al Día de la Promesa, los primeros tres para ser precisos, en los cuales, la magia pareció desaparecer por completo del mundo, y que obligó a la humanidad a verse como una sola. Magos sin poderes y no magos sin tecnología se tomaron de la mano para reconstruir un mundo derrumbado y adolorido, un mundo que había perdido a una tercera parte de las personas que lo habitaban, empobrecido, incompleto, triste y confundido.

El ducado de Devonshire y el Clan Li se habían elevado como faros de esperanza en aquellos lugares del mundo donde su influencia alcanzaba, y nuevos y más maduros liderazgos comenzaron a dar forma al resurgimiento de la especie.

Recordaron que en el equinoccio de marzo de dos mil cuarenta y uno, todo dotado sintió, aunque atenuado, que el don volvió a ellos.

Y no sólo eso, el último esfuerzo mágico de la portadora del poder de Dios había dado la máxima herencia al planeta: sin importar el linaje o la raza, uno de cada dos niños nacidos después del Día de la Promesa, manifestaba el don. Aquella generación sería la primera con un número equitativo de magos y no magos en el globo.

—Por eso es importante la misión de nuestros hijos —continuó Eriol—. Hay lugares del mundo donde jamás hubo un mago. Poblaciones que necesitan guía y educación.
—Y por eso estoy tan feliz de ver a Hien cumpliendo con alegría esa labor. Ya ha estado en misiones de ese tipo en los alrededores de Tokio. Esta será la primera misión internacional que ejecutará.
—Lo harán increíble. Son buenos muchachos. En fin, no te quito más el tiempo, seguramente ya tienes actividades para hoy, ¿cierto?
—Sí. Es un día especial.
—¿Cómo está Sakura?
—Últimamente ha estado mejor, pero de vez en cuando hay días malos. Lo de Wei la afectó bastante.
—Lo sé, seguramente igual que a ti... —Eriol se retiró los lentes, melancólico—. Llévale unas flores de mi parte, ¿de acuerdo?
—En tu nombre, viejo amigo.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora