II. Celebración.

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Las provincias japonesas tenían ese efecto revitalizante que Eriol siempre apreció de su herencia oriental. Aún cuando su niñez fue breve antes de descubrir su legado como reencarnación, disfrutó de esos primeros años entre los campos del norte de Japón, en compañía de sus padres y abuelos en todas aquellas vacaciones, incluso su madre llegó a sugerir alguna vez que ese sería un buen paraje para su retiro, idea que aún sostenía y veía como un futuro cada vez más plausible. Dicha reflexión era impensable en presencia del abuelo Shogo, que siempre se rehusó a volver de forma definitiva a su madre patria por motivos que se llevó a la tumba.

Shirakawa transmitía justo esa aura para los Hiiragizawa, que embelesados miraban a través de las ventanillas del auto los campos de cultivo y las casas rurales salpicadas por la cordillera, bajo un cielo azul cuyas nubes parecían apremiantes por pasar al favor de la brisa primaveral. Un magnífico lugar para tener una vida tranquila y apacible, muy del estilo al que seguramente Sakura aspiraba, y que de alguna manera, Eriol sabía que se merecía, incluso Kurogane parecía haber mejorado su humor y sus silencios se volvieron más breves y menos incómodos.

—Cerca de la casa de la tía Sakura hay un río, y también un bosque, hay muchas cosas que hacer —decía animada Yuzuki a Gustav mientras preparaba los accesorios de una cámara deportiva—. Siempre puedo obtener fotografías muy lindas.
—Cálmate, Yuzuki, el pobre chico ya debe estar mareado —reprendió Kurogane, acción que le costó un manotazo de Tomoyo en el hombro. Él se justificó—: Es cierto, la niña se pone igual de intensa que tú.
—Oh, claro, porque tú no eres para nada intenso, ¿verdad?

Ver lo bien que esos dos se llevaban aún después de tantos años le dio cierto sentido de gratificación al inglés, y de alguna manera, para sus fueros internos, lo hacía pensar que él había participado en que Tomoyo y Kurogane hubieran entendido finalmente dónde estaba su destino, y eso lo hacía sentir bien, pues experimentaban lo mismo que él cuando finalmente pudo armar el rompecabezas de su vida. Sabía que él también había hecho lo correcto, traducido en el simple hecho de que estaba tranquilo para ese momento de su vida.

Gustav, por su parte, siendo políglota desde muy temprana edad gracias a sus padres, había logrado entablar una repentina, pero buena amistad con Yuzuki, y se notaba alegre por la idea de encontrarse con otros niños de la edad, hecho que la misma muchachita ya le había anticipado.

—Y... ¿saben algo de Li? —Se atrevió al fin Eriol.
—Bueno, los primeros años venía con frecuencia, pero sus visitas se fueron haciendo más espaciadas cada vez.
—Oh, vaya... supongo que él y Sakura quedaron en buenos términos.
—Pues algo así. Li y el esposo de Sakura se llevan particularmente bien.

Y la incomodidad volvió. Si bien él tenía la madurez para afrontar que en algún momento estuvo en una contienda por los favores de Tomoyo con el hombre al volante, no dejaba de sentir que algo estaba equivocado o se había pervertido en la situación de sus viejos amigos. Quizás era una impresión propia, no lo tenía bien claro.

—Amor sin apegos —susurró Issy a su oído, conciliadora, tratando de darle algo de tranquilidad a su cada vez más alterado marido.

Finalmente, luego de cerca de una hora de viaje, el auto salió de entre las colinas hacia un verde y fragante valle, en una cuenca poblada de vegetación hasta donde alcanzara la vista. Había algunos edificios modestos, que se correspondían con un hospital y un par de escuelas, y probablemente el ayuntamiento, y una calle principal a cuyas orillas se reunía la mayor parte de las construcciones, que gradualmente se volvían más y más distantes.

—Bienvenidos a Yumetani —anunció Tomoyo con entusiasmo mientras el auto descendía por la ladera, acompañando el paso de pastores de ovejas y algunos campesinos.
—Es un lugar muy lindo —se pronunció Issy, encantada por la atmósfera del pueblo.
—Sí, lo es... aunque demasiado... bucólico. —Las palabras de Eriol sonaron casi como una evasiva, lo cierto era que su mente seguía colgada de lo recién recibido, y aún cuando ansiaba volver a ver a su amiga y antigua pupila, también sentía miedo por no saber cómo abordar temas delicados sobre su vida previa.
—Bueno, al parecer, se quedó enamorada del estilo de vida campirano que conoció en el siglo dieciocho, y este lugar parecía perfecto para recrear esa vida, es un pueblito muy tranquilo, tiene todos los servicios, pero su población no es de más de cinco mil. —Concluyó Tomoyo.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora