28. La mayor cosa que puedes aprender es amar y ser amado

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Capítulo 28.

La mayor cosa que puedes aprender, es amar y ser amado

Espero ansioso para que salga Raquel, mi pierna rebota contra el piso de cerámica. Necesito verla. Volver a abrazarla y que todo sea normal como siempre. Los pies pasan de un lado a otro, algunos gritan, sobre todo los niños y de cierta forma, ahora mismo, no me molesta el sonido. No como siempre lo ha hecho. 

No entiendo porque dicen que los hospitales huelen a desinfectante, porque para mí no tiene olor. Para mí, no huele a nada. Acomodo la espalda en el asiento de plástico que me está incomodando demasiado, esperando que aparezca la mamá de mi pelirroja.

Cuando la veo aparecer al final del pasillo, me levanto como un resorte. Se acerca con paso firme, haciendo que lance un suspiro que se había quedado contenido en mi garganta. 

—¿Cómo está? 

Ella niega la cabeza, sujetando mi hombro. Con una clase de apretón dulce. 

—Margarita se ha ido. 

—Oh. 

Mis manos se sienten frías, me duele verlas solas. El contorno de los ojos de Raquel están rojos, con lágrimas acumuladas. Le entrego un poco de papel y se limpia la nariz. Palmea mi mejilla, una tierna caricia que solo me hace acordar a su hija.

—¿Y cuándo podrá salir? —Mi voz suena distorsionada. Raquel sacude la cabeza, soltando un suspiro entrecortado. 

—Ella murió Agustín.

Asiento la cabeza, toma mi mano, llevándome fuera de la sección de la morgue. Las luces del pasillo están encendidas, a pesar de que estamos de día, la calidez que desprenden no me ayudan a sentirme mejor. El sol está desprendiendo demasiada luz, lo opuesto a lo que estoy. No tengo energías. 

—Cuídate Agustín.

Asiento la cabeza, sin pensar en nada. 

Raquel me da la espalda y veo como sus hombros suben y bajan llorando sin control. Me quedo quieto viendo como ella se aleja hacia su auto destartalado. No puedo moverme, no puedo respirar. No lo entiendo, ¿por qué no me odia? Fue mi culpa el que haya estado en ese lugar, fue a verme, fue porque estuve ahí que ella ya no está. 

Conduzco sin pensar en nada, en silencio como mi única compañía. Llego al departamento, al que se siente vacío sin su presencia. Arrojo el llavero hacia el sillón donde ella me había tomado fotografías. 

Un dolor agonizante está reptando por mi pecho. Salgo hacia el balcón, con el abrasador día. Siempre pensé que cuando alguien que amas muere, el día estaría de tu lado, lloviendo, llorando tu pesar. Pero hoy no es así. Se siente horrible. 

Me siento en el piso, viendo como la tarde se está volviendo noche, es un crepúsculo lleno de colores diferentes. La misma ciudad con diferentes aspectos. Y pienso en ella. 

En como mi habitación huele a ella, como yo huelo a ella. Como esta ciudad, huele a ella. Su voz hace eco en mis oídos, con miedo de ser olvidados. El viento sopla, haciendo que añore el calor que emanaba, ella me calentaba; el viento puede despeinar mi cabello, pero no podría con los recuerdos. 

Ella era dueña de mi mente. 

Ya no podría salir por las calles, donde fuimos felices juntos. Donde reíamos, donde nuestras manos buscaban para ser tocadas y entrelazarse, para no perdernos el uno del otro. 

Esta ciudad y yo, íbamos a oler a ella. A todo lo bueno, a todo lo que pudimos haber llamado nosotros. Porque siempre fui suyo, aunque ella nunca lo hubiese sabido. 

Una canción de amor inacabada ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora