🍙 03

1.9K 150 2
                                    

  Esa noche, mi mente no podía estar en otra parte que no sea en la imagen de los gemelos. Apenas podía conciliar el sueño, después de toparme con ambos en dos momentos del día distintos, pero supongo que lo que me mantenía despierta era el hecho de que ninguno reconoció al otro. Es cierto que ellos crecieron y además se tiñeron el cabello, por mi parte, mi físico había cambiado bastante desde la última vez que nos vimos y mi cabello se había aclarado por si solo con el paso de los años.
  Logré dormir unas tres horas y media, así que me levanté muy adormilada e hice los preparativos para ir a la escuela. Caminé junto a Kita, con una cara algo indiferente, lo cual no es muy común en mí. Ingresé a mi salón y apoyé mi cabeza contra el escritorio, con claras intenciones de dormir un poco más hasta que sonara la campana. Lamentablemente, eso no sería posible. 

   —¡¡¡SEKI-CHAN!!! —los senpais de ayer volvían al ataque, en verdad no sabían cuando rendirse—. Por favor, solo un minuto...
   —¿Ustedes también están aquí? —preguntaron desde el exterior—. Ya reclutaron a tres ayer, nosotros estamos al límite de disolver el club. ¡Dejen que los demás consigan una oportunidad de...!
   —Sigan soñando, es mejor que ese club inútil se disuelva de una vez por todas —miré suplicante a Igarashi-chan, rogándole para que detuviera a aquellas personas de una vez por todas.
   —Lo siento, Seki-chan —se acercó para susurrarme—. Acabo de llegar de la sala de profesores y el que tendríamos ahora faltó, tendrás que enfrentarlos tarde o temprano.
   —Mi modo pues —dije completamente agotada—, si con esto logro tener unos minutos de sueño... ¡Suficiente! —lancé un grito al aire, obteniendo la atención del resto—. ¿Pueden dar sus motivos de reclutamiento y después dejarnos en paz?
   —Somos del comité estudiantil de enfermería —dijeron una mitad de los senpais—. Estamos cortos de alumnos, desde que los de tercero del año pasado se graduaron. Nos falta aunque sea un miembro más para el cupo mínimo...
   —Vaya, dejen las lágrimas de cocodrilo para alguien más —se escuchó de la otra mitad—. Nosotros somos del club de coro, estamos buscando otro rango de voces y nos enteramos que durante la secundaria estuviste en el club de coro...
   —La medicina promete más que el canto —dijo alguien del comité.
   —Al menos no estaríamos parados en la enfermería sin hacer nada —contraatacó uno del club de coro. A este paso, no se resolvería nada.
   —Todo los de tercero y segundo, fuera del salón ahora —el profesor de japonés entró muy serio, los senpais salieron corriendo de ahí, le estoy eternamente agradecida sensei—. Muy bien, Seki-san quieren hablar contigo en la sala de profesores.

  De camino a la sala de profesores, con mi cara de sueño, arrastraba los pies por el pasillo sin importarme que alguien que pasara casualmente por ahí me dijera algo al respecto. Por unos segundos, aproveché para mirar por la ventana e intentar "despertarme" con la brisa que corría del exterior. Algo en el viento me reconfortaba, era como si estuviese con un amigo de toda la vida. Sobre todo, con sus aromas... Un segundo, ¿aromas?
  Mi cara se desfiguró ante esa duda que se generó por el aroma a comida que sentía. Cerré la ventana, para averiguar si lo sentía del interior o era de alguna otra sección de la preparatoria donde alguien estaba cocinando. Esa fragancia se sentía cerca y fuerte, era una especie de rastro hipnótico que me obligaba a seguirlo. Sin darme cuenta, entré en el salón del club de cocina.

  Era un olor dulce que me resultaba tan familiar, pero es de esos momentos en donde no recuerdas de dónde te surge. Dentro del salón había un chico y una chica. La chica, quien tenía una bandeja en mano con unos dados de coco, era de estatura promedio, ojos marrones, cabello negro corto, piel algo bronceada y tenía un lunar cerca del ojo derecho. El chico era más alto que ella, cabello rojo cobrizo, ojos verdes y piel clara. Los dos tenían una playera blanca, el pantalón del uniforme de gimnasia y delantales puestos.
  Ambos voltearon a verme, en cuanto entré sin aviso a la habitación. Se presentaron, al igual que yo, la chica se llama Nanashima Reiko, de la clase 3-5, y el chico era Kamitani Satoshi, de la clase 2-6. Ellos me dieron una muestra de lo que habían preparado, me describieron un poco lo que contenía estos lamingtons. Ni bien le di un bocado, me brotaron lágrimas de nostalgia involuntariamente. Los senpais me miraron con preocupación, pero me limpié rápidamente las lágrimas que tenía en el rostro. De cierta forma, me decidí en ese momento, unirme al club de cocina. Para ellos les resultó un alivio, ya que también tenían pocas personas en el club después de la partida de los de tercero del año anterior. El problema es que uno de los días distinados al club me coincidía con las prácticas de kyūdō.

  Nanashima-senpai me aseguró que se encargaría de modificar los días y no perderme de ninguna reunión, sin tener que sacrificar también al equipo de kyūdō. Recordé en ese momento, que me estaban esperando en la sala de profesores, así que salí corriendo en esa dirección, no sin antes tomar el formulario de inscripción para el club. Llegué a la puerta de la sala de profesores jadeando, pero no la abrí hasta que recuperé el aliento.
  Al final resultó que se habían olvidado de devolverme algunos de los libros porque tenían que quedar en el aula cuando los llevé ayer. Regresé a paso lento y el día pasó a su propio ritmo. Hoy no tenía nada, me resultaba algo raro que recién mañana comenzáramos con las prácticas de kyūdō, pero yo no era quien ponía las reglas. Cuando los senpais de la mañana volvieron a pedirme de unirme, los rechacé cortésmente diciendo que ya había decidido a que club inscribirme.

  Era el primer receso, así que salí del edificio y me dirigí a uno de los árboles que estaba para el lado de las canchas de fútbol. No pasaban muchos estudiantes por la zona, por lo que sentía que era un lugar perfecto para desconectarme de la sociedad por unos minutos. Revisé que nadie estuviese observando en mi dirección y me trepé en el árbol que estaba cerca de la entrada de la cancha, gracias a que no era complicado escalar hasta una zona donde podía camuflarme un poco con las hojas de las ramas.
  La brisa a esa altura era tan placentera que me daban ganas de permanecer ahí por el resto del día, quizás podría esperar a Kita aquí, ya que tendría prácticas hasta tarde y él no quería dejarme regresar por mi cuenta a casa. Aproveché el tiempo para llenar la planilla de ingreso del club de cocina, mientras cantaba una canción en voz baja. Me sentía ajena al resto en ese lugar tan especial para mí, que no me di cuenta cuando sonó la campanada de fin del receso.

   —Oh, así que ahí te escondías —escuché la voz de mi primo a mis espaldas, cuando bajé a las apuradas del árbol. Me dieron unos escalofríos que no sabía como calmarme—. Te estuve buscando por casi toda la escuela.
   —Lo siento, Kita —me disculpé mientras regresábamos al edificio principal, evitando mirarlo a los ojos directamente—. ¿Qué querías decirme?
   —El entrenador me avisó que el entrenamiento será bastante largo, que posiblemente terminemos muy tarde —lo miré con una ceja alzada, no era sorpresa que terminasen un entrenamiento hasta que ya era de noche—. Posiblemente terminemos cerca de las diez de la noche.
   —¿Qué es lo que quieres hacer? —pregunté con intriga.
   —Bueno, las primeras horas después de clases podrías hacer algo con kyūdō —me recomendó, sabía que el dojo permanecería abierto hasta las cinco—. Después, si no hay nada que esté disponible, el entrenador estuvo de acuerdo en que te quedaras en la zona del palco a esperar a que termine nuestro entrenamiento.
   —O sea que podría quedarme ahí, sin molestarlos y esperarte —lo medité por unos segundos, encaré a mi primo y dije—. Bien, solo no quiero estar en la zona de las canchas o cerca de los jugadores.
   —Perfecto, hay una entrada que puedes usar desde el interior de la escuela... —me explicó un poco como llegar y de ahí nos separamos para irnos a nuestros respectivos salones.

  Clases, almuerzo, práctica de kyūdō, pasearme por casi medio edificio... Mi tarde en sí no fue tan emocionante, pero cuando llegó el momento de ir al palco, admito que me perdí al principio. No había forma de saber si estaba yendo en la dirección correcta, hasta que escuché los gritos de los chicos. Los sonidos fueron mi cuerda de seguridad para encontrar mi camino hacia el gimnasio. Entré sin hacer mucho ruido, los miembros del equipo estaban demasiado ocupados enfocándose en su entrenamiento que ni notaron mi presencia.
  Fui hasta la mitad y me senté en el suelo, de espaldas a las canchas, conecté mis auriculares al teléfono y reproducí algo de música. Por otro lado, tomé una libreta que tenía en el moral y anotaba las compras para hacer mañana para la posada, sobre todo tenía que ir a hablar con varios proveedores antes y después de la escuela. Entonces, en medio de mis anotaciones mentales de que haría primero, sentí que algo tocaba la punta de los dedos de mis pies. Observé que era una balón de voleibol, probablemente se les haya ido la mano en los remates. Me quité uno de los auriculares y escuché que alguien del piso inferior me decía algo.

   —¡¿Nos podrías alcanzar ese balón por favor?! —reconocí la voz de Osamu Miya desde abajo, sin voltearme un solo centímetro, lancé el balón por encima de mi cabeza con poca fuerza—. Gracias.
   —Ah... Espero que alguno del club de kyūdō o de cocina viva cerca de casa —rogué en susurros—, no creo que pueda repetir esto.

Todo comenzó por un onigiri (Osamu Miya x Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora