Una canción de amor inacabada ✔

4. Con el ritmo en las venas

Capítulo 4.
Con el ritmo en las venas

El día ha pasado tan aburrido que no he podido aguantar las ganas de dormir en clases, tuve algunos sermones por eso, pero no me interesa.

Porque estudiar derecho no es lo que quiero, en realidad, nada de estudiar es lo que deseo. 

Mi pie se mueve al son de una canción que estoy planeando escribir mientras espero que el autobús llegue para poder ir a dormir un poco.

Un toque en el hombro detiene la botella de vidrio con gaseosa que estoy tomando para que el caluroso día se sienta menos caliente.

Enarco una ceja al ver a Margarita con una sonrisa traviesa dibujada en sus labios. Su cabello resalta sobre las cabezas de los que estamos esperando en la parada. 

—Hola —saluda con entusiasmo.

—Hola.

—¿Cómo has estado? ¿Tienes una nueva canción de protesta en camino? Podría ayudarte con la propaganda. —Enarco una ceja aturdido y trago el líquido negro de la botella. Miro hacia los lados y me rasco la cabeza.

—Nos vendría bien la publicidad. Lo que escribiste antes nos ha ayudado, ahora las personas preguntan por nosotros. 

Su pecho parece hincharse por el orgullo y si debería estarlo. Nuestro alcance ha sobrepasado el pequeño círculo que teníamos. Y con pequeño me refiero a nuestra familia.

—¿Estás saliendo con alguien? —pregunta. 

Abro los ojos cuando terminando de tragar la gaseosa, abro la boca para responderle pero en vez de palabras sale un eructo.

Cubro la boca, la vergüenza está avanzando por mi garganta hasta las mejillas. Ella empieza a reír a carcajadas y los ojos curiosos nos quedan viendo.

—Maldita sea, no quise hacer eso. —Volteo la cabeza para que no me vea.

Qué carajos me sucede. 

—No es algo que nunca hubiese hecho. Tranquilo jinete. 

Rasco la cabeza y boto la botella en el basurero de plástico. Exhalo sin querer verle a los ojos. 

—¿Por qué preguntas si salgo con alguien? —Los ojos los tengo fijos sobre su hombro esperando que el transporte público llegue y pueda irme de una vez por todas. Mi vergüenza y yo.

—Porque una amiga está interesada en ti y mi deber como amiga es ayudar a que pueda cumplir su deseo. 

Eso atrae mi atención, encuentro mis ojos azules contra los oscuros de ella. Mantengo mi semblante serio y no muestro ninguna señal de alegría o de querer saber de quién se trata.

Asiento la cabeza y camino hasta la esquina cuando el autobús se aproxima. 

—Hablamos luego —respondo subiendo los peldaños sin girarme.

Las ventanas dejan al descubierto que ella sigue parada con un rostro confundido. El vehículo se mueve y la observo hasta que la pierdo de vista. 

•••

Hemos estado ensayando por horas y días para la competencia de mañana. Mis dedos se sienten entumecidos por el esfuerzo que he estado empleando en ellos. Mi estómago gruñe por el hambre y mi garganta se siente irritada. 

—¡Agustín! 

Me despabilo, volteo a Ricky que me lanza una funda de plástico y la atrapo antes de que caiga.