23. Soy exactamente lo que nadie estaba buscando, hasta que llego ella

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Capítulo 23.

Soy exactamente lo que nadie estaba buscando, hasta que llego ella


Despierto sintiendo como el sudor está empapando las sábanas, el malestar en mi cuerpo se ha incrementado a niveles desesperantes. No tengo ganas de hacer nada, no tenía hambre, rechino los dientes tanto que estoy seguro que me estoy quedando sin ellos. No puedo dormir, y lo poco que duermo siempre tengo pesadillas que no recuerdo.

Pero esta vez no fue una pesadilla, fue el sonido fuerte que suena fuera de casa. Salgo de la cama, caminando hasta la ventana que va de piso a techo. La habitación que mamá ha dejado libre para mí, cuando voy de visita.

El día está demasiado caluroso como para salir, no tengo ganas de salir.

Corriendo por la parte delantera de la casa veo al mismo tipo que me solía vender las pastillas. Este grita algo incoherente hacia un lado. No entiendo lo que hace hasta que veo a Pancho con una escopeta y la dispara hacia el cielo haciendo que el tipo salga corriendo hasta su auto y huya.

—Debes tener más cuidado a quién dices donde vives.

Miro sobre el hombro hacia Margarita que está trayendo el desayuno, y el olor me provoca arcadas que mi estómago no puede contener. Todo se ha vuelto insoportable, me he vuelto un completo ermitaño y gruñón. Es decir, lo que solía ser antes de ella.

—No tengo hambre. —Regreso a la cama y me recuesto dejando espacio para que se recueste junto a mí. Su compañía es lo único soportable de estar encerrado en casa de mi madre, lejos de todos—. Y no sé cómo es que él supo donde vivía.

—Pues tenía muchas ganas de vender que hasta ha ofrecido a Clau.

Escuchar eso me enfurece tanto que la cabeza me duele. Margarita acomoda mi cabeza en su pecho, de la misma manera que ella solía hacer conmigo.

—Espero que arresten a ese maldito. —No tengo ganas de hablar. Solo quiero dormir durante horas y horas.

—Debes tomar agua, necesitas hidratarte.

—No.

—Agustín —dice de la misma forma que mamá dice mi nombre antes de castigarme o hablarme. Asiento imperceptiblemente la cabeza, me pasa una botella gigante de agua. Cuando empiezo a tomar no paro, no tenía idea que estaba tan sediento.

—Gracias por quedarte.

—No me iré a ningún lado.

Y cumplió su promesa, porque en todos los días que estuve en reposo, recuperándome de los temblores, del mal genio que tenía, de no hacer nada; ella se quedó.

Pancho y Ricky entran haciendo un escándalo con algunos juegos de mesa que no quiero jugar porque no sé si lo dije, pero no tengo ganas de hacer nada. Y a ellos no parece interesarles en lo mínimo cómo me encuentre.

—Necesitas recuperarte —me explica Pancho acomodando el juego encima de las sábanas, suspiro con molestia porque no podré deshacerme de estos dos seres estorbosos.

—Y lo mejor es hacerlo con nosotros, comida y muchos juegos en donde vas a perder, pero dirás que hicimos trampa y te vas a enojar y lanzarás el juego por el piso.

—Eso solo sucedió una vez —le gruño a Ricky—. Y si hicieron trampa.

Ricky y Pancho voltean los ojos y eso me hace enfurecer. Mamá asoma la cabeza por la puerta y frunce la boca cuando ve que no he tocado nada de la comida. Y antes de que me regañe le digo:

Una canción de amor inacabada ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora