Por si no amanece

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- ¿Qué va pasar cuando la guerra termine?
- Te buscaré.
- ¡Prométemelo!
El sargento aspiró  el humo, mirando al cuadro de la pared gastada del cuarto de la chica.
- Nos iremos de esta mierda a algún otro cielo y nos besaremos bajo la lluvia, sería un bonito comienzo ¿No crees?
Bajó su cabeza ,miro la chapa q colgaba en su cuello
- ¡Te lo prometo Liz! La miró a los ojos .
Y por supuesto que se besaron como se lo imaginan, incluso más, le agarró el pelo y un poco más abajo de su espalda. Le dejó un trazo de saliva y ganas  desde su pelvis hasta su ombligo, de ahí hasta sus pechos, de sus pechos a sus labios de nuevo, en una carrera de idas y vueltas. Recorrió el camino desesperado como a quien le queda poca vida. Sintió su respiración agitarse  y sus manos temblaban más que cuando le tocaba disparar a algún enemigo en el campo de batalla. Fue valiente, hoy era el héroe de siempre dispuesto a matar o perder la vida.
- ¡Soy tuya!
Le dijo y lo tiró contra la cama. Tomó las riendas del juego, se trepó en su alma, la elevó un poco más allá del techo, un poco más arriba de los astros. Las estrellas sintieron envidia y brillaron más que nunca esa noche.    
Cabalgó sin monturas, sin prejuicios, sudada, sin pensar en que podría ser el último  orgasmo, el último beso, el último abrazo ...
Amaneció sola en aquel cuarto hecho un desastre, solo quedaba el nudo del condón  en el suelo y una bala que le había dejado en la mesita de noche. Un trozo de luz de la ventana daba directo en su rostro y se le alumbraba  el pelo y los ojos, que hoy tenían un brillo especial o tal vez espacial. Se sentó en el borde de la cama, prendió un cigarro, acarició la bala y escapó entre sueños. Se mojó en alguna playa, corrió sin ropa por la arena, besó a su hombre y se lo folló entre pensamientos, hasta que se abrió la puerta y entraron a destiempo, la sacaron a la fuerza armados casi desnuda, soñando sin fuerza, apenas despierta hasta el golpe en su cabeza que la dejó en el suelo. Luego en otro sitio con los ojos vendados, logró safar la venda , parpadeó ...
Seis hombres vestidos de verde, casi formados  para practicar alguna coreografía de danza. Firmes al suelo y completamente armados. Liz de rodillas, aún aturdida logró ver que uno le apuntaba justo al pecho.
- Capitán hemos encontrado a la chica.
Dijo uno utilizando el teléfono.
- Ya saben que hacer.
- ¡Dispare sargento!Es una orden.
Una lágrima bajó hasta su boca. Le lloraban las manos y la frente, empezó a llover y no tanto como adentro. Él conocía lo que le pasaba a la piel cuando tocaba el metal de un proyectil y podía sentir como la bala rompía los músculos y perforaba el aire de los pulmones  de su amada.
- ¡Es una orden sargento!
Apretó  los ojos y el arma, vió a liz levantarse y mirarlo rendida.
- ¡Te amo! Gritó
Cinco disparos se efectuaron en diferentes direcciones, cinco hombres callaron de diferentes formas. Se arrodilló sin pausa, se apuntó directo a la sien, apretó nuevamente el gatillo...
Esperó el túnel que cuentan los videntes y alguna luz. No entendía porque respiraba aún, siempre pensó que la muerte dolía más que la vida, pero tal vez estaba equivocado. Sintió algo que le tocó el cabello, no era dios, ya conocía esas manos.
- ¡Liz!
- No digas nada amor mío.
Metió la mano en la bata de noche, sacó la bala, la colocó en el suelo frente a su piernas dobladas.
-Si que será un gran comienzo, le dijo.

De cielos grises Donde viven las historias. Descúbrelo ahora