V. Estrellas, parte 1.

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Soho, Barrio Chino de Londres, Inglaterra. Una semana después de la caída de Alruwh.

La enorme cantidad de transeúntes era el camuflaje perfecto para un par de enamorados. El sonido de su aparición dentro de un callejón quedó perfectamente disimulado por el jaleo de los montones de peatones que se perdían entre el mar de negocios de comida y entretenimiento, tan propios de aquella parte de la capital inglesa expropiada por los orientales, los cuales parecían no haber notado que nevaba con intensidad.

Confiada de su camuflaje, Sakura caminó guiada por Xiao-Lang, que tiraba con suavidad de su mano a través de las calles hasta el modesto edificio que fue la residencia Li durante la crisis que vivieron en los últimos meses. Subieron las escaleras con premura hasta llegar a la azotea, y buscaron la puerta de la casa, de la cual el renegado heredero Li poseía la llave. Entraron con la misma expresión y actitud de quien espera no despertar a quien duerme dentro de la casa que allana.

Por supuesto, la casa estaba completamente vacía y obscura, la última condición se corrigió cuando Xiao-Lang encendió las luces de la estancia principal.

—Pues llegamos... —se atrevió él luego de unos segundos de contemplación.
—Pasaremos aquí la noche entonces, ¿cierto? —preguntó Sakura con cierto recelo, sin moverse, observando la modesta construcción sin dejar de frotarse los brazos.
—Lamento no haberte traído a un mejor lugar... aunque para ser sincero, otro sitio me parecía inadecuado.
—¿Otro sitio?
—¡Se refiere a que no le hubiera gustado llevarte a un hotel! —exclamó Kero, saliendo del resguardo del abrigo de Sakura, volando en círculos sobre sus cabezas—, ¡y coincido con él! ¡El mocoso no es tan desconsiderado como pensaba!
—¡Kero! —reprendió la chica, abochornada.
—Me pregunto si habrá quedado algo en la nevera, ¡me muero de hambre! —la ignoró el pequeño guardián, volando hacia las habitaciones de la casa en busca de la cocina.
—¿No vas a decirle nada? —dijo aún apenada la muchacha a Li.
—No tengo porqué. Él tiene razón —respondió él con calma—, al igual que yo, se preocupa por ti.
—Vaya... eso es muy maduro de tu parte —reconoció ella.
—Podrá ser un glotón, hablador y pretensioso, pero te ama y procura, y después de todo lo pasado, no puedo dudar de su lealtad y valor. Se ha ganado mi respeto.

Ella no respondió. Se limitó a sonreír algo conmovida por ese giro. Pocas cosas podían hacerla sentir más feliz que ver qué dos personas tan importantes para ella finalmente se llevaban bien. Lo único que atinó a hacer fue abrazar por la cintura al chico, haciendo que él pasara sus brazos sobre los hombros de ella.

—¿Te importa si nos quedamos así? —preguntó después de un par de minutos sin moverse del recibidor.
—Por supuesto que no.
—Sólo un poco más —susurró ella, bajito, hundiendo su rostro en el pecho de él.
—Desde hoy, será como tú quieras.

Sabiendo que no tendría más que un par de días en ese paraje, hablaron de su futuro inmediato. Estaban fugados, se habían escapado de sus vidas, habían elegido la incertidumbre de un destino no atado a nada, y aunque era estimulante, también era aterrador.

Sin embargo, ninguno quería que eso se tradujera en un rompimiento con su vida previa, así que Sakura hizo una llamada telefónica a la que realmente temía.

Kinomoto —respondió una voz amable a pesar de ser de madrugada en Japón, del otro lado de la línea.
—Buenas noches, papá —dijo Sakura, con voz temblorosa.
¿Sakura? Pero... se supone que no puedes hablar por teléfono desde el avión. ¿Se ha retrasado su vuelo?

Hubo un silencio que al menos a Sakura se le antojó tortuoso.

—No, papá... todo está bien... Touya, Yukito y Tomoyo van en camino.
¿Ellos vienen en camino...? ¿Qué hay de ti?
—Ay, papá... yo... perdóname, por favor...
¿Qué sucede, hija?

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora